Por José Ignacio Lanzagorta García

La elección mexiquense cumplió con la expectativa de marcar el tono y punto de partida rumbo a 2018. Está bien, era su bastión, pero la idea de dar al PRI por muerto para la elección presidencial tal vez no sea lo más apropiado. La lección es clara: podrán ser lo peor, lo más corrupto, lo más ineficaz, lo más mafioso; el país podrá estar sumido en un panorama de impunidad, marasmo económico y violencia, pero ganarán si la oposición va fragmentada y si logran movilizar –bajo cualquier medio, peculado o violencia institucional– a sus bases clientelares. Y, hasta ahora, sólo se prevé eso: mucha corrupción y oposición fragmentada.

¿Va a ganar el PRI en 2018?

“No”, dirán inmediatamente los que han visto el próximo año como la mejor oportunidad de ver a AMLO en la Presidencia. Yo mismo esto creía hace unos meses. El problema es que, como en la elección mexiquense, los comicios presidenciales estarán atravesados por más de un tema central. En 2000, por ejemplo, el asunto crucial fue elegir entre el PRI y no-PRI. La candidatura de Vicente Fox consiguió votos útiles dado que la agenda de izquierda, representada por Cuauhtémoc Cárdenas, se marginó como fractura central del electorado. En 2006, en cambio, fue la gran disputa entre la izquierda y la derecha, con el tema PRI versus antiPRI no ausente, pero sí soslayado. En 2012 se nos mezclaron estas dos fracturas pero con un ingrediente particular: el castigo al gobierno de Felipe Calderón. Posiblemente, gracias a eso, el PRI consiguió de entre votantes de derecha y de una izquierda no partidaria de López Obrador, algo con lo que no contará en 2018: votos no clientelares

Así, el próximo año, hasta ahora, pinta una elección caracterizada nuevamente por las dos grandes fracturas del electorado mexicano, pero con una ramificación que, me parece, será crucial: la de una izquierda antilopezobradorista más nutrida. Al no contar con voto libre, el PRI podría enfrentar condiciones parecidas a las de 2006, salvo porque esta vez tiene en su poder todas las carteras del gobierno federal. El domingo pasado vimos que su sola maquinaria y nuestra tolerancia a su corrupción, puede ser suficiente a pesar de sus derrotas en otros estados. En el tema PRI vs anti-PRI parece que sólo será necesario conseguir muy poco más del 30% de los votos y listo.

Suena fácil. ¿Quién los tiene echados a la bolsa? Pensábamos que López Obrador. Pensábamos que si en 2000 fue el voto de derecha más el voto útil el que sacó al PRI de Los Pinos, ahora solo necesitamos el de izquierda. La experiencia de la elección mexiquense no deja la cosa tan clara ya.

En las últimas semanas hemos visto que AMLO, salvo por este extraño discurso condescendiente con la corrupción que podría ser un llamado a priistas desencantados con Peña y sus tecnócratas, no parece esforzarse en convocar más voto que el que ya tiene porque, asume tal vez, colectaría todo el voto de izquierda y con eso le basta. Bueno, el domingo vimos que ya no. López Obrador no parece planear ser el candidato que nunca ha sido y apelar a un elector promedio. Y la izquierda ha dejado de ser la cosa frágilmente monolítica que el hoy fallido proyecto perredista alcanzó por algún tiempo.

Luego de muchas mofas a la insignificancia del PRD tras la escisión morenista, llegó a la elección mexiquense con un Juan Zepeda. Desde Morena, le reprochan todo. Traición. Jugarle al PRIAN. Que el plumaje de Zepeda parece que sí se ensucia tantito. Pasada la elección, lo culpan de su derrota. Le reprochan que el PRD celebre su propia derrota. Le reprochan que alcanzó una votación similar a que siempre ha tenido en esa entidad. Es seguro que el PRD mismo esperaba implotar, pero no. Le reprochan que le sorprenda su supervivencia. Le reprochan que sus votos no fueron suyos.

Con esto, López Obrador y Morena no parecen, finalmente, haber heredado el monopolio de la izquierda, como llegó a parecer en los primeros años de su irrupción en la escena partidista. Y, al contrario, parece haber abierto un nuevo canal para el surgimiento de nuevos liderazgos que eran inhibidos ante la enorme viabilidad electoral de López Obrador y las cuotas de las facciones. Si un Marcelo Ebrard no encontró espacio en 2012, la partidización de la hostilidad lopezobradorista a cualquier otra alternativa, libera muy parcialmente el corsé de la izquierda.

El panorama es, entonces, trágico. Un 2018 con una oposición tan fragmentada, nos devolverá al mismo PRI que alcanzó 8 puntos de aprobación en esta administración. La derecha, AMLO, otra candidatura de izquierda, la vocería del CNI –probablemente convertidos en votos nulos–  y algún par de candidaturas independientes, pulverizan la posibilidad de sumar ese 30 y tantos que se necesita para vencer el mugrero priista.

¿Habrá alianzas? Para los simpatizantes de Morena es claro: esa otra candidatura de izquierda simplemente no debe existir o será traidora. Mucho les ha costado trabajo aceptar que el antilopezobradorismo ya no es sólo de derecha o priista, sino también de izquierda. No está fácil. Para el PRD es claro: si no es con AMLO, necesitarán los votos de la derecha. ¿Pero ellos les darían los suyos a una candidatura panista? Difícil, pero no imposible. ¿Y el PAN? ¿Se sumaría a una candidatura de izquierda si representa el “Vicente Fox” de este 2000 o terminarán destrozados entre calderonistas, anayistas, morenovallistas y los que se sumen? Empieza la larga contienda electoral.

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José Ignacio Lanzagorta es politólogo y antropólogo social.

Twitter: @jicito

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