Por Guillermo Núñez Jáuregui
Muchas horas nalga de críticos, pero también de los comentadores culturales que rara vez se resisten a participar en ciclos promocionales, han sido invertidas en escribir sobre cómo Fragmentado (Split, 2016) se inserta en el cuerpo de obra de M. Night Shyamalan –en particular, en referencia a El protegido de 2000–. Con un poco de distancia podemos agregar que es un nuevo capítulo en una de las narrativas que, perturbadoramente, han cobrado protagonismo en las últimas décadas: la historia sobre la mujer atrapada.
Este pariente cercano de las historias sobre infantes o chicas desaparecidas (con ejemplos que van de Twin Peaks a Stranger Things, pasando por Gone Baby Gone) ya se asomaba en thrillers finiseculares (como El silencio de los inocentes de 1991 o, unos años más tarde, La célula de 2000). Pero el tema cobró nuevos bríos en nuestro siglo: en 2002 se lanzaron al menos dos filmes hollywoodenses sobre mujeres atrapadas por hombres (la olvidable Acorralada y la efectiva La habitación del pánico) y el mismo Shyamalan tomó algunos de sus elementos para refrescar la invasión extraterrestre con Señales, cuyo clímax –en el que un infante corre peligro mortal– ocurre en un sótano. Un ejemplo reciente, Avenida Cloverfield 10 (2016, de Dan Trachtenberg), es otro filme sobre ataques alienígenos y mujeres atrapadas cuya trama se desenvuelve en el interior de un búnker. Así pues, la celda subterránea es uno de los elementos aparentemente indisociables de este tropo.
Fragmentado no fue el único filme sobre mujeres atrapadas en subterráneos que se estrenó en 2016. Está también el megafilme The OA de Brit Marling y Zal Batmanglij (estrenada en Netflix a finales del año pasado) y No respires (Don’t Breathe, de Fede Álvarez), un thriller que colinda con el horror. Pero a diferencia de la película de Shyamalan y de The OA, la película de Álvarez es explícita en lo que se esconde detrás (o debajo) de estos relatos: una fantasía masculina sobre Padres Primigenios, delirantes y ciegos a su violencia, ejercida por hombres impotentes. En el colmo de la obviedad, el antagonista es invidente. Con todo, No respires merece ser vista por la manera en que usa el estado precario de Detroit como un elemento temático, sumándose a la tradición iniciada por Robocop (1987) y que sigue en Sólo los amantes sobreviven (2013), Te sigue (2014) o Lost River, del mismo año.
Si el tremendismo de No respires o su obviedad pueden llegar a ser abrumadores, Fragmentado, en contraste, arriesga una sutileza: durante el típico cameo de Shyamalan, aquí como intendente de un edificio habitacional, se entabla una conversación en el que la Dra. Karen Fletcher (Betty Buckley) desmenuza el funcionamiento de restaurantes de comida chatarra como Hooters (Shyamalan es acreditado como “Jai, el amante de Hooters”). Es un comentario ingenioso que señala el infantilismo de la mirada masculina, obsesionada con la grasa y los senos. Provocadoramente, se encuentra en Fragmentado que, en más de una ocasión (como ocurre con tantos slashers), obliga al espectador a adoptar el punto de vista del antagonista impotente, fijado en los senos de la protagonista.
En este sentido, La habitación (Room, 2015, de Lenny Abrahamson) escapa de la mirada masculina y sus violentos puntos de vista (el “antagonista” impotente brilla por su poca presencia en pantalla). Es un filme más frío, donde la normalidad puede ser grotesca (la misma lección que se desprende de En el sótano, de 2014, el documental de Ulrich Seidl), pero que también se niega a ser una historia exclusivamente sobre una mujer atrapada: de la resignación de la madre (“¡lo siento, es la historia que te toca!”, le explica a su hijo, también captivo). El filme se desplaza hacia un mundo abierto, libre de su hombre opresor, como ocurre en Mad Max: Furia en el camino, del mismo año.
Son finales optimistas y alentadores, que participan del espíritu del eslogan que se ve ahora en algunas playeras: “El futuro es femenino”. Mientras tanto, tenemos este triste presente.
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Guillermo Núñez Jáuregui es filósofo y escritor. Es jefe de redacción en La Tempestad.
Twitter: @guillermoinj