El desconsolado chico de Chaplin, llorando con los brazos extendidos, suplicante, angustiado y vulnerable es una de las imágenes más tristes que haya visto pasar por una pantalla.
El misterio de por qué, después de tanto tiempo de haber sido estrenada, esta pieza nos sigue fascinando es fácil de entender: resumidos en un solo cuadro, en un solo rostro, se cifran tres personas. el propio niño; el padre, fuera de cuadro, a quien observa directamente y que impotente mira, a su vez, la escena; y, por último, al propio Chaplin detrás de la cámara, cuya infancia pasó en la pobreza.
En efecto, la niñez del cineasta, quien más tarde inmortalizaría la imagen del vago con bastón y bigote, transcurrió en un continuo peregrinaje entre la casa de una madre que más tarde moriría loca y que se esforzaba por convertir las miserables cenas en momentos llenos de comedia. Más tarde, el chico sería arrancado de sus brazos y llevado a casas de trabajo.
La película de 1921 sirve como estampa de esa miserable, aunque a veces dulce, niñez. La cinta comienza con una mujer soltera y pobre que, tras ser expulsada de un hospital de caridad con su recién nacido en brazos, atormentada decide dejarlo en un lujoso auto frente a una bella casa. Al niño lo acompaña una nota que dice “por favor, cuide y ame a este niño huérfano”. Instantes después, unos ladrones roban el auto y abandonan al niño en un callejón.
El vago Chaplin, que siempre parece estar en el lugar adecuado, como salido de la nada, lo encuentra y, tras varios intentos por deshacerse de él, descubre la nota y decide cuidarlo y criarlo como un hijo. Juntos se ganan la vida cambiando ventanas y viviendo en un cuarto pobre. Una tarde, el chico cae enfermo y el vago no ve otro remedio que llamar al doctor. El médico, preocupado por el orden social y la salud del niño, descubre que no es hijo del vago y llama a un policía, quien finalmente arranca al chico de los brazos de aquel hombre. Tras intentos tan graciosos como desesperados de reencuentro, el vago y el chico deberán enfrentar un mundo que lo último que parece comprender es el amor.
Con esta película, perfecta mezcla entre gracia y angustia, Chaplin desea recordar, reconstruir y dotar de sentido tanto a su propia infancia como a la muerte de su hijo, nacido prematuro, que falleció días antes de comenzar la producción. El divorcio de su primera esposa, Mildred Harris, madre de ese bebé, provocó que la película y sus derechos fueran peleados legalmente por ambos.
Tras rodar la película y al saberse perseguido por abogados y autoridades, Chaplin tomó una decisión tan absurda y divertida como desesperada: esconderse con su equipo en un cuarto de hotel en Utah para realizar la edición de la película, cortando y pegando celuloide entre camas y baños. A pesar de estas adversidades y retrasos, Chaplin pudo estrenar la película en 1921. La música definitiva del filme que podemos ver en la actualidad llegaría 50 años más tarde, compuesta por el propio Chaplin.
Aquel chico, mezcla de Chaplin y su hijo, fue encarnado por el pequeño Jackie Coogan, quien un año después interpretaría a otro huérfano, Oliver Twist, y que en los años sesenta diera vida a otro inmortal de la comedia: el tío Lucas de los Locos Adams. Algunos rumores dicen que antes de rodar, Chaplin le describía imágenes tristes, de suerte que la actuación del niño fuera perfecta. Jackie se convirtió en el niño actor mejor pagado de su época. Sin embargo, los más de 4 millones de dólares que ganó durante su carrera nunca llegaron sus manos: sus padres los reclamaron. Su caso inspiró la llamada Ley Coogan, que protege los derechos de los actores menores.
La razón por la que las películas de Chaplin siguen arrancando lágrimas, risas y reflexión es su peculiar y brillante humor, que se mueve con agilidad y que conmueve a través de capas que van desde los más sencillos elementos de clown (perfeccionados con maestría inigualable) hasta una crítica mordaz e irónica de las instituciones morales, políticas y sociales.
Hay en su trabajo la demostración de un profundo conocimiento del hombre, el de su época o de cualquier otra. Se trata de una mezcla, en ocasiones armónica, muchas otras contradictorias, de amor, ternura, violencia, justicia y abuso.
Con seguridad, The Kid de Charles Chaplin es una de las obras más divertidas y conmovedoras de la historia del cine. La frase introductoria del filme la describe con sencillez y precisión: “Una película con una sonrisa y, quizá, una lágrima“.
Tú puedes ver The Kid y otras de las películas más emblemáticas de Chaplin en el ciclo que Cinépolis y la Cineteca Nacional han armado con la intención de celebrar los 100 años del más irreverente vago de la pantalla grande. Entra al micrositio cinepolis.com/chaplin para conocer detalles de horarios y fechas de exhibición. Si prefieres vivir la experiencia Chaplin en casa, puedes ver The Kid el resto de las películas del ciclo a través de KliC.