En la estrategia de seguridad empleada en México es frecuente que las mujeres sean detenidas durante arrestos en grupo y acusadas de ser novias de delincuentes y cómplices de actos delictivos, sin que existan pruebas sólidas que respalden esas acusaciones. Se les considera de fácil detención y las mujeres sometidas a ese tipo de violencia son en su mayoría jóvenes y proceden de entornos con bajos ingresos.

La discriminación a la que se enfrentan a causa de su género, su edad y su situación socioeconómica incrementa su riesgo de ser detenidas arbitrariamente y sometidas a tortura u otros malos tratos. La más reciente investigación de Amnistía Internacional revela estos alarmantes niveles de tortura por parte de policías y fuerzas armadas en nuestro país. Este es apenas un caso de miles.

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Verónica Razo evita cerrar los ojos cuando está dentro de su celda. En ese cuarto donde el sol es apenas una rendija, se le dificulta evitar la oscuridad. Trata de escapar de aquel miércoles 8 de junio de 2011 en el que le robaron el alma; cuando seis hombres —empuñando armas largas— la subieron a la parte trasera de un auto, a unos cuantos pasos de su casa, para después golpearla, torturarla, violarla —uno tras otro— y, finalmente, acusarla de secuestro. Verónica evita cerrar los ojos para no pensar en aquel día en el que la Policía Federal la hizo una muerta en vida.

“Esos anillos se los voy a dar a mi novia”, le decía uno de los secuestradores que la levantó —un policía sin uniforme— mientras se dirigían a un cuartel sobre Avenida Legaria, en la delegación Miguel Hidalgo. Allí le hicieron firmar una confesión, pero sólo lo lograron después de 24 horas de golpes en el estómago, choques eléctricos, asfixia con bolsas, amenazas —“si no firmas, vamos a ir por tu mamá y tus hijos”— e incluso presenciar un asesinato.

Después de ser interrogada por policías y agentes del ministerio público —y de haber firmado la confesión que la ligaba con un grupo de delincuencia organizada—, Verónica se desmayó y la tuvieron que llevar al hospital. A pesar de que los vecinos de Lucas Alamán, en la colonia Centro, vieron la manera en la cual se la llevaron a la fuerza el 8 de junio —vestidos de civiles, armados, sin orden de aprehensión y sin informarle a la detenida los cargos que se le amputaban—, los policías declararon que la habían detenido el 9 de junio, ya con la confesión firmada.

Según el Instituto Nacional de Estadística, la tortura y otros malos tratos eran la segunda violación de derechos humanos más denunciada en México. Los datos muestran que, en 2013, se habían presentado en todo el país más de 12 mil quejas de tortura y otros malos tratos: de los cuales 3 mil 618 caso son mujeres, como Verónica.  Así lo demuestra el informe titulado: “Sobrevivir a la muerte: Tortura de mujeres por policías y fuerzas armadas en México”, que puedes consultar aquí.

Berta, su mamá, fue al ministerio público apenas la alertaron sobre el secuestro de su hija. Habían estado juntas todo el día, hasta que se separaron por unos minutos. Ella estacionaba su auto en Lucas Alamán, la calle donde vivían, mientras Verónica iba con rumbo a su casa; hasta que un grupo sobre un auto azul metálico la subieron a la fuerza a la vista de todos los vecinos. Berta fue al ministerio público sólo para recibir negativas y candados burocráticos. “¿Tiene testigos? Pues traiga testigos, si no, ¿cómo va a identificar?”, fueron algunas de las respuestas que recibió cuando buscó denunciar.

Un arraigo de 40 días se duplicó, y eso sería el inicio de esta pesadilla que terminó por llevarla a diferentes centros penitenciarios. Al CEFERESO de Mexicali, en Baja California, donde cumplió el primer año y medio de su condena. Después pasó tres años en una árida celda de Tepic, Nayarit. Y ahora, gracias a la gestión de su madre y varias organizaciones, han logrado trasladarla a Morelos, donde al menos está más cerca de los suyos en esta lucha.

Granitos rojizos ahora resbalan por todo el rostro de Verónica y se extienden a lo largo de su cuello con menos intensidad. Su hijo dice que la irritación parece a la que resulta después de rascarse muy seguido. En estos cinco años ha cambiado mucho —ahora luce hinchada, es más seria y aun más desconfiada—a diferencia de su proceso judicial donde todo sigue igual: ni sentencia ni liberación.

Verónica y su familia han levantado la voz para denunciar el abuso que ha sufrido. En la próxima entrega de este reporte, la madre de Verónica relata las complicaciones del proceso, los abusos que ha enfrentado y cómo encontró la ayuda de Amnistía Internacional para mejorar las condiciones en las que su hija ha pasado los últimos cinco años.

 

FOTOS: GETTY IMAGES

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