La música sirve, en la mejor de sus formas, para hacernos preguntas sobre nosotros mismos y sobre el mundo que habitamos. Esas preguntas no siempre son gratas, a veces nos confrontan con nuestras creencias o sentimientos con dureza. Uno de los artistas que más preguntas se ha hecho (y nos ha hecho) a lo largo de su carrera es Bob Dylan.

Una de sus preguntas más famosas está al centro de “Like a Rolling Stone”, la canción que escribió a los veinticuatro años. “How does it feel?” ¿Cómo se siente?

En pleno 2013, Dylan decidió comisionar a la compañía digital Interlude junto al joven director israelí Vania Heymann para publicar un video interactivo de ‘Like a Rolling Stone’. El clip cuenta con dieciséis canales en los que aparecen diversos protagonistas de la cultura popular en múltiples situaciones. La norma en todos es que aparecen haciendo playback de la canción.

La pieza tiene casi 50 años de edad y jamás tuvo un clip que la acompañara. ¿Por qué ahora? ¿Por qué así? Probablemente jamás lo sepamos. Las pocas entrevistas que Dylan ha concedido a lo largo de su vida son confusas -a propósito- y lo envuelven en un halo de misterio que ya es prácticamente imposible concebir en estos tiempos donde los artistas son celebridades accesibles e inmediatas.

Por otro lado, no suele ofrecer explicaciones sobre sus formas y modos. La gente se sorprende cuando en sus conciertos es imposible cantar junto a él, pues las versiones que interpreta son completamente libres, lejanas de las originales y de ruta impredecible. Así que estamos solos con los dieciséis canales que forman este video. Sin guía, sin dirección. El video es ya un fenómeno. Rolling Stone reporta que en su primer día registró cerca de un millón de views y que la compañía productora se ha visto sobrepasada por la cantidad de correos de cadenas televisivas que quieren que sus shows sean incluidos en alguno de los canales. Casi parece que están construyendo un nuevo formato. Como construcción narrativa, el concepto es único e interesante. Pero eso es sólo la forma.

Hay que pensar en el fondo. En lo que nos hace sentir. ¿Qué dice de nosotros, de nuestro mundo, de nuestros valores? No hay forma de verlo de la misma manera. Cada visita a sus canales ofrecerá una mezcla distinta de emociones.

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¿Cómo ha mutado “Like a Rolling Stone”?

En una pieza fundamental para poner el dedo en la llaga. La piedra que no ha dejado de rodar. En 1965 refería a una chica altiva y su incapacidad para adaptarse a su reciente pobreza económica con las precarias armas de su pobreza espiritual. En 2013, esa chica somos todos nosotros. Los que participan en reality shows degradantes, los banqueros despiadados de Wall Street, el soltero codiciado y las mujeres que lo acechan, las minorías ricas usando el pretexto democrático para seguir controlando el dinero, la cocinera del postre decadente, las adolescentes obsesionadas con la moda. Cada uno de los dieciséis canales es una pedrada sin concesiones. Seamos espectadores o participantes. 

La chica, nosotros, nos enfrentamos una vez más a la soledad, esta vez inducida por un control de televisión donde hacemos zapping sin detenernos, tratando de no pensar, de distraernos al infinito en un universo que, a pesar de contar con cada vez más posibilidades, se reduce a cada paso junto a nuestra capacidad para asimilar y reflexionar sobre nuestro mundo interior y exterior, cada vez más difuminado entre las barreras de lo ‘real’ y lo ‘virtual’.

Hay quienes buscan a la música como una anestesia, como una especie de ruido de fondo que les impida pensar en lo verdaderamente importante. No está mal ni bien. Hay canciones cuyo propósito es precisamente ése, la distracción. Sin embargo, el repertorio de Dylan no funciona así. Es inyección que despierta al escucha que atiende.

La música de Dylan, en 1965 y en 2013, nos dice algo acerca de nosotros mismos que ignoramos. ¿Qué es? ¿Cómo se siente?

Por: Luli Serrano Eguiluz

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