Previo al 8M, decenas de trabajadoras y colaboradoras de la SCJN (Suprema Corte de Justicia de la Nación) se manifestaron para conmemorar el Día Internacional de la Mujer —vestidas de negro, portando pañoletas verdes y moños morados mientras los reporteros tomaban nota del acto simbólico.

Las mujeres se reunieron en la escalinata para escuchar como una de ellas recitaba el poema “Halladas”, de Ana Rossetti. Tras la lectura del poema, se dejaron escuchar las consignas de “¡Justicia, justicia!”, “¡Ni una más, ni una más, ni una más” mientras sus compañeros y los reporteros observaban la acción.

“¡Ni una más!”

Esta manifestación no es algo nuevo, cada año las trabajadoras y colaboradoras se reúnen en contexto del 8 de marzo. Sin embargo, de acuerdo con Reforma esta fue una ocasión en el que se juntaron más mujeres que otras veces. El grupo de mujeres —del Colegio de Secretarias de Estudio y Cuenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación— estuvo acompañado por las ministras Yasmín Esquivel Mossa y Norma Lucía Piña Hernández.

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Foto: Óscar Uscanga-Reforma.

La ministra aprovechó para decir que el PJF (Poder Judicial de la Federación) también está trabajando para erradicar la violencia de género y los feminicidios. Al menos desde su trinchera, se está capacitando a los jueces y a las juezas para que juzguen los casos con perspectiva de género.

En contexto de las jornadas de protesta, acá les dejamos el poema de Ana Rossetti, escritora española de teatro, poesía y narrativa, recuperado por PlayGround.

Halladas

En el desierto. Encuentran un cuerpo en el desierto.

¿Quién lo puso allí? ¿Desde cuándo está allí? ¿Hay señales de fieras?

¿Hay vestigios de zarpas o dientes? ¿Hay picotazos?

¿Hay hor- migas expandiendo sus puntadas como un tul movedizo? ¿Y cuánta carnicería le corresponde a los depredadores y cuánta a los asesinos?

No se salvó a la hija. No se pudo evitar el horror de la carnicería, el pánico de la muerte.

Ahora, solamente es posible rescatarla del sol, privarla de la corona negra de los buitres, de las lágrimas nocturnas del desierto…

¿Es eso un alivio?

Llevársela de allí.

Recomponer el mosaico de su cuerpo desbaratado.

Envolverlo en un lienzo nuevo y entregarlo otra vez

para que la muerte reanude su festín.

¿Pero creéis de verdad que eso es un alivio?

Los sables se ensartan en el baúl pintado

paralizando sangre,

enfriando células,

abriendo caminos a la podredumbre.

Levantando la veda a la carroña.

II

A cambio de un cadáver herido, mutilado, se deja de esperar a la hija. A la hija que salió de la casa con urgencia pero que no se dio prisa en volver. Demoró su vuelta tanto y tanto hasta borrar los compartimentos del tiempo.

Pero los relojes ya empiezan a marchar.

Se acabó el presente interminable. A partir de ahora ya no será necesario resistir, tener valor, aguzar el oído al otro lado de la puerta, intentar identificar sus pasos, la canción que cantaba; atisbar en todas las muchachas la semejanza a una forma de peinarse, un andar, esa blusa de colores, esa falda, igual a la suya…

A partir de ahora, se encajarán días, horas, sucesos. A partir de ese cadáver, la hija deja de existir.

Con esmero, alinea los naipes.

Adivina cuál es.

Adivina dónde está, dice el mago.

¿No está el que falta?, insiste. ¿Seguro que no está?

Hábilmente, sus dedos descubren la carta oculta

en la chaqueta del espectador.

El siniestro comodín agita sus cascabeles ensangrentados.

III

Reconózcala. Diga si es ella. Dígalo de una vez: sí o no.

No todos son convocados ante una sábana estirada. No todos son apremiados a acabar con la congoja. No todos pueden envolver con el amor de los lienzos esas niñas despedazadas, traspasadas, aplastadas por la abominación. No todos pueden escribir un nombre en una lápida, cubrirla de flores, encenderle cirios. No todos pueden entregarse al duelo.

Hay quienes aún deban hacer acopio de lágrimas porque no saben hasta cuándo debe durar la pena.

¿Hay que dar las gracias, entonces?

Hay que decir SÍ, y desasirse.

Sí, es ella, hay que decir, y abandonarse.

Poner ahora toda la atención en ese hueco.

Esa carne que ya no está en su carne. Esa sangre que le falta.

III

Reconózcala. Diga si es ella. Dígalo de una vez: sí o no.

No todos son convocados ante una sábana estirada. No todos son apremiados a acabar con la congoja. No todos pueden envolver con el amor de los lienzos esas niñas despedazadas, traspasadas, aplastadas por la abominación. No todos pueden escribir un nombre en una lápida, cubrirla de flores, encenderle cirios. No todos pueden entregarse al duelo.

Hay quienes aún deban hacer acopio de lágrimas porque no saben hasta cuándo debe durar la pena.

¿Hay que dar las gracias, entonces?

Hay que decir SÍ, y desasirse.

Sí, es ella, hay que decir, y abandonarse.

Poner ahora toda la atención en ese hueco.

Esa carne que ya no está en su carne. Esa sangre que le falta.

Será una marca que nos distinguirá para siempre.

Como si las victimas tuviéramos que expiar, de por vida, los crímenes de los asesinos.

Sí, es ella. Gracias. Gracias.

Redobla el tambor.

El prestidigitador, con elegante gesto levanta el paño.

Voilà, dice.

El escenario es un rompeolas de asombros.

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Hola, soy Lucy Sanabria. Desde 2018 redacto y reporteo para Sopitas.com, con especial entusiasmo en temas de derechos humanos y LGBT+. En 2021 fui parte de la generación de la beca de Periodismo Incluyente...

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