Por Uriel Salmerón

“Es que nunca terminamos por disfrutar la niñez”. Pienso lo mismo cada vez que llega esta época del año. Qué fácil era todo entonces. Cuando eres niño no tienes que preocuparte por la renta, por las facturas, por las cuentas, porque te caiga el SAT. Ni qué decir de las mensualidades, los pagos en abonos chiquitos, la dificultad de llegar a fin de quincena con algo de biyuyo en los bolsillos: por todos los demonios de la vida adulta, pues. Cuando eres niño y llega la Semana Santa nada más tienes que ocuparte de pasarla bien. No te apura encontrarle un sentido filosófico y existencial a la fecha. No cuestionas tus creencias ni le buscas chichis a la víbora. Las dos semanas son de asueto y punto. De dejar atrás las extenuantes sesiones de estudio —sí, cómo no—. Y a los compañeritos y las profesoras y al tedio. Dejar la vida misma atrás. Jesucristo habrá muerto por nuestros pecados, pero así también para nuestras vacaciones.

De acuerdo con la Secretaría de Educación Pública, 25.7 millones de alumnos y 1.2 millones de profesores, de 225 mil 919 escuelas —privadas y públicas—, comienzan sus vacaciones este lunes 10 de abril. Al igual que los panes y los peces en manos de Jesús, lo que debería ser sólo una semana de descanso, se multiplica por dos. La Ciudad de México —por lo general— se nos vacía en este periodo vacacional y se convierte en un animal distinto. Si eres de los —supuestamente— desafortunados que se quedan a trabajar en la capital mientras todos arman el acapulcazo, u otro viajecito playero, probablemente te sientes identificado. Durante estas dos semanas de ¿Semana Santa? parece que la CDMX funciona. El metro no está atiborrado como siempre, las principales arterias vehiculares de la ciudad fluyen como si no se trajeran altos los triglicéridos, y las plazas, los cines, los restaurantes y todo aquello que expide algún tufo de entretenimiento y recreación tiene algún huequillo disponible a diferencia del flujo ordinario de Chilangolandia.

En lugar de ver la falta de vacaciones de Semana Santa como una maldición —diosito, ¿por qué no dejas de apretar y terminas por ahorcarme?— este periodo puede servir para visitar, contemplar o hacer varias cosas que la sobrepoblación de la capital no permite a menudo. ¿Recuerdan cuando una bomba de neutrones cae en Springfield, todos sus ciudadanos se vuelven polvo o —zombies comecerebros— y Homero puede bailar desnudo en la Iglesia y hacer lo que se le plazca? Pues guardando proporciones, la Ciudad de México se nos convierte en algo parecido a los que nunca tenemos vacaciones cuando los demás salen de vacaciones. Como lector, seguramente esperabas una lista interminable de sitios que visitar en este receso de Semana Santa: “ve a las pirámides”, “a tal o cual museo”, “vive la magia del mariachi en Garibaldi”, “visita el mágico corredor Roma-Condesa, un punto de encuentro cosmopolita”, “disfruta de tal festival gastronómico”, “échate un clavado a tal feria de las tales nieves artesanales”.

Este texto tiene una recomendación mucho menos ambiciosa y, quizá, por lo mismo, más aterrizable. Esta Semana Santa no hagas nada más que comportarte como aquel niño que alguna vez fuiste. Aun mejor: como el niño extraño del salón —que quizá nunca fuiste— y sólo se dedicaba a contemplar la mínima parte del detalle más minúsculo de las cosas. Disfruta el vacío que la ciudad te ofrece esta semana. Disfruta la ausencia del tráfico, de la coordinada molestia de los cláxones, del transporte público saturadísimo. Disfruta cada pequeño detalle de esta semana, por más superfluo y vacuo que pueda parecer. Disfruta pero no te malacostumbres. Porque el efecto de la semanasanta —así, todo juntito— ya pasará y todo volverá a la normalidad. Y peor aún: regresarán los que sí tuvieron vacaciones para contarnos, durante todo el próximo mes, sobre sus vacaciones.

Imagen: Shutterstock

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