Desde la semana pasada circula en librerías mexicanas Pistas falsas, la primera novela de Néstor García Canclini, publicada por Sexto Piso. Canclini incursiona así en la ficción tras una larga carrera en las ciencias sociales. El lector atento notará la deuda que esta novela tiene con las estrategias tanto de Marcelo Cohen, el escritor argentino que ha creado un universo narrativo ubicado en un futuro sudamericano (cuyo centro es el “Delta panorámico”), como de la vigorosa obra ensayística de Graciela Speranza (quien, junto a Cohen, dirige desde hace dieciséis años la revista Otra parte). La anécdota de Pistas falsas es más bien sencilla: es un periplo académico que lleva a su protagonista, un antropólogo chino, por una especie de tour académico que atraviesa coordenadas entre Argentina y México, pero esa es apenas la excusa para desarrollar una “novela de ideas”, un género que, en los tiempos que corren, no goza de buena salud. Como en muchas novelas de Cohen, en esta primera de Canclini la visión futurista no se permite la prescripción o la adivinanza sobre el mañana: al contrario, hay una constante tensión entre, dadas las condiciones, suena como algo posible, pero también como un imaginario disparatado y divertido. Pero el futuro de Canclini es más bien inmediato (se desarrolla en 2030) y sirve como un escenario en el que el presente sencillamente se ha vuelto más intenso. El resultado es una novela tan entretenida como preocupada por los problemas políticos y socioeconómicos que ya se ven en nuestro horizonte.
Aunque el relato es bastante sencillo –insistamos en que es el paseo de un académico, que se demora en un encuentro amoroso–, también crea una interesante distancia con los modos y la lengua española de Latinoamérica (el académico, recordemos, es chino). También aquí se notan algunos de los aprendizajes que Cancilini ha hecho de Cohen, como concede: “Sí, leo desde hace años con mucha admiración los relatos de Marcelo. Él tiene, además de esa capacidad para la literatura de anticipación, una habilidad para trabajar con el lenguaje, creando palabras que nos parecen próximas y que creemos entender parcialmente. Son de una enorme fuerza y sugerencia. He leído también trabajos de él sobre la traducción, que es un trabajo de oscilaciones, aunque él no lo diría precisamente así. El ejercicio de repensar en distintas lenguas es lo que lo ha habilitado para crear esos juegos ficcionales, y no sólo en cuestión de personajes y trama, sino especialmente en la construcción sintáctica y la invención de palabras”.
Con todo, debe advertirse que se trata de una novela escrita por alguien formado en las ciencias sociales: las preocupaciones no se encuentran necesariamente en el desarrollo de un personaje dramático. “Se me ocurren varias implicaciones de eso”, explica Cancilini, “una de ellas es pasar del ensayo a la ficción y de las ideas a la acción. Lo fui percibiendo en las primeras versiones de la novela. La publicada cuenta con más acción y diálogos que no estaban en las primeras. También me importaba que no fuera un científico social occidental o latinoamericano que se asombra de China, sino al revés. Muchos escritores o críticos llegan a conocer muy bien la lengua española pero siempre hay dudas: esa certeza o incertidumbre que hace que uno se pregunte por la lengua. Es lo que define a mi personaje. Y no sólo por la lengua sino que también se pregunta por las situaciones, y no siempre necesariamente por ser distintas, sino por las repeticiones que hay entre ambas sociedades. Las descripciones del tráfico en la Ciudad de México, por ejemplo”.
¿Pero de qué ideas hablamos en esta novela? Tal vez convenga rastrear algunas de ellas hasta uno de los libros más conocidos de Canclini, La sociedad sin relato (de 2010), un estudio que cuestiona los extraños criterios que han utilizado instituciones como la UNESCO para determinar en qué consiste el patrimonio de las sociedades contemporáneas, inmateriales o no. Es una pregunta que cobra especial importancia ante el régimen tanto estético como laboral del trabajo en redes, problemática herencia de la modernidad. Las ciencias sociales parecen quedarse mudas ante fenómenos globales que ponen en jaque los alcances de lo cultural, lo político e incluso lo tecnológico: es un fenómeno así de complejo el que esta ambiciosa novela pone sobre la mesa. Pero, ¿qué puede la ficción que no haya podido hacerse desde la teoría? ¿Por qué volver a estas ideas desde la literatura? Un subrayado de Pistas falsas: la literatura es capaz de dar cuenta de “aquello que no consolida un significado socialmente compartido”. ¿Está allí la clave para volver a estas ideas pero desde la literatura? ¿O sólo ayuda a avanzar estas estampas que consolidan una trampa, no, una trama? Dice Canclini: “Me gustaría partir de ese juego involuntario entre trampa y trama: el recurso a la ficción tiene como motivación descubrir, como le ocurre a tantos científicos sociales, que encontrar una trama de lo social es, en realidad, una trampa. Es una construcción para apresar al investigador. La referencia a La sociedad sin relato como antecedente me importa porque esta ficción no sería posible si creyéramos que existe un relato que explique paradigmas existentes u objetividad universal a la que aspiraba la ciencia en otros momentos. Entonces, ¿qué hacer con narrativas distintas que coexisten? Esas interrogaciones se tratan en la novela con más soltura y más riesgo. Es un juego”.
También tendría que subrayarse, finalmente, que Pistas falsas se permite un mestizaje (como es típico en el género de la novela) con otros géneros literarios, incluyendo la correspondencia. Aquí, por ejemplo, las cartas de Julio Cortázar cobran una inusitada importancia (y no sorprenderá: Canclini es autor, también, de Cortázar, una antropología poética). Como ocurre con los consumidores de viniles o películas en VHS, el recurso desenmascara una especie de regresión nostálgica. Se trata de otro de los rasgos del protagonista: su necesidad por decir algo que sólo puede decirse cuando no estamos frente a frente, y sólo por escrito.
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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en Caín y colaborador en La Tempestad.
Twitter: @guillermoinj