En esta entrega me gustaría democratizar un poco la visión sobre la teoría y la academia dando voz a diferentes tipos de lectores (entre creadores, críticos y booktubers) que expresan sus opiniones acerca del tema. Como veremos, las opiniones están divididas entre los que apelan por una teoría indispensable para hablar de la literatura y los que piensan que se puede prescindir de ella; entre los que conciben la academia como un recinto político y abierto y los que la conciben, por el contrario, como un espacio cerrado y especializado. Lo importante es que cada uno esgrime puntos que nos ayudan a mejorar tanto la pésima situación de la crítica actual aparecida en las páginas de los lamentables suplementos culturales cada vez más monotemáticos, sectarios y comercializados que promueven a ciertos lectores que, creyendo que descubren el hilo de Ariadna, proponen ideas que bien pudieron firmarse hace 100 años, y otros que, acelerados por el ansia de la novedad, agotan el presente con “post-conceptos”.
Ésta fue la premisa y la pregunta que les hice a los encuestados:
La encuesta trata sobre todo de la teoría (literaria) y del hecho que en el país (a diferencia de otros como Argentina o Francia) se rechaza su discurso, tanto en las publicaciones culturales como en las conversaciones intelectuales por ser “especializado”, “académico”, “hermético”, y se aprecia más otro tipo de crítica como la impresionista, la reseña, el argumento del gusto, etc. Personalidades como el crítico Christopher Domínguez Michael y hasta escritores renombrados tienen una opinión muy negativa de la teoría. ¿A qué atañen este fenómeno?
En primer lugar, habría que notar que, en México, la oposición entre quienes rechazan el discurso teórico y académico y quienes lo defienden es generacional, o eso me parece. Creo que hay una relación entre el síndrome de la híper-especialización que desde hace unos años padecen las humanidades y la necesidad de incluir el discurso académico y teórico en el debate público literario actual. Lo que algunos llaman “crítica impresionista” está escrita por gente que, en su época universitaria, no vivió la precarización del trabajo intelectual que sí vive mucha gente actualmente que entra a los doctorados para recibir una beca fija durante tres o cuatro años, pero que después de graduarse tienen pocas alterativas para encontrar espacios laborales estables. Esto no significa que el discurso teórico pertenezca esencialmente a los jóvenes –hay mucha gente joven publicando reseñas en suplementos y revistas cultuarles que nunca ha abierto un libro de teoría (luego allí entran otras preguntas como: ¿Qué significa ser joven en el campo literario en México?). En segundo lugar, el rechazo al discurso teórico y académico se origina, creo, de una fobia a la escuela de Frankfurt de los años sesenta, al post-estructuralismo de los setenta, y a los estudios culturales. Creo que cuando críticos nacidos en los años sesenta se refieren a teoría, están pensando en uno de estas tres corrientes. Cuando yo empecé la universidad, en 1999, había profesores que defendían la autonomía del discurso teórico (post-estructuralismo) a niveles absurdos, abogando incluso por la eliminación de los estudios literarios. En el caso de los estudios culturales y la escuela de Frankfurt, creo que lo que molesta es su apertura hacia otro tipo de disciplinas y productos culturales. La idea de que la literatura se basta a sí misma (una idea también basada en corrientes teóricas, por otro lado) está fuertemente arraigada en críticos y periodistas culturales que escriben sobre libros como si opinaran en un taller literario (eso es otro tema: el trabajo doble que tienen que hacer muchos escritores que, además de hacer literatura, tienen que escribir reseñas para pagar la renta). Lo que creo que no se entiende es que cualquier discurso sobre la literatura está fundamentado en presupuestos teóricos, incluso al nivel más básico cuando se habla de personajes, narradores, versos, métrica, etcétera. Por último, creo que es natural que en un ambiente como el mexicano, donde la prensa cultural, los suplementos y las revistas confunden los homenajes y las efemérides con discurso intelectual, no haya todavía un espacio afianzado para hablar desde un punto de vista más informado, teórico, académico.
Jorge Téllez es profesor de literatura y crítico. Ha publicado en Letras Libres y otros medios culturales.
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Quisiera explorar aquí, no tan brevemente, mi relación conflictiva, es decir, nada tersa, compleja, pendular, con la teoría. Esta relación se funda en un rechazo inicial (un hartazgo, un vacío) y en un retorno vital y apasionado. Hubo una época en que abominé la teoría, cualquier teoría, de cualquier índole. ¿Por qué? Porque durante mi temporada en la universidad (estudié Letras Hispánicas en la UNAM) leí hasta la indigestión un montón de esa teoría agónica que durante los años noventa nos recetaban los maestros en las aulas. Era la teoría del fin, la teoría posmoderna, el no va más de la historia, el acabose de la política, la llegada del Pensamiento Único. There’s no alternative!, parecía que gritaba aquella teoría junto con Margaret Thatcher. Se repetían nombres (Jameson, Baudrillard, Lipovetsky, ¡Fukuyama!) y fragmentos –que llenaban páginas y pies de página y bibliografías– de una teoría que, después de la caída del Muro y el fracaso del socialismo, parecía incontestable. Aquello, por supuesto, me deprimió. ¿No era precisamente ese el momento para pensar en términos críticos sobre el devenir del mundo y la literatura bajo el neoliberalismo? Abandoné la academia porque la teoría se enseñaba ahí, en esa época, no como la posibilidad de generar un pensamiento complejo y autónomo, sino como reclutamiento subjetivo, simplista y reiterativo. Sin embargo, una tarde comencé a salir con un okupa valenciano que llevaba siempre bajo el brazo libros del Situacionismo, que los teóricos post-estucturalistas consideraban, por supuesto, passé. No sólo leí la teoría densa y hermética de La sociedad el espectáculo, cuya anticipación me parecía aún vigente. También comencé a poner en práctica derivas y otras situaciones que transfiguraron mi vida cotidiana y mi práctica de la escritura. Mi relación con la teoría (y con el mundo) cambió radicalmente a partir de ahí. Desde entonces no he dejado de buscar y leer ese tipo de “pensamiento encarnado”, como lo llama la filósofa catalana Marina Garcés, para referirse a un pensamiento que busca dilatarse en la acción. No es sólo una interpretación de producciones culturales, de obras o autores, sino una forma de hacer y de habitar (políticamente) el mundo. Sería imposible entender buena parte de la producción extendida en las artes escénicas o del arte contemporáneo (o incluso de prácticas que trascienden hoy el antiguo régimen de las artes), sin el acompañamiento y la instigación que provocan las teorías que van del autonomismo italiano a la micropolítica de Guattari o el pensamiento feminista latinoamericano. Creo que la parálisis actual de cierta crítica literaria y de cierta literatura, que sigue cristalizando en nociones decimonónicas como la autoría, la originalidad, el genio, la obra, el libro, el intelectual, etc., radica precisamente en el rechazo y la distancia que aún mantienen frente a la teoría no sólo literaria, sino al pensamiento filosófico y la teoría crítica. Ese Pensamiento Otro ha puesto en crisis al Pensamiento Único. Es, en suma, una teoría que pone en crisis la propia legitimidad de cierta crítica literaria y de cierta literatura. Por fortuna, hay un mundo allá afuera.
Vivian Abenshushan es ensayista y editora de Tumbona Ediciones. Su libro más reciente es Escritos para desocupados.
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Sí percibo cierto desdén por la teoría literaria en el debate público mexicano, y creo que incluso yo colaboro a él. En lo particular me mudé del cubículo académico al suplemento cultural precisamente para huir de la jerga, en ocasiones ininteligible, en otras francamente esotérica, de la teoría literaria. Y si bien no tengo ningún problema con que se eche mano de esos discursos para debatir y reflexionar (¿cómo podría estar en contra de eso?), no creo que sus herramientas sustituyan (y mucho menos “superen”) criterios menos sofisticados como el gusto o la crítica subjetiva. Creo que ambas posturas deben coexistir, y creo que deben negociar, debatir y servirse mutuamente. Para un académico la reseña impresionista que exhuma de la hemeroteca es un documento invaluable, tanto como su marco teórico; por otro lado no hay crítico literario, por mas anti-intelectualista que sea, que no vea el mundo a través de sólidas lecturas teóricas. Tal vez no sean muchas, tal vez no esté al día en sus debates, pero ha leído bien a Marx, a Benjamin o quien tu quieras e interpreta al mundo desde sus postulados.
Guillermo Espinosa Estrada es profesor y crítico. Su libro más reciente es La sonrisa de la desilusión.
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La resistencia a la teoría en México me parece producto de cuatro fenómenos interrelacionados: 1. Aunque la teoría actual dista mucho del paradigma estructuralista y hermenéutico clásico, la academia mexicana fue (y sigue siendo en algunos casos) acólita de una forma mecanicista de la teoría, que “aplicaba” modelos sobre todo de corte lingüístico como molde de galletas a los textos literarios. Esa forma de la teoría producía una crítica aburrida, redundante y seca, y creo que fue responsable del distanciamiento de la crítica tanto de la teoría como de la academia. 2. La teoría es un saber interdisciplinario que en su origen no es necesariamente literario. Creo que una segunda resistencia se debe a la idea de que la literatura debe ser valorada y estudiada fundamentalmente desde su estética y el carácter interdisciplinario de la teoría crea la percepción o de que se subsume a la literatura a otros saberes o que ofusca la valoración estética. 3. La teoría en términos generales (aunque no siempre) proviene de formas radicales de la izquierda (sean variantes del marxismo o formas anarquistas del pensamiento) y muchos de los antiteóricos simplemente no simpatizan con la orientación política de la teoría. 4. Una variante que mezcla el 2 y el 3 es que la complejidad verbal de la teoría es leída como “mala prosa” porque no se conforma a la idea liberal de la “transparencia” del ensayo. Creo que estas posturas plantean críticas válidas a la teoría, pero son reduccionistas en muchos casos, basadas en una noción estrecha de la literatura como estética y no pensamiento, y en una idea estrecha del liberalismo como única forma válida del pensamiento crítico.
Ignacio Sánchez Prado es académico y crítico literario con publicaciones en México y Estados Unidos. Su más reciente obra es A History of Mexican Literature, publicado por la Universidad de Cambridge.
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Creo que el rechazo viene de diversos lugares: está la falsa dicotomía intelectualidad/emotividad. Por otro lado, están quienes por rechazar la pedantería de la academia (con justa razón, a veces) rechazan también sus aportaciones valiosas; paradójico, porque esa crítica de la forma y de las jerarquías, tan necesaria, sería más útil si se planteara en términos más informados, si no desconocieran sus alcances. Luego está el problema de considerar a cierta clase de teoría el fundamento único de la crítica literaria, cómodo “aval” que no se preocupa por conocer otras ideas, como la crítica literaria feminista, de la que se desconfía aunque se le ignore. Para mí el diálogo con la teoría al crear y el ejercicio crítico al leer es imprescindible y placentero; pero también creo que tanto hacer buena literatura como buena crítica, útil para autores y lectores, es un gran reto en un país en el que hay abismos entre las tres partes. Necesitamos hallar nuevas maneras de conceptualizar, de usar las palabras y la imaginación para vincularlas felizmente.
Gabriela Damian es escritora de narrativa y ensayo, periodista de literatura y cine. Ha colaborado en varias antologías, la más reciente es Crítica y rencor.
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Estuve pensando mucho esta respuesta, de ahí mi demora. Me di cuenta que en mí misma hay dos partes que se contradicen e incluso se molestan entre sí, la que cree que la teoría literaria solo la leen los que le interesan y que eso es prácticamente una cámara de eco, por lo cual me aburre y me desespera. O más bien: no le veo uso (un poco capitalista este pensamiento, lo siento). Y la otra, la que piensa que no nada más es importante la teoría literaria, sino que se necesita hacerla accesible. Para ser sincera, no sé si esto es posible. Pero fantaseo con la posibilidad de que la teoría literaria no nada más pueda llegar a más sino que todos podamos entenderla. Aquí me pregunto si es que no se ha hecho bien, y caigo en cuenta que casi no leo teoría porque casi no la encuentro y la que encuentro es bien ridícula. No creo que sea porque no haya teóricos (sería un sesgo) sino porque no tienen dónde. En fin, lo que sí me queda claro es que hay una creciente desesperanza con hacer teoría, una amiga hace poco se salió de la maestría y me comentaba que sentía que lo que ella iba a hacer no tenía sentido, que qué importaba crear algo si nadie lo iba a leer más que otra persona que haría lo mismo. Se me hizo un poco triste, quiero decir, ¿necesitamos que nos lean para hacer teoría? Y también ¿por qué no nos están leyendo? No sé, pero siento que tiene que ver con lo que decía más arriba, no lo vemos útil. Pero muchos sabemos que sí lo es.
Alejandra Arévalo es promotora cultural, feminista y booktuber. Su canal de Youtube es Sputnik.
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A veces despierto del mal lado de la cama y sospecho que el mercado ha obtenido la última palabra, que han moldeado a generaciones enteras para ser postalfabéticos o lectores-consumidores y que por esa razón, y ninguna otra, es que el pensamiento complejo ha perdido centralidad. Así, los tristes esfuerzos de quienes se atreven a pensar apenas logran asomarse si conceden, por ejemplo, adoptar posiciones anti-intelectuales o que sus textos (por ejemplo) se publiquen memificados, acompañados de ilustraciones ingeniosas (y lo digo yo, que he cedido a esos discursos en más de una ocasión, aprendiendo a vivir con las contradicciones de nuestra época…). Esa es la posición autocomplaciente: como el cristianismo o los vampiros, la teoría se fortalece en las catacumbas. Pero otros días de lucidez reconozco que no es para tanto: sigue existiendo el pensamiento complejo, de ideas políticas radicales; a pesar de cómo escribió aún se lee a Hegel —por decir algo—. Terry Eagleton tiene razón en Después de la teoría. En todo caso la teoría crítica se replegó a la crítica cultural, y eso es un fracaso. Me parece que su argumento va así: excepto por el feminismo, la teoría crítica fracasó políticamente (el intelectual público es, en general, una especie en extinción) y se optó por el análisis cultural. A mí me parece bien que los escritores, críticos culturales o los artistas, en cuanto tales, cierren la boquita y no dediquen su tiempo al pensamiento político: muchas veces ni siquiera sabemos cuál es el problema. ¿Me parece bien, en cambio, que en general, como ciudadanos, no dediquemos el tiempo al pensamiento político articulado y complejo? No, y así nos va.
Guillermo Núñez es escritor y crítico, además de colaborador en La Tempestad y sopitas.com. Su libro más reciente es Del aburrimiento surgen los impulsos correctos.
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Francisco Serratos es autor de Breve contrahistoria de la democracia (Festina) y profesor de la Washington State University.
Twitter: @_libretista