Por Diego Castañeda

En El Gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald escribió una línea muy famosa: “los ricos son diferentes de ti y de mí”. La novela data de 1926, pero esas palabras siguen siendo tan ciertas como en ese entonces. No es casualidad, la desigualdad económica hoy en el mundo es prácticamente tan alta como  en aquel tiempo.

leonardo di caprio

A lo largo de los últimos dos meses un par de reportes nos han dado un nuevo y alarmante panorama sobre la desigualdad global. El primero, en diciembre, fue el reporte global sobre desigualdad (WIR por sus siglas en inglés) que se presentó en París; el segundo, el reporte sobre desigualdad global de la organización internacional OXFAM “Reward Work Not Wealth” que se presentó en el marco del Foro Económico Mundial en Davos, Suiza.

Los dos reportes apuntan hacia la aceleración de la desigualdad en el mundo, algo que Oxfam llama “crisis de desigualdad”. Oxfam reporta que el 82 por ciento de toda la riqueza que se creó durante 2017 terminó dentro del 1 por ciento de las personas, y 0% terminó en manos del 50 por ciento más pobre de la población global. Para el equipo del WIR, entre los que destacan son los famosos economistas Thomas Piketty, Gabriel Zucman, Lucas Chancel, Emmanuel Saez. De continuar con esta tendencia de creciente desigualdad, en el futuro veremos niveles de desigualdad del siglo XIX y, peor aún, los esfuerzos por combatir la pobreza en el mundo se verán en peligro.

De seguir esta ruta, la riqueza del 1 por ciento llegará a niveles que rondaría el 40 por ciento de toda la riqueza global en el año 2050, mientras que la clase media global y los más pobres perderían terreno. Los efectos de la desigualdad son indeseados, Oxfam habla sobre el peligro de la captura política producto de la desigualdad. La enorme acumulación de ingreso y riqueza en manos del 1 por ciento en todo el mundo les da un poder de influencia sobre las decisiones de la vida pública enorme, la posibilidad de influenciar a los Estados para concentrar más riqueza y, con ello, más poder. Es lo que un creciente número de economistas suele llamar como la plutocracia global.

desigualdad económica
Foto: Shutterstock

México está en el centro de esta destructiva dinámica. La distribución del ingreso en México se comporta casi como la distribución global. Esto quiere decir que si en una línea recta imaginaria pusiéramos a todos las personas del país desde el ingreso más bajo hasta el más alto encontraríamos que las posiciones de los mexicanos coinciden más o menos con las posiciones de la media del mundo. Las personas más pobres de México se encuentran entre las personas más pobres del mundo y las personas más ricas de México se encuentran entre las personas más ricas del mundo.

En México la desigualdad es creciente porque no hacemos nada para combatirla. El gasto público en México prácticamente no tiene efectos redistributivos, los impuestos a los más ricos son bajos, 35 por ciento siendo los más altos y, para hacer el asunto más grave, no contamos con herramientas básicas como los impuestos a herencias y legados (enfocados a los más ricos) y tratamos de forma diferente los ingresos de las personas. Una persona que obtiene todo su  ingreso de ganancias de capital (acciones, especulación, etc.) y otra que lo obtiene de su trabajo, aunque ganaran lo mismo, el primero pagaría apenas una tasa del 10 por ciento de impuestos mientras que el segundo tendría que pagar con toda seguridad una tasa más alta por su trabajo.

Por estas razones, Oxfam México presentó un decálogo de acciones que deberíamos adoptar como país si deseamos combatir la desigualdad. Un sistema de seguridad de social universal para igualar oportunidades entre las personas, un mayor gasto en educación en los estados que tienen más carencias, una política industrial que produzca empleos bien remunerados y que disminuya las disparidades regionales, impuestos mejor diseñados y el restablecimiento del impuesto a la herencia y la mejora del impuesto al capital, el combate a la corrupción, entre otras.

Lo que Oxfam nos dice es que mejorar la calidad de vida de los habitantes del país requiere que contemos con los recursos suficientes para invertir en el país y que los usemos bien, nos dice que el desarrollo es un asunto bastante caro y que si no queremos ser un país tan lleno de injusticias debemos aspirar a rediseñar casi por completo nuestra relación con el Estado y nuestro entendimiento de los problemas que representan la desigualdad.

En los últimos meses, con el WIR y el reporte de Davos, hemos observado cómo la desigualdad es un problema cada vez más fuerte, es previsible que continúe así durante el corto y mediano plazo. Pero hoy ya no podemos ignorar el tema, debemos discutirlo y comenzar a ejecutar soluciones. Nosotros somos los principales afectados, nosotros somos los que en un mundo donde sólo el 1 por ciento puede dictar la agenda terminamos siendo excluidos y pagando los costos de un mundo crecientemente injusto.  

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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