Cuando era chica, me gustaba mucho oír a Billie Holiday. Había algo en su voz que no era posible imitar y eso me causaba mucha intriga. Mi fascinación se concretó cuando escuché “Gloomy Sunday”. Era la canción más triste, resignada y a la vez melancólica que había oído. Esta misma canción, después me enteré, no funcionaba de esa forma sólo conmigo, tenía su propia leyenda.
Conocida como “The Hungarian Suicide Song”; creada por Rezsö Seress en 1933, fue durante la década de los treinta un fiel acompañante de los suicidas; incluso para Seress, quien 35 años más tarde se aventó de la ventana de su departamento sin tener éxito, para luego ahorcarse en un hospital de Budapest el mismo año.
La leyenda decía que había un vínculo inquebrantable entre el deseo suicida y la canción húngara. Durante los años 30 en muchas radios dejaron de tocarla, los padres la prohibieron, el temor se extendió como el sonido tanto en América como en Hungría. Lo cierto es que la década de los treintas fue la más oscura de la historia norteamericana. Luego del Crac del 29, la pobreza, el hambre, la crisis, generaron una ola de suicidios asentados en las actas de “la gran depresión”. En Hungría los rezagos de la revolución comunista que siguió a la Primera Guerra Mundial eran suficiente razón para que los espíritus se nublaran.
Casualmente la crisis no había visitado de nuevo a los Estados Unidos con tanta fiereza hasta ahora; sin duda no hay mucha comparación con el desplome económico de los años 30, pero las carencias y desarreglos económicos americanos hoy repercuten fuertemente en otros países.
No hace falta mencionar la palabra Grecia, si antes ya se dijo “crisis”, en estos días nuestro cerebro hace las conexiones de forma inmediata. Lo cierto es que cumbre tras cumbre, Grecia continúa siendo el epicentro del desastre, no hay soluciones para su desgracia en el mazo de la Unión Europea, mientras las medidas de austeridad continúan afectando severamente a los helénicos. Los casos de desnutrición en los niños florecen en cada escuela y la tasa de suicidios ha aumentado en un 40% del 2010 al 2011.
No hay en este caso –en el marco de este siglo en el que los misterios ya no son aceptados– una canción que acompañe a la muerte de los griegos mayoritariamente mujeres de entre 30 y 50 años y hombres de entre 40 y 45 desesperados por sus problemas económicos.
Grecia lleva cinco largos años hundida en la crisis, antes de eso tenía la menor tasa de suicidios en toda Europa, 2.8 por cada 100.000 habitantes, ahora ese número casi se ha duplicado. Aunque el número de suicidios del país aún está entre los más bajos en Europa en términos absolutos, el índice de incremento reportado es el mayor en el continente.
Ahora, los medios alrededor del globo, apuntan sus ojos con morbo hacia Grecia. Nadie en el país helénico podrá olvidar la imagen del empresario griego que, tras caer en bancarrota, intentó inmolarse frente al banco Pireo en Tesalónica. Las fotografías permiten ver el rostro del hombre mientras se arroja gasolina: firme pero angustiado, recibe lo que pensaba serían sus últimos minutos. Aquella famosa ocasión –tal vez famosa únicamente por las imágenes captadas– fue su tercer intento fallido de suicidio, un intento fallido de convertir su muerte en un estandarte de protesta contra la crisis.
“Nunca se debe a un solo motivo, pero las personas que nos telefonean para avisarnos de que podrían quitarse la vida casi siempre citan como causa las deudas, la falta de trabajo y el miedo al despido” Eleni Beikari, psiquiatra de la organización no gubernamental Klimaka.
II
Este lunes, un adolescente de 16 años se aventó de un edificio de altura en la ciudad de Rostov de Don. 24 más se suicidaron en la misma ciudad en 2011 y otros 28 lo intentaron sin éxito.
Hace cuatro días, una niña de 11 encontró a su hermano de 12 ahorcado en la ciudad siberiana de Krasnoyarsk. El jueves anterior, un muchacho de 15 años se tiró desde la ventana de su casa en Moscú, allí seis adolescentes más se han dado muerte en los últimos tres meses. El último martes, otras dos se mataron de forma similar en Lobnia.
En Rusia se dan 20 casos de suicidio anuales por cada 100.000 jóvenes, sin embargo las cifras no son lo más impactante, sino las formas en que eligen darse muerte, y “el contagio” de este ímpetu, es decir, la sucesión de un suicidio al otro. El país más extenso del mundo ocupa el tercer lugar en la historia en esta materia con 35.4 suicidios por cada 100 000 habitantes, ejecutados durante el 2006.
“Odio que me digan que si también me tiraría de un edificio de nueve pisos si lo hacen mis amigos. Pues claro que lo haría, qué voy hacer sin mis amigos” escribió en su Facebook Nádia, antes de suicidarse.
Según la Organización Mundial de la Salud, los países Europeos de la zona báltica son los que mayor porcentaje de suicidios presentan anualmente, con 40 muertes por cada 100 000 habitantes, seguidos por la África negra con 32 muertes por cada 100 000 habitantes.
Es curiosa la manera en que uno considera a Europa de este lado del mundo: un tío se fue a vivir allá unos años y regresó deprimido y no ha cambiado desde entonces; mi madre decía que el viejo continente, con toda su belleza, era la cuna de las depresiones, el mundo digerido, sumergido ya en los caldos de lo usual; el mundo, rey de la monotonía.
Sin embargo, las causas de depresión en Europa cambian de un tema a otro, puede ser una canción terrible y profunda que recorre las radios, o puede ser la crisis, o el descontento, o una extraña inconformidad con el futuro que ocasiona un contagio suicida, dicen los expertos en el tema, sin lograr ponerse de acuerdo.
Otro país en crisis, España, también presenta una alarmante cifra. Al menos nueve personas se suicidan en el país ibérico cada día, sin embargo, pese a las sospechas de muchos, los expertos indican que no hay una relación exacta entre los suicidios y la crisis.
Una razón científica para el incremento suicida durante ciertos periodos del año, fue revelada por investigadores de la MedUni de Vienna, en Austria, quienes lograron demostrar la relación entre la depresión y la disminución de las horas de luz durante el invierno.
El equipo de investigadores dirigido por Christoph Spindelegger y Rupert Lanzenberger, del Departamento Universitario de Psiquiatría y Psicoterapia, demostró con 36 pruebas realizadas a hombres y mujeres sanos usando tomografías por emisión de positrones (PET, en inglés), que los receptores de serotonina muestran un reducido potencial de agarre con la escasez de luz diurna. Durante el tiempo de luz, estos valores son significativamente más altos.
Científicamente hablando, esto podría explicar de alguna forma la depresión europea, pero no el incremento de esta a través de los años, a menos que los periodos de oscuridad invernal se prolongaran.
La realidad es que la subjetividad, las eternas variantes entre casos y casos, nos permiten elevar la imaginación y hablar de que estos episodios colectivos podrían ser la antesala del fin del mundo, o una extraña epidemia de la que los científicos no tienen noción o un animal mitológico que está suspendido sobre los cielos del viejo continente que absorbe la vitalidad del europeo.
III
Europa no es el único lugar que ha aumentado sus tasas de suicidio, México es un buen ejemplo: durante septiembre del 2010, el Consejo Nacional Contra las Adicciones informó que cada año se registran al menos 5 mil 840 suicidios y 10 mil 500 intentos suicidas de niños y adolescentes. Un 31 por ciento de crecimiento en una década.
Para octubre del 2011, María Ernestina Tenorio Castilleros, especialista de la Universidad Autónoma de Tlaxcala, dio a conocer otra cifra. Según sus estudios, en México el suicidio aumentó un 350 por ciento entre 1985 y 2011; y de acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud, los índices de suicidio en México se incrementaron de manera importante en jóvenes de entre los 19 y 24 años.
Según la Secretaría de Salud, el 10 por ciento de los mexicanos padecen depresión en algún momento de su vida y se estima una prevalencia de 12 a 20 por ciento, entre la población adulta de 18 a 65 años. Entre los factores que inciden en la enfermedad están los de tipo biológico, los sociales, antecedentes personales y los que son producto de acontecimientos de la vida, como el cambio de año y la época invernal.
Como todo lo referente al ser humano, es fácil contabilizar el número de muertes, pero es complejo determinar las causas; los estudiosos del tema hablan de la migración, la pérdida de algún familiar cercano, el desempleo o la crisis. En conclusión, la constante es la subjetividad y por supuesto, los problemas económicos. Esto es un dato que, pese a la negativa de algunos estudiosos, se repite en los países en crisis económica.
IV
Especulando sobre la situación del ser humano y su creciente propensión al suicidio no es posible dejar de pensar en que a la par del crecimiento suicida, está el aceleramiento del ritmo de vida del ser humano. La aceleración tecnológica, la aceleración del cambio social, del ritmo de vida y el incremento del costo de esta, convierten a la sociedad en un ecosistema hostil.
Cada día es más evidente que los ritmos de vida y de socialización de las personas se encuentran caracterizados por un aumento en la velocidad en que se llevan a cabo, los días son percibidos como cada vez más cortos y las brechas generacionales se manifiestan en periodos de tiempo cada vez menores. Si antes se empleaban a personas hasta los 50 años, ahora quien tiene 25 teme de la competencia que representan los jóvenes de 19.
Un caso que expresa esta situación es el conocido dilema de los Sur Coreanos, conocidos por sus estresantes expectativas educativas. Una encuesta realizada por CLSA, una empresa bolsista, encontró que el 100% de los padres coreanos quieren que sus hijos vayan a la universidad. En una otra encuesta realizada en 2009 se encontró que una quinta parte de los estudiantes coreanos de secundaria y preparatoria se sentían tentados a cometer suicidio. Aquél año, 202 estudiantes se mataron durante el periodo de exámenes. La tasa de suicidio entre los jóvenes coreanos es de 15 por cada 100.000, todos entre 15 y 24 años de edad.
V
Si consideramos que la exigencia educativa coreana va de la mano con las expectativas económicas, como en todo el mundo, la obviedad de que sociedad del siglo XXI gira en torno a los bienes materiales queda revelada. Tan elemental como la situación que en los años 30 provocó que dejara de tocarse “Gloomy Sunday” en las radios; la única diferencia es que hoy, las posibilidades de crecimiento económico están enormemente limitadas por la absoluta desigualdad que cada año crece en todo el mundo.
Estamos obligados a desplazarnos en grupo, el estigma de “entes sociales” persigue al ser humano desde su nacimiento, quien no se adapta es segregado y por tanto fracasa, y bien sabemos, el fracaso significa más que vergüenza, significa hambre. Como si de una ley de adaptación natural se tratara, el suicidio se presenta en la actualidad cada vez con mayor frecuencia.
La lucha por modificar las normas injustas que gobiernan a nuestra especie, muchas veces parecen ser inútiles: el mundo se levantó en contra de la aprobación de la ley S.O.P.A. y esa misma semana Megaupload fue cerrado, tras el encarcelamiento de sus dueños y nada pudo hacerse; el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad lleva casi un año intentando frenar la Guerra Contra el Narcotráfico y hasta ahora dos de sus integrantes han sido asesinados; la primavera árabe, con todas sus promesas, no parece haber originado ningún cambio real para la sociedad egipcia, o libia, peor aún para la Siria.
Dejando a un lado el optimismo incidental, en el siglo XXI, no podemos decir que hay muchas alternativas para quienes “deciden abandonar el barco”. La decadencia de nuestra especie se traduce en ese continuo acto de dejar morir al otro como si de un animal herido se tratara. El capitalismo es una epidemia de muerte en el mundo, por hambre o por depresión, morimos.