Como parte de las múltiples actividades que cada día tienen lugar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, el día de ayer Xavier Velasco presentó “La Edad de la Punzada”, su novela más reciente.
Catapultado a la fama literaria después de ganar el Premio Alfaguara de Novela 2003 con “Diablo Guardián”, Xavier ha sabido posesionarse como uno de los escritores mexicanos más importantes de los últimos años. Su estilo narrativo siempre vertiginoso, y su muy peculiar forma de ver la vida ha hecho que el escritor cuente con una importante horda de seguidores, y que sus presentaciones se conviertan en todo un suceso.
Tras la publicación “El materialismo histérico” (2004) y “Luna llena en las rocas” (2005), ambos libros de relatos, y de las novelas “Éste que ves” (2006) y “Puedo explicarlo todo” (2010), Velasco regresa con “La edad de la punzada” (2012), libro autobiográfico que narra cómo fue la adolescencia del autor.
“La Edad de la Punzada” comienza cuando el protagonista de la historia es presentado frente a todos los alumnos de secundaria como el peor estudiante no sólo de ese año escolar, sino de toda la historia del instituto. A partir de ahí, la vida de este personaje transcurre a una velocidad impresionante, en un continuo ir y venir en donde el lector sólo puede sujetarse bien a las palabras y dejarse llevar por la marea, esperando no estrellarse contra los recuerdos propios.
Y es que vaya que esta novela es una suerte de consuelo para todos aquellos que vivimos y recordamos esos años de forma intensa. Poco a poco los problemas cotidianos se van complicando. Por un lado está el acoso que el protagonista sufre en el colegio, por el otro, la necesidad que tiene de ir siempre contra las reglas, y sobre todo, de encontrar el amor. Todo cuanto hace, dice y hace el personaje principal está orientado a esa búsqueda inalcanzable que lo vale todo.
En esta obra caben partidos de Copa Davis, música de Bowie, accidentes de autos, exámenes, bombas caseras lanzadas desde una azotea, unas trabajadoras domesticas que despertaban bajas pasiones, un viaje en moto después de la misa dominical, guerras de escupitajos, una chamarra de cuero, gel para el pelo, el “Tribilín”, unos recortes de pornografía, un hueso en forma de palanca de velocidades, las luces del Estadio Azteca alejándose… y la pintura con la imagen de un niño que se va difuminando cada vez más en una mentira dolorosa, en un engaño colorido.
Por eso, cuando nos encontramos con Xavier en el Hotel Hilton de Guadalajara no dejamos pasar la oportunidad de hacerle algunas preguntas. Con muleta bajo el brazo, debido a que sigue recuperándose de la fractura que sufrió hace unos meses en una pierna, esto fue parte de lo que platicamos con este rockstar de la literatura:
Xavier, un gusto encontrarte en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, ¿Para ti que significa este encuentro de las letras, y cuál es el primer recuerdo que tienes de ella?
Esta Feria es un poco mis vacaciones, es donde me la paso mejor. Mi primer recuerdo claro fue diez años atrás, la primera vez que vine y tuve una presentación que a mí me divirtió mucho con Arturo Pérez-Reverte, que es un gran amigo mío. Recuerdo eso, el detalle tremendo que tuvo Arturo de venir hasta acá sólo por eso. Me lo dijo desde Madrid ‘yo voy a presentarte’, y él es un tipo de palabra, entonces recuerdo esa presentación, con toda esa cantidad de gente, con estos lectores que son ‘lectores hinchas’, muy impresionante. Hasta la fecha me la paso muy bien aquí.
En esta ocasión presentas “La Edad de la Punzada”. Desde que lo escribiste y publicaste hasta ahora, qué ha cambiado en ti tras tanto hablar de él en presentaciones y entrevistas. ¿Tu idea de la historia sigue igual o se ha modificado un poco?
Mi idea de la historia se va adelgazando porque yo no vuelvo a leer mis libros.
Especialmente este libro, que fue escrito muy visceralmente, me exigió hacer presentaciones muy viscerales, creo que ha sido una evolución creciente hacia el mundo de los sentimientos. Es decir, en la primera presentación trate un poco de guardar todo lo que me dolía, toda la parte trágica, y poco a poco, conforme fui haciendo las presentaciones me di cuenta que esa parte trágica era la estrella del libro. Fui asumiendo y tratando de intelectualizarlo lo menos posible.
Ahora sé que todo este libro es un asunto puramente emocional, quizá no lo tenía tan claro al principio.
¿Volverías a repetir la experiencia de adentrarte tanto en tu vida a la hora de narrar, o es asunto cerrado?
No, yo ya acabé. Conté una historia de mi infancia, y otra de adolescencia, a partir de ahí mi vida es privada.
Para finalizar, Sopitas.com es leída por muchos jóvenes. Quizá alguno de ellos piense en ser escritor. ¿Qué consejo le darías para iniciar?
Pues es que… mira, mi consejo es muy fácil, lo difícil es seguirlo. Vargas Llosa alguna vez dio dos mandamientos que hasta la fecha yo considero absolutamente trascendentales. El primero: ama a la literatura sobre todas las cosas. El segundo: haz lo que se te dé la gana.
Para escribir bien, vamos, no porque yo piense que escribo bien, pero el camino para escribir bien tiene que ver con un compromiso absoluto, con trabajar mucho, con escribir todos los días. Digo ‘trabajar mucho’, pero uno no se da cuenta que es trabajo. Hay que amarlo mucho y hacerlo diario. Es como si me preguntas ‘¿cuál es el secreto del éxito en una pareja?’. Pues bueno, conquístala todos los días, porque si no la conquistas todos los días la vas a perder, y con la novela es lo mismo. A la novela hay que conquistarla diario, si no se olvida de ti, te abandona y tu vida se convierte en una basura.
Pero claro, esto es para quien ya está adentro. Hay mucha gente que dice ‘quiero ser escritor’, te voy a decir algo, yo nunca estuve tan seguro de querer ser escritor, en muchos momentos lo asumí con resignación. Como diciendo ‘pues ni modo, voy a tener que ser esto porque no sé hacer otra cosa, porque no me interesa otra cosa, y porque siento no tanto como que yo elegí la profesión, sino que ella me eligió. Entonces, uno solamente sabe que va a ser escritor cuando ya la profesión y el vicio por ella crecieron más allá de lo que uno puede controlar, de lo que uno puede evitar. Cuando esta profesión es inevitable es el momento en que uno sabe que es escritor, porque ya no puede hacer nada al respecto.