Quisiera comenzar esta columna haciendo un repaso sobre lo que he expuesto hasta el momento. En la última entrega entrevisté a cinco recién graduados de programas de posgrado de diferentes disciplinas que unánimemente coincidieron en algo: su futuro laboral es turbio y parece que la situación, lejos de mejorar, va a de mal en peor. La academia, atrapada en la red neoliberal, sigue la tendencia del trabajo precarizado que se ha venido imponiendo desde hace décadas con reformas estructurales cuyo fin es “dinamizar” y “liberar” la fluidez de la economía a través de la implementación de varias políticas que desregulan lo energético, lo telecomunicacional, lo ecológico, lo educativo; en el rubro laboral, se manifiesta con la precarización tanto de prestaciones como de salarios de los trabajadores para crear una obra de mano barata atractiva para los capitales nacionales y extranjeros. El propósito de la entrevista a los graduados fue el de presentar un testimonio vivo de cómo esas políticas afectan la educación universitaria y, más importante aun, su vida.
Asimismo, en otras entregas, relacioné esta tendencia con la ideología oculta detrás de ella y cómo las humanidades, de entre todas las disciplinas, es de las más atacadas y afectadas. Así, la pregunta que resta hacerse sería ésta: ¿por qué las humanidades y, dentro de ella, los estudios teóricos?
Por un lado, porque la teoría desde el tiempo de su concepción hasta el presente siempre ha resultado incómoda para el establishment político. Por otro lado, para explicarme mejor, quisiera recuperar la definición de teoría que di hace un par de meses: “la teoría es, aunque parezca contradictorio, una práctica que nos ayuda a interpretar nuestra vida a través de documentos culturales”.
Unamos esta dos ideas: la teoría es incómoda para los regímenes políticos porque nos ayuda a interpretar la realidad a través de ficciones u objetos (no necesariamente artísticos, pueden ser científicos o sociales). O, en otras palabras, la teoría potencialmente representa una amenaza para el Estado porque es una forma de libertad imaginativa para criticar nuestra realidad a través de los relatos que circulan en la sociedad. O sea, en la medida que reflexionamos sobre una novela o una película lo estamos haciendo sobre la condición social y esto, para un Estado represor o poco democrático, es peligroso.
Por todo esto, no es casualidad que los teóricos más importantes de Occidente, desde Rusia y Francia hasta Argentina, hayan sido rechazados, silenciados, perseguidos, exiliados y hasta encarcelados en momentos históricos decisivos. Tanto sus métodos de lectura como sus métodos de divulgación (es decir, en la educación universitaria) eran ejercicios de imaginación que contradecían los relatos controlados por el Estado. Tampoco resulta sorprendente que esos momentos hayan coincidido con grandes hitos en la historia de la teoría. Menciono algunos ejemplos (de muchos).
El formalismo ruso estorbó al régimen soviético por no someterse a sus exigencias estéticas y sus representantes tuvieron que desbandarse y exiliarse, primero en Praga, donde hicieron escuela, luego París, por último en Estados Unidos y otros países (algunos jóvenes, como un profesor checo que tuve, terminaron en Cuba). Los maestros de la filología alemana también fueron echados por el nazismo, entre ellos el que posiblemente escribió el libro más influyente de crítica literaria del siglo xx, Erich Auerbach —-el filósofo francés Jacques Rancière ha confesado que le debe todo. Auerbach, refugiado en Estambul, escribió en las condiciones más groseras y elementales Mímesis: la representación de la realidad en la literatura occidental (a cuyo primer capítulo sobre Homero siempre vuelvo), un libro determinante para entender el realismo en la literatura occidental. En Argentina, el sociólogo y filósofo Juan José Sebreli sufrió encarcelamiento, persecución y exilio debido, por una parte, a su participación en el Movimiento de Liberación Homosexual y, por otra, a sus ideas contestatarias sobre la cultura argentina, entre ellas, “el problema Borges”, el populismo, el fútbol, la literatura y la política.
La teoría, como vemos, encabeza y profetiza revoluciones, pero también a veces entra en conflicto con las nuevas ideas que impulsan. En este segundo caso, tenemos el ejemplo del crítico literario, primero estructuralista, luego “postestructuralista” —whatever that means—, Roland Barthes quien, en plena protesta de 1968 en Francia, se negó a apoyar abiertamente a los estudiantes, los mismos entusiastas que abarrotaban sus clases para escucharlo y que se sintieron traicionados por él. “Las estructuras no salen a las calles” fue una de las consignas que gritaban los alumnos en repudio de su maestro. El psicoanalista Jacques Lacan, otro de los atacados, les respondió: sí, las estructuras salen a las calles: ustedes los estudiantes son la encarnación de esas estructuras. Pero, ante el constante asedio de un grupo de estudiantes, Lacan les reviró: “en tanto revolucionarios, ustedes lo que desean es un tirano, y lo tendrán”.
Otro buen ejemplo de decadencia en el mismo contexto del 68 fue Theodor W. Adorno, representante de la Escuela de Frankfurt. Durante los tres últimos años de su vida, Adorno sostuvo airados desplantes con sus estudiantes. Uno de ellos, en el 67, durante una cátedra en la que Adorno no se pronunció en contra del arresto de un activista político, los alumnos le gritaron: “La izquierda berlinesa fascista saluda a Teddie el clasicista”. Al final de la clase, una estudiante intentó presentarle a un osito de peluche rojo (teddy bear, por el diminutivo de Theodor). Otro confrontamiento sucedido pocos meses antes de su muerte, en el salón de clase, le reclamaron a Adorno el que haya llamado a la policía para sacar del salón a un grupo de estudiantes que demandaban de él y la teoría crítica una radicalización de sus ideas y además que apoyara el movimiento estudiantil. Agotando su paciencia, Adorno les ofreció cinco minutos para relajarse y decidir si querían continuar con la cátedra. En vez de ello, tres jóvenes germanas, con los pechos de fuera, bailotearon alrededor de Adorno mientras lo bañaban con pétalos de rosas y tulipanes. En una carta a su colega Herbert Marcuse, Adorno diría: “He desarrollado un modelo teórico de pensamiento. ¿Cómo iba a sospechar que la gente quisiera implementarlo con bombas molotov?”
La última heredera heredera de este modelo de pensamiento, llamado teoría crítica, sería —irónicamente para Adorno que despreció la cultura negra mientras estuvo exiliado en Estados Unidos— la afroamericana, teórica y activista, nacida en Alabama en 1944, Angela Davis. Su mentor fue Herbert Marcuse, a quien conoció en una protesta de 1962, en plena crisis atómica entre la URSS y los Estados Unidos por los misiles de Cuba. Marcuse “me enseñó”, ha dicho Davis, “que era posible ser profesora, activista, estudiosa y revolucionaria”. A Davis se le atribuye la invención del concepto “complejo de la industria penitenciaria” (prision-industrial complex) que habla del acelerado crecimiento, a partir de 1960, de la población encarcelada (sobre todo negra y latina) en un sistema penitenciario destinado estructuralmente para el lucro, la explotación y la segregación de las minorías en Estados Unidos —el reciente documental de Netflix, 13th, está basado en esta idea—. Angela Davis se involucró con los Black Panthers, el Club Che-Lumumba y fue miembro del Partido Comunista; por esta razón, fue puesta en la lista de los diez más buscados por el FBI (¡siendo la única teórica en esa lista!), catalogada por Richard Nixon como “terrorista”, censurada por Ronald Reagan, despedida de su puesto de profesora en UCLA y finalmente arrestada en 1970 por conspiración, secuestro y asesinato junto a otros miembros de los Black Panthers. Fue liberada, a falta de pruebas y por presión de la comunidad intelectual, en 1972, pero pudo haber sido condenada a muerte. Recientemente, Davis es una de las representantes y voces más destacadas de la Marcha de las Mujeres (Women’s March) ocurrida en enero pasado, después de la toma de posesión como presidente de Donald Trump.
La lista podría continuar: los casos en que la teoría ha sido incómoda para los Estados tanto de derecha como de izquierda durante el siglo xx y aún hoy son muchos. Pero, una vez que el mundo se ha unificado con el capitalismo, la globalización y el internet, ¿cuáles son los retos de la teoría contemporánea? Uno, es la precarización del empleo, como expuse anteriormente, pero hay aún otros. Estos serán tema de la siguiente entrega.
Por ahora, debo envolver bombas molotov con artículos académicos.
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Francisco Serratos es autor de Breve contrahistoria de la democracia (Festina) y profesor de la Washington State University.
Twitter: @_libretista