Cuando iba en la preparatoria en la materia de Historia tuvimos una clase sobre piratas. Recuerdo que mi maestra solía decir que, a pesar de que los piratas eran unos criminales sanguinarios y que hicieron mucho daño a la sociedad hispanoamericana, la cultura popular los revistió de una aura especial, creando una leyenda alterna del pirata romántico de espíritu libre.

No estamos insinuando que ocurra lo mismo con el Chapo Guzmán, aunque sí algo análogo. Su figura, dentro de la cultura del narco, ha sido motivo de muchas expresiones y creaciones artísticas y culturales. Los narcocorridos, los libros sobre él, y demás productos han convertido al Chapo en una figura que dista mucho del sanguinario líder de una de las organizaciones criminales más grandes del globo: el cártel de Sinaloa.

Quién hubiera dicho que aquél hombre de humilde origen, nacido en 1957, se convertiría en uno de los hombres más ricos e influyentes del mundo. Su fortuna fue valuada por la revista Forbes en el 2011 en mil millones y su organización criminal realiza negocios desde Argentina hasta África; desde los campos de cultivo de amapolas en Afganistán hasta las calles de Chicago; desde Europa hasta las Filipinas y su influencia es tan grande que se sabe que tiene tratos con las temibles triadas chinas.

Fue en la década de los 80 en la que encontró empleo en la organización de otra leyenda: Miguel Ángel Félix Gallardo, principal capo de la cocaína en ese entonces. Después, el cártel de Guadalajara se disolvió y sus miembros comenzaron a enfrentarse, fue entonces cuando el Chapo fundó el cártel de Sinaloa en su estado natal, ahí comenzó a enfrentarse contra otro tipo de cárteles como el de Tijuana.

En 1993 el enfrentamiento entre estos dos cárteles llegó a su punto más alto, cuando el 24 de mayo de ese año hubo una balacera en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, donde fue asesinado el cardenal Posadas Ocampo (crimen que sigue causando suspicacias dentro de la sociedad mexicana).

Ese mismo año, el “Chapo“ fue detenido en la frontera entre el estado de Chiapas y Guatemala. Lo llevaron al penal de Puente Grande y le dieron 20 años. Ahí dentro creció su poder y 9 años después, tras invertir millones de dólares en su escape, salió en el carro de la ropa sucia de los reclusos haciendo que el ingenio mexicano cambiara el nombre del penal para llamarlo «Puerta Grande».

Su escape demostró a la sociedad mexicana la perversa corrupción que reina en las cárceles de este país, pues en ellas el Chapo decidía el menú, era provisto de prostitutas y tenía comunicación con el exterior, misma que le permitió seguir manejando sus negocios a pesar de estar preso.

62 personas fueron encontradas culpables de complicidad con  el“ Chapo” en su fuga, entre ellos, reos, custodios, e incluso altos funcionarios como el entonces director del Cefereso, Leonardo Beltrán Santana.

Fue en la administración de Fox cuando escapó y no fue capturado sino hasta el día de hoy, es por eso que muchos creen que las administraciones panistas estaban vinculadas con él. En la Guerra contra en Narcotráfico de Felipe Calderón, se dice que los principales objetivos fueron los cárteles enemigos de Guzmán, de ahí que fuera tan sonado que el primero en felicitar a Peña después de la captura del narco fuera el presidente panista.

El Chapo era perseguido por los Estados Unidos y el gobierno mexicano. Nuestros vecinos del norte lo tenían como el segundo más buscado a nivel mundial después de Osama Bin Laden; subió de lugar después de la muerte del líder Talibán. Mientras que los estadounidenses daban 7 millones de dólares por información que revelara la ubicación y la captura del Chapo, el gobierno mexicano ofrecía 30 millones de pesos.

El País publica en uno de sus artículo el siguiente párrafo:

«“Es un hombre muy inteligente”, describe un funcionario mexicano. “Es un hombre de negocios”. El periodista Malcolm Beith, autor de The Last Narco: Inside the hunt for El Chapo (El último narco, en el interior de la cacería por El Chapo), afirma que la principal diferencia entre El Chapo y su principal socio, Ismael El Mayo Zambada, con el colombiano Pablo Escobar, el poderoso líder del cártel de Medellín, es que los mexicanos “no quieren tomar el poder político”, y manejan su negocio con la frialdad de un empresario»

Ya habían sido varios operativos estos últimos meses los que tenían como objetivo atraparlo, uno de ellos fue realizado en los Cabos y el escurridizo Chapo volvió a escapar, siempre lo pudo hacer, hasta el día de hoy.

Su existencia y modo de vida siempre fue un rumor, se decía que cuando fue a un restaurante sus allegados confiscaron los celulares de todos los presentes, pero el capo invitó la comida de todos los comensales. Los pequeños hechos como este, terminaron por construir a cuentagotas una imagen casi mítica, de un hombre cercano a la gente pero cuyo poder era gigantesco.

Su cártel tiene una funcionalidad a la que ya quisieran compararse muchas empresas mexicanas pues tenía una cobertura prácticamente universal.

Los piratas hicieron mucho daño al Imperio español, llegaron a masacrar e incendiar pueblos costeros de nuestro país. Las matanzas eran inmensas, pero, aún así, la imagen de los piratas fue transformada por el ideario popular. Eso mismo ha pasado con los narcos, los corridos que cuentan sus andanzas, las leyendas que se relatan acerca de ellos han transformado sus figuras, a pesar de los 70 mil muertos en la Guerra de Calderón, una parte de ellos, productos de los ajustes de cuentas del cártel de Sinaloa. Aún así, culturalmente, el Chapo es ésa figura escurridiza, casi picaresca, que habita en el ideario popular mexicano: el que no podía ser atrapado, el más grande y poderoso, el hombre cuyos brazos comerciales se extendían por todo el planeta, fue finalmente capturado hoy.

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