Por Uriel Salmerón
Cuatro o cinco imágenes me llegan a la cabeza siempre que pienso en el Viernes Santo. Las densísimas y casi interminables películas de temporada protagonizadas por Charlton Heston —Ben Hur (1959) y Los diez mandamientos (1956)— que suplían la programación habitual de canal 5. Tener que recetarse —los mismos— relatos bíblicos cada año en lugar de Dragon Ball Z no era de lo más disfrutable. Recuerdo, también, una irrisoria transmisión en vivo de la Pasión de Iztapalapa. Las últimas veces hasta la promocionaban como la “Pasión en HD”. Los avances tecnológicos no impedían que durante la emisión hubiera narraciones surrealistas como “¡Judas, Judas está lanzando los denarios!” o “En este momento Poncio Pilatos se está lavando las manos, volvemos al estudio”. Por mis memorias también se asoma la figura del Cristo gore de Mel Gibson —todo ensangrentado y con la piel expuesta— y su eventual y sardónica parodia en South Park y el antisemita “es ist Zeit für Säuberun/es ist Zeit für Rache/Wir müssen die Juden ausrotten” en voz de Eric Cartman.
Quizá uno de los mejores recuerdos que guardo de esta temporada—además de las lluvias escopetadas en la ciudad vacía— son los especiales que dejaban programados los integrantes de la emisión radiofónica El Weso cuando se iban de vacaciones. Escuchar las disertaciones de Fernando Rivera Calderón, Enrique Hernández Alcázar y compañía sobre la Semana Santa era muy enriquecedor —excúsenme el cliché—. En uno de esos programas hablaron sobre la música relacionada con la temporada. ¡Pusieron completitos algunos cortes del espeso y doloroso soundtrack de La Última Tentación de Cristo (1988), compuesto por Peter Gabriel. No recuerdo con exactitud si era la versión de Ian Gillan, el legendario Ted Neeley o Camilo Sesto, pero algún tema de Jesucristo Superestrella también sonó esa tarde-noche. Yo estaba esperanzado en que, en cualquier momento, fueran a presentar la canción más representativa del Viernes Santo que me venía —y me sigue viniendo— a la cabeza. Los minutos se fueron quemando y nanay. Nada de nada.
La transmisión terminó sin mención alguna a Por Piedad, tema emblemático del grupo mexicano Luzbel. Esta rola, considerada por la revista Rolling Stone local como una de las mejores 50 canciones del heavy metal, siempre me ha causado fascinación. Y este deslumbramiento, a la vez, se ha visto alimentado por la leyenda y el contexto mismo de la agrupación. ¿Se imaginan cómo pudo haber sido? Una banda mexicana se hace llamar como el ángel caído del cielo —en una sociedad agobiantemente católica y conservadora— y toca un género musical agresivo y rabioso en una escena musical dominada por baladitas acarameladas y sinsentidos adolescentes, en aquello que algunos llamaron “rock en tu idioma”. Entre ese mazacote de propuestas genéricas y suaves aparecieron cuatro greñudos ruidosos que adornaron sus portadas con los monstruosos cuadros del pintor mexicoalemán José Manuel Schmill y le pedían a Jesucristo que se bajara de su cruz.
Luzbel fue acusada de ser una banda abiertamente satánica. Y ni cómo pensar lo contrario. Para 1986 la banda contaba con dos releases: un glorioso EP de cuatro canciones titulado Metal Caído del Cielo, ilustrado con un grabado de Gustavo Doré, y un álbum de larga duración llamado Pasaporte al Infierno. No recuerdo cómo di con la música de Luzbel, pero sí recuerdo lo que sentí. Habré tenido once o doce años cuando escuché a la banda por primera vez y estaba genuinamente aterrado. Aun así, no podía dejar de escucharlos. Por piedad abre con un bajo machacón seguido de unas guitarras que rememoran a Children of the grave de Black Sabbath, a quienes les abrieron durante su primer concierto en tierras mexicanas. Luego entra la voz de Arturo Hernández Huizar, compositor de la letra: “Ensayaron en ti toda la crueldad/eres un sacrificio sin terminar/ en tu espalda abrieron canales de sangre/ que no alcanza a lavar el pecado del hombre“.
Huizar ha declarado en varias ocasiones que la canción no tiene una connotación satánica, como pudiera parecer a primera oída, y que Por Piedad más bien es un tema que “evoca un grito de libertad espiritual” con la que se busca concebir la figura de Jesús a través de sus enseñanzas y no como la efigie ensangrentada y clavada a una cruz que nos endilgó el cristianismo. El cantante y compositor del tema dice que la idea le llegó durante un viaje a Puebla. Luzbel se iba a presentar en aquel estado y mientras su personal se disponía a bajar el equipo de sonido y los instrumentos, él decidió entrar a una iglesia. Ahí se encontró con un Cristo —de tamaño real— machacado y atribulado. El autor se conmovió al ver la sanguinolenta figura del Hijo de Dios: “qué terrible es adorar a un hombre crucificado, con llagas, madreado, con sangre”, dijo el autor en una entrevista. Arturo Huizar asegura que inmediatamente se puso a escribir la canción, ahí mismo, en el templo. “En tus ojos se siente el dolor infinito/ al ver a tus hijos pelear por instinto/ pies y manos clavados en tu madero/ me hacen cambiar el camino hacia tu cielo“.
II
Las iglesias siempre me han parecido tenebrosas. Hay algo en ellas que hace que el cuero se me enchine apenas al entrar. Puede que sea el olor a incienso, el platito de las limosnas o, tal vez, la exposición de virulento arte sacro: un abanico de cristos molidos a golpes, apaleados, latigueados, vendidos, engañados, humillados, entregados y crucificados; óleos, figurines, figurotas, estampitas y veladoras que enaltecen el sacrificio de Jesús. La figura de Cristo se recuerda y se visita a través de la violencia y el sacrificio, en lugar del amor pregonado por el nazareno. Siempre que entro a una iglesia pienso en Por Piedad y, específicamente, en esta estrofa: “Con diademas de púas premiaron tu amor/ tu lucha de clases fue la salvación/ la grandeza de tu reino se vive de un beso/ eres hijo del espacio, ¡oh, padre, de mi universo!”.
Aunque ni siquiera me acerque a una iglesia, este día siempre tiene algo de especial. Los Viernes Santos siempre llueve, se va la luz en mi colonia y me invade un sentimiento parecido al remordimiento. En ese preciso orden. Fui criado en una familia ultraconservadora y, a pesar de no ser un creyente a ultranza, de esos que se pueden llamar “buenos católicos”, siempre que llega esta temporada siento una culpa inexplicable por un error que no cometí. Recuerdo despertarme —sudoroso— en plena madrugada tras tener pesadillas con Jesús. Con el monstruo de la crucifixión. Con la lanza que atraviesa el costado y hace que el agua y la sangre broten. Más me afecta pensar que toda la barbarie, el sometimiento y el abuso fue de gratis. Nada ha cambiado desde entonces. La guerra, la corrupción, la podredumbre y la violencia siguen ahí como ayer. Todos los Viernes Santos pienso en la parte recitada de Por Piedad: “hoy puedo decirte que tu muerte ha sido en vano/pues tus hijos se matan con su propia mano/tu obra ha terminado, desclávate por favor/ perdiste la guerra: el horror ya comenzó“.
Todos los Viernes Santos pienso —también— en Luzbel, esos locos que cantaban “por piedad, no lo soporto/ bájate de tu cruz/ por tu amor, te lo suplico/ bájate de esa cruz” sin miedo al qué dirán en un país mayoritariamente católico, que nunca pudieron entrar a la radio comercial a pesar de su calidad, que nunca le bajaron al volumen de su ruido y que nunca se fueron por la fácil. Pienso en esos locos que fueron acusados de satánicos, drogadictos y malas influencias y que nunca lograron llegar a los niveles que merecían. Pienso en ese concierto que la banda dio en Ciudad Juárez, Chihuahua, durante el 87 u 88 en plena Semana Santa. Pienso en los manifestantes religiosos que se aglomeraron afuera del teatro donde la banda del guitarrista Raúl Fernández Greñas iba a presentarse. Pienso en una secta religiosa oponiéndose a la presentación de Luzbel en pleno Domingo de Resurrección. Pienso en las veladoras puestas afuerita del auditorio y las pancartas que decían “no entren porque se van a condenar” para persuadir a los asistentes. Pienso en que Luzbel, como Cristo, merecía mejor suerte.