Por José Acévez

En días pasados se llevó a cabo la quinceava edición de Zona Maco, la “plataforma de ferias de arte más importante de América Latina” (según su propia página web); un evento que sin duda ocupa el papel protagónico en el campo del arte contemporáneo de nuestro país. Tanto, que su imán ha generado una especie de sinergia en la que se organizan variados eventos bajo pretexto o con motivo de la feria, lo que se denomina coloquialmente como la “art week”. Entre ellos Material Art Fair o Salón ACME, así como una nueva tendencia a hacer encuentros de arte fuera de la Ciudad de México, como es el caso del fin de semana Pre-Maco que se lleva a cabo en Guadalajara, donde suceden simultáneamente festivales de arte y diseño, exhibiciones, fiestas y demás eventos “culturales y artísticos” para recibir a la gran feria.

Con esta disertación no intento hacer un análisis puntual de Zona Maco, tampoco busco reseñar la feria o hacer crónica de sus pasillos y eventos, mucho menos aportes a la crítica de arte contemporáneo o a la filosofía estética. Por el contrario, busco hacer una ligera pausa para reflexionar por qué estos eventos son significativos en nuestro país y en qué contextos, para tratar de identificar cómo es nuestra actual relación con el arte.

Para muchísimas personas el arte contemporáneo y conceptual es incomprensible (y es que, en gran medida, lo es) y su consumo más que nulo es mordaz, pues resulta no sólo ajeno e inaccesible, sino una tomada de pelo (cuando se acercan a piezas que consisten en lámparas de neón recargadas en la pared o pedazos de madera amontonados recurren a una ya típica lectura: “eso lo pude haber hecho yo”). “Ahora todo es arte”, juzgan quienes extrañan los retratos de reyes y las pinturas de pasajes bíblicos.

 

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Lo cierto es que en nuestros días responder la pregunta de ¿qué es arte? se vuelve una tarea ardua donde se entremezclan factores ideológicos, económicos, sociales, políticos y demás, que te dejan con las ganas de mejor no saber nada y aferrarte a tu muy particular gusto de las cosas (sean o no validadas por otros). En este contexto es que Zona Maco y lo que provoca se vuelve un ejercicio interesante para conocer los límites y transformaciones del campo artístico que en muchos momentos de la historia occidental ha buscado definir qué es lo bello (como afirmaba Umberto Eco, la relación entre belleza y arte es ambigua, pues si bien la belleza podemos encontrarla en la naturaleza, han sido los artistas quienes nos dicen dónde está y cómo aprehenderla).

Lo primero que tendremos que recordar es que Zona Maco es una feria y como feria su función es meramente mercantil. Y nada más. En Zona Maco la gente va a vender su obra y los visitantes (idealmente) se acercan para comprar arte. O lo que ahí se vende como arte. Maco es un recinto ferial (así como una feria de libros o una de muebles o una de cocinas) donde infinitas galerías de todo el mundo (160 para ser precisos) colocan las piezas más emblemáticas de los artistas que representan (o las piezas que adquirieron de los artistas más emblemáticos).

Si tu ideal como visitante de la feria es encontrar una ordenada exhibición, una propuesta coherente, un discurso contestatario o una exposición circular, el espacio no es Zona Maco. Aquí no se va a exhibir arte, se va a vender arte. Por lo que sería ingenuo y desproporcionado exigir actividades de promoción cultural y de pedagogía artística; para eso existen los museos, que casi siempre están bajo custodia del Estado (quienes trabajan con dinero de todos los que contribuimos con impuestos y procuran modular las ideas generales de “lo que nos identifica como colectividad”). La diferencia es evidente: un museo debe tratar que el acceso al arte sea amplio, democrático y accesible; mientras que para una galería o una feria sus intentos residen en vender y en vender bien.

 

Aun así, si la intención no es comprar arte sino simplemente comprenderlo o empaparte de “piezas sublimes” (el primer filtro para esto es pagar los casi 300 pesos del costo de entrada), es necesario reconocer que el arte que se produce en nuestros días está ligado, justamente, a nuestros días. Y que sería conveniente ser conscientes de que las piezas que se exhiben en Zona Maco y los eventos aledaños responden a esta necesidad (casi humana) de explicar qué nos pasa.

Como mencioné, el arte de Zona Maco es un arte mercantil, que hace de cualquier expresión estética un producto de consumo más (y un producto tremendamente costoso). ¿Quién puede acceder a este arte? Evidentemente quien tenga el capital para hacerlo. Y en nuestros días, ¿quién tiene el capital para hacerlo? Pues ya sabemos: banqueros, especuladores, accionistas y empleados de transnacionales, burgueses dueños de medios de producción o narcotraficantes que buscan lavar dinero. Y es así como el neoliberalismo ha impactado en las formas de hacer y apreciar el arte: un producto más que recurre a ciertas tradiciones y escuelas estéticas para ser validado por quienes tienen el capital para adquirirlo. Pero este consumo de arte (el exclusivo para quien tiene recursos y capital) no es un fenómeno nuevo o propio de nuestra época, el arte siempre ha jugado ese papel: el Napoleón de Ingres, la Apoteosis de Washington de Brumidi, el arte barroco mexicano que obedecía a las élites eclesiales o en sí, toda la historia del arte.

El arte es un elemento ligado al poder y a las formas dominantes de organización social. Y por eso Zona Maco y el arte contemporáneo no pueden escapar del contexto sociopolítico al que pertenecen. El arte nos sirve para darnos cuenta de las formas en las que cada sociedad se organiza (tanto para mantenerse como para transformarse).

Si para la CIA los lienzos alcohólicos de Pollock significaron una expresión legítima de la libertad frente al monstruo homogeneizador del comunismo en la Guerra Fría; las obras conceptuales que se exhiben en Zona Maco tienen la función mercantil de dejar entrever que México es un país apto para enfrentar al mundo neoliberal (posterior a su entrada al TLC), capaz de exhibir su mejor feria en un recinto que pertenece a una banca transnacional (una feria a la altura de Art Basel o Frieze London). Desde el localismo se busca presentarse como competencia.

Este arte, también, deja ver las formas en que la secularidad se ha insertado en las sociedades contemporáneas. Tenemos espacios, debates, exhibiciones y mercado que aunque puedan procurar el hedonismo, también nos hablan de la forma “horizontal” en que se construyen las ideas del mundo contemporáneo. Ya no tenemos un dogma (ni religioso o patriótico) que legitime cualquier expresión. Tendremos que ser cuidadosos y críticos para que no sea el mercado y la especulación financiera el nuevo elemento dominante que abarque toda intención estética. Y no por eso, rehuir a las formas del arte; no al menos, hasta que el sistema socioeconómico cambie.

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José Acévez cursa la maestría en Comunicación de la Universidad de Guadalajara. Escribe para el blog del Huffington Post México y colabora con la edición web de la revista Artes de México.

Twitter: @joseantesyois

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