Tras el ataque fundamentalista en contra del semanario satírico Charlie Hebdo, muchos han expresado “Je suis Charlie” (Yo soy Charlie), o bien, “Je ne suis pas Charlie” (Yo no soy Charlie). Las manifestaciones responden a la necesidad de posicionarnos rápida y definitivamente sobre la masacre perpetrada contra ese medio.
El extremismo de cualquier naturaleza conduce, en la mayoría de los casos, a más extremismo. Y, por lo general, el extremismo suele terminar en maniqueísmo (donde, de hecho, comenzó).
No ha faltado aquel que, frente a un “Je ne suis pas Charlie“, haya contestado “¡Fundamentalista, terrorista ignorante!”. Otros más, frente al mayoritario “Je suis Charlie“, responden “¡Chairo, borrego, encubridor de los crímenes de Occidente”. Y, como es frecuente, el maniqueísmo, donde todo peca de aparente claridad, nos conduce a afirmar un oscuro “Bien, ambos tienen y no tienen razón”.
Enfrenta siempre la versión más fuerte de cualquier argumento, aunque no sea la que tienes frente a ti. Esta es una regla de oro que todos debemos tener en mente cuando se trata de echar abajo un “Yo (no) soy Charlie”.
Cuando pienso en la masacre que ocurrió en el semanario francés, lo primero que me viene a la mente es que se trata de un asunto de dimensiones tan grandes que una opinión completa y bien informada al respecto no puede expresarse en un hashtag. Esto es verdad. No obstante, también debe considerarse que acciones definitivas y rápidas exigen una respuesta de la misma fuerza y en sentido contrario. Si bien, un hashtag no constituye una idea completa y redonda, sí que pude unificar la expresión rápida y urgente de muchas ideas similares.
Afortunadamente, no estamos obligados a elegir entre las dos cosas: la sagacidad no está peleada con la inteligencia. Si no me creen, pregúntenle a Murillo Karam, antes presidenciable, cuánto capital político perdió con su “Ya me cansé” luego de que fuera recogido y usado por los ciudadanos de formas tan creativas como variadas y agudas.
¿De verdad debemos elegir?
Primero lo obvio: matar a alguien por sus opiniones, sin importar qué tan obtusas, peligrosas, retrógradas e intolerantes sean, no puede permitirse en ningún lado. Preservar la vida es la principal razón por la que nos asociamos como humanos. Por otro lado, las palabras y los dibujos, sobre todo esos que tienen por objetivo ser polémicos, siempre tienen efectos más allá de sus aparentes fronteras lingüísticas. El lenguaje, queramos o no, siempre tiene ese efecto mágico de “hacer” que va de la mano con el “decir”. Hacemos cosas con palabras. Lo que le ocurrió a la gente de Charlie Hebdo es injustificable y, lo que es aún más espeluznante, explicable.
Las palabras y dibujos en sus números condujeron a los extremistas a actuar contra ellos. Las expresiones de Charlie Hebdo son provocadoras y los extremistas pensaron que eso era razón suficiente para asesinarlos. No podemos tolerar el asesinato y tampoco podemos negar que esos dibujos tienen la intención de provocar. ¿Provocar qué? La disolución de la moralina islámica, judía o cristiana, por ejemplo, o quizá la incomodidad ética que conduce, en el mejor de los casos, a cuestionar nuestros principios. Si tal provocación es, valga la redundancia, provocativa, o bien, provocadora, es una decisión bastante más fina y en todo caso secundaria.
En esta portada de Charlie Ebdo se hace referencia a la última novela del escritor Michelle Houellbecq. En 2022, el el Partido Islámico triunfa en Francia, lo que inicia un estado dictatorial y violento en el país.
Injustificable pero explicable, reconocible. Aquellos que dicen “Je suis Charlie” muchas veces dicen también “Lo que ahí ocurrió no es humano, no es posible que cosas así pasen en pleno siglo XXI”. Y, sin embargo, es humano. Pasó. Este es un asunto crucial: llamar inhumana e incomprensible a la versión más oscura y terrible de la humanidad es siempre el argumento perfecto para no atender las verdaderas causas y antecedentes de un acto ruin y, sobre todo, para actuar en consecuencia con medidas que responden más a intereses políticos que a la intención de evitar que cosas así vuelvan a pasar. Llamar inhumano al mal es un error que comparten tanto los ingenuos (los “chairos”), como los totalitaristas.
A su vez, aquellos que dicen “Je ne suis pas Charlie” suelen caer en un error terrible: contradecir a las masas por ser las masas. Naturalmente, siempre será de sabios no sumarse a una gran voz pública unida sin reflexionar antes, con todo cuidado, si en verdad queremos respaldar su discurso (o al menos, una versión de él). Lo que, por otro lado, nunca estará bien, es no sumarse simplemente porque ya hay demasiados ahí, o lo que es aún peor, buscar argumentos rápidos e insostenibles para criticar una exigencia pública cuando, en el fondo, lo que nos lleva a rechazarla es el simple hecho de ser pública.
Es llamativa la cantidad de gente que opina cosas como “El mundo es así de horrible, no deberían sorprenderse y, básicamente por eso, es estúpido pedir justicia”, o bien, “Los de Charlie Hebdo sabían de antemano que los musulmanes fundamentalistas hacen ese tipo de locuras, por lo que debieron prever a qué se enfrentaban. Que no vengan a lamentarse ahora”, o incluso “Los de Charlie Hebdo eran unos intolerantes y sólo les dieron una probada de su propia medicina”.
Nada de eso. Que la violencia sea normal no significa que deba ser normalizada. Y, digámoslo de una vez, nadie se ve inteligente diciendo que el mundo es horrible mientras se levanta el cuello de la camisa con aires de brillantez. El derrotismo y la falta de creatividad siguen siéndolo sin importar cuánto se enarque la ceja y lo bien que se sostenga la pipa al afirmarlos. Por otro lado, que la gente de Charlie Hebdo actuara de manera intolerante contra el islam nunca justificará el ataque que vivieron. Si por “libertad de expresión” se entiende el derecho a decir lo que sea, siempre y cuando no afecte a los demás, entonces estamos aceptando de antemano que afectar está mal, lo que es el colmo de la corrección política.
En una sociedad sana (tan sana como pueda ser una sociedad), debemos estar dispuestos a renunciar a ciertas posibilidades para que otras nunca puedan verse cerradas. Justamente, la posibilidad de matar a alguien por sus opiniones es una de las posibilidades a las que debemos renunciar para que todos gocemos de la libertad de decir lo que queramos. Juzgar los efectos de nuestras palabras, asumir la responsabilidad sobre ellas y los efectos legales que pudieran tener en algunos casos (como el perjurio) y, por otro lado, limitar a aquellos que estén dispuestos a ir más allá del derecho por lo que alguien diga, son mecanismos que debemos estar dispuestos a afrontar para evitar, a toda costa, la censura.
El asunto es un falso problema. “Yo soy Charli” o “Yo no soy Charlie”quieren decir, en sus versiones más fuertes, lo siguiente: “Yo soy de los que piensan que uno debe tener derecho a señalar lo que quiera sobre lo que desee y de la manera más irreverente que se le ocurra sin que, por ello, lo apoye. También pienso que lo que la gente dice tiene consecuencias y que debe responsabilizarse de esas que, en la misma medida y bajo las mismas reglas, le contradigan. Y, sobre todas las cosas, lo que la gente diga nunca justificará que se le mate a sangre fría”.
¿Y qué pasa con la intolerancia?
Una nota más sobre el tema de la tolerancia. Pienso que ésta ha pasado de ser un principio de convivencia a convertirse en un concepto oscuro. Actualmente existe una concepción extremista de la tolerancia que es sumamente peligrosa. Ahí donde no se comprende la necesidad de la intolerancia, ésta resurgirá y de la manera más peligrosa. Una advertencia similar hace el filósofo Slavoj Žižek en su texto “En defensa de la intolerancia”.
Si le dijéramos a la gente de Charlie Hebdo que son unos intolerantes, creo que dirían “¡Sí, eso somos!”. Ése es parte de su objetivo. En Charlie Hebdo dicen cosas como que la supuesta inocencia de la religión no puede ser tolerada. Incluso quieren decir, en determinados momentos, que la religión misma no debería tolerarse. Estemos o no de acuerdo con ellos, no podemos dejar de señalar que esta intolerancia es justamente de esas que no pueden ser censuradas.
Recientemente, mientras hablaba con un amigo sobre el tema, él me decía algo como esto: “Siento que debo resistirme a llamar intolerantes a los de Charlie Hebdo porque no creo que estuvieran haciendo algo realmente malo o peligroso. No creo que alguien hubiera debido detenerlos por las cosas que hacían”. Esto me puso alerta: la idea de la intolerancia es tan extrema que la identificamos de manera definitiva con el mal, lo que me parece un error terrible.
La tolerancia, entendida como la permisión primaveral de decir o hacer lo que queramos siempre que no “afecte” a los demás no sólo es una idea inútil e impracticable sino que, además, implica una forma de censura. Los chicos de Charlie Hebdo no están dispuestos a matar a nadie, y eso es maravilloso, pero sí quieren convencernos de que no deberíamos tolerar muchas cosas que los líderes políticos hacen o que las religiones pregonan. Los que protegen la ley, por otro lado, no deberían tolerar que ésta se rompa y, a su vez, los activistas no toleran que los que tienen el poder lo usen de maneras detestables. La intolerancia, bajo ciertas formas, es sana. Hay muchas cosas que no deben ser toleradas, entre las que se cuenta que alguien sea asesinado a sangre fría por ser intolerante.
No creo que los trabajadores de Charlie Hebdo deban disponerse ahora, ni siquiera en el terrible contexto que viven, a tolerar el islam, así como no toleran el intervencionismo militar de Occidente en los países de Medio Oriente con motivos económicos. Tampoco creo que los musulmanes deban fingir que toleran lo que Charlie Hebdo hace, de la misma manera en que no toleran a los extremistas islámicos. La intolerancia es una de esas fuerzas de tensión que permiten las grandes transformaciones sociales porque, en sentido estricto, no tolerar algo significa no aguantarlo, no sostenerlo. Las acciones que de ello se sigan son tema aparte.
En pocas palabras: no debemos pensar que la intolerancia es el gran problema del mundo, sino las formas extremistas y asesinas en las que ésta llega a manifestarse. Si censuramos la intolerancia, entonces estaremos poniendo en el mismo nivel el asesinato y la crítica satírica. Y, por otro lado, si sostenemos que todo debe tolerarse siempre que no “afecte a nadie”, el mundo entero nunca cambiará o, lo que es más probable, cambiará de la manera más explosiva y violenta que podamos imaginar.
Es famosa aquella frase, atribuida a Voltaire, según la cual, tolerancia significa poder decir “no estoy de acuerdo con lo que dices, pero estoy dispuesto a dar mi vida por tu derecho a decirlo”. Pienso que ésta es precisamente la medida adecuada de la tolerancia. En un sentido similar, se podría decir “no tolero lo que dices, pero estoy dispuesto a dar mi vida por tu derecho a no tolerarme tal como soy, por tu derecho a intentar hacer de este un mundo diferente porque, tal como es, te parece insostenible”.
José Manuel de León Lara para @plumasatomicas