Por José Acévez
Hace una semana desaparecieron en Tonalá, Jalisco, Javier Salomón Aceves, Marcos Ávalos y Daniel Díaz, tres estudiantes de cine de la Universidad de Medios Audiovisuales de Guadalajara. El caso ha conmovido profundamente a la capital jalisciense y a todo el país porque, como en cualquier caso donde hombres armados interrumpen tu vida para “levantarte”, debe conmover e indignar.
Sin embargo, el episodio de los tres estudiantes de cine ha tenido un impacto particular, el cual se intensificó porque, días después de su desaparición, se sumaron otras dos demandas de estudiantes de la Universidad de Guadalajara ilocalizables. Estos dos casos han sido resueltos: Susana Carolina Gutiérrez fue encontrada con vida y, cinco días después de su desaparición, el cuerpo de César Ulises Arellano fue hallado colgado de un árbol en la Barranca de Huentitán. Al parecer y según lo declarado sin tener los informes periciales por Aristóteles Sandoval, el gobernador del estado, el joven cometió suicidio. Las interrogantes sobre cómo sucedió el proceso de la investigación y se llegó a tal conclusión son abundantes; sin embargo, cada vez aparecen más pruebas de que sí fue así. El caso de César Ulises da para una reflexión aparte, por lo que sólo remitiría al exhorto de la Universidad de Guadalajara: exigir a la Fiscalía de Jalisco que transparente la investigación.
Así, en esta vorágine de desaparecidos, la sociedad civil jalisciense y varias organizaciones estudiantiles han salido a las calles para exigir a las autoridades el regreso con vida de los jóvenes. Las redes sociales y el espacio público se han llenado de los rostros de los tres estudiantes y la indignación ha sido difundida por canales tan populares como la cuenta oficial de Twitter de Guillermo Del Toro. A pesar de que la respuesta de las autoridades ha sido torpe e ineficiente, la presión civil ha provocado que el gobierno del estado se concentre en el caso y esté al pendiente. Tanto que, en la rueda de prensa donde se informó del suicidio de César Ulises, las preguntas de los reporteros estuvieron enfocadas a los tres desaparecidos.
Lo cierto es que, ya sea por las declaraciones de Guillermo del Toro, por el nivel socioeconómico que se asocia con un estudiante universitario o por muchos otros factores, las desapariciones de estos días activaron una urgente indignación que los jaliscienses (y los mexicanos en general) tenemos intocable y olvidada. El caso provocó una consternación generalizada que nos recordó que Jalisco es una de las entidades federativas con mayor número de personas desaparecidas (en 2016 se tenía el registro de 2,444 y la Fiscalía General del Estado señala que existen denuncias de 3 mil 206 desaparecidos) y que no sabemos qué hacer con esa realidad (ni política ni social ni simbólicamente). Con Javier, Marcos y Daniel sentimos el aliento del monstruo para recordarnos cuán cerca está, cuán amenazante y enorme es.
Estos días de indignación nos han servido (en especial a los jaliscienses) para atender nuestra cínica indiferencia ante una realidad que trastoca a miles de familias diariamente. Cuando Aristóteles Sandoval indicó que se daría un millón de pesos de recompensa a quien diera información para localizar a los estudiantes desaparecidos, las voces de quienes llevan meses y años buscando a sus familiares y luchando por encontrarlos se hicieron escuchar (nuevamente). ¿Será que el gobierno jalisciense no tiene tantos millones para recibir información de tantos casos? ¿O será que sintió la presión de la ciudadanía y sólo entonces reaccionó? Y entonces, ¿por qué no ha reaccionado con las otras vidas no localizadas? ¿En qué reside la diferencia?
Días después, Sandoval se retractó y aseguró que el millón sería entregado a quien diera información sobre cualquier caso denunciado ante la Fiscalía Especializada en Desapariciones, que como nos recuerda el periodista Darwin Franco, es una institución sin titular que ha hecho poco o nada para desempeñar el trabajo que se le ha asignado. Para el analista Enrique Toussaint, estos días en Jalisco han significado un antes y un después: ya no nos tragaremos (o no tan fácilmente) las explicaciones de siempre y estamos dispuestos a reventar esa burbuja de falsa paz que es, sobre todo, rentable para los políticos. En un acto simbólico, el monumento a los Niños Héroes en Guadalajara —ese mito nacional— fue rebautizado como “La glorieta de las y los desaparecidos en Jalisco y en México”.
Y es que si culpamos a las víctimas le hacemos el trabajo al gobierno. Si decimos: “seguro andaba en malos pasos”, justificamos que las autoridades no se responsabilicen, no investiguen, no velen por nuestra seguridad. Total, “se lo merecían”. ¿Y qué tal si no se lo merecían? ¿Y qué tal que lo que está podrido son esos acuerdos sociales que tienen a unos muy arriba y a muchísimos más muy abajo? ¿Y qué tal que nos damos cuenta que sistemáticamente nos estamos matando?
Bajo este contexto, incluyo una nota complementaria: el documental La libertad del diablo de Everardo González estrenado el año pasado en el Festival de Cine de Berlín es un retrato puntual, crudo, conmovedor y abarcador del necro-sistema que nos tiene sumidos en una ceguera voluntaria. Porque somos incapaces de imaginar dónde y cómo están esos cuerpos desaparecidos. Y, si lo imaginamos, inmediatamente queremos huir de tan insoportable horror.
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José Acévez cursa la maestría en Comunicación de la Universidad de Guadalajara. Escribe para el blog del Huffington Post México y colabora con la edición web de la revista Artes de México.
Twitter: @joseantesyois