Por Diego Castañeda
Hace un par de días conmemoramos los 50 años de la llegada del hombre a la luna; es decir, el éxito de la misión Apollo 11. La carrera espacial durante la Guerra Fría produjo grandes avances tecnológicos; igualmente, gran conocimiento sobre nuestro universo. No obstante, algo que no se discute lo suficiente, y que de hecho es difícil estimar, es el impacto económico que la carrera espacial trajo sobre la economía mundial.
En una visión romántica e ideal de la ciencia, la razón por la que se realiza no es por el impacto económico de la misma; por el contrario, es por aprender cosas. Se busca adquirir conocimiento. Responder preguntas para mejorar nuestra condición. Sin embargo, la carrera espacial nunca fue un asunto romántico. La carrera espacial fue un escenario de competencia en el marco de la Guerra Fría. El objetivo no era aprender cosas sobre la Luna o el espacio. Se buscaba dominar una nueva esfera de potencial enfrentamiento militar.
Durante la segunda guerra mundial, Alemania fue el primer país en darse cuenta del potencial militar del espacio. El desarrollo de los cohetes V2 prometía un arma veloz y virtualmente indestructible, al ser difícil de interceptar. En la posguerra Estados Unidos y la Unión Soviética rápidamente llegaron a la misma conclusión. En 1957 la URSS lanzó el primer satélite, el Sputnik; con ello, por el temor de quedar atrás en el control militar del espacio, Estados Unidos comenzó un acelerado proyecto especial. Proyecto que hasta hoy en día existe. Y hace 50 años puso humanos en nuestro satélite natural.
Si bien todo este proyecto no salió del amor al conocimiento, sí produjo cuantiosas cantidades. No sólo sobre la Luna, sobre la tierra misma, permitiendo la mejor observación de nuestro planeta, su atmósfera, su clima. Incluso motivó el surgimiento de la conciencia ecológica en el mundo con las primeras imágenes del planeta visto desde el espacio; tecnológicamente, necesitó innovaciones que hasta hoy en día continúan: la miniaturización de los electrónicos, textiles, metales, telecomunicaciones, combustible de cohetes, los cohetes mismos (los cohetes Saturn V siguen siendo los más poderosos hasta la fecha).
Las industrias como la aeroespacial, electrónica, computación y otras tantas recibieron tanta inversión que desarrollaron enormes cantidades de innovaciones que terminaron en aplicaciones comerciales. Todo esto es extremadamente difícil de cuantificar. Son miles y miles de millones de dólares de valor agregado a los países directamente involucrados; asimismo, otros miles y miles más en derrames por todo el mundo conforme otros países adoptaron dichas tecnologías.
La carrera espacial y en específico los 50 años que se celebran son un símbolo del tremendo poder que tiene la ciencia. Incluso cuando no es por la ciencia misma que se realiza, sino para producir valor económico. Incluso si la exploración espacial hoy en día sigue siendo en buena parte por motivos de seguridad y de gran interés para potencias nacientes, como China o India, la industria aeroespacial y las relacionadas realizan enormes ganancias en el proceso. Países como la India han logrado en los últimos años lanzar misiones sumamente exitosas al espacio a un costo muy bajo.
El capital humano que los países forman al generar programas científicos que buscan ir al espacio de distintas formas es extremadamente rentable.
Aprovechando este aniversario, México debe reflexionar sobre el rol que la ciencia básica y sus aplicaciones tienen en generar conocimiento y alternativas para producir mayor valor agregado. La ciencia quizá no es la forma más rápida de generarlo, pero en el tiempo es una forma muy eficaz de producir innovaciones de forma constante; con ello, una economía mucho más dinámica.
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Diego Castañeda es economista por la University of London.
Twitter: @diegocastaneda