Por Raúl Bravo Aduna
Casi veinte años hay entre nosotros y Von, álbum debut de la ya no tan exótica ni tan indescriptible, pero casi legendaria, banda islandesa Sigur Rós —que viene a México por tercera vez la próxima semana. Hay casi veinte años, también, entre nosotros y ‘Wannabe’ de las Spice Girls, ‘MMMbop’ de Hanson, ‘Tubthumping’ de Chumbawamba y la más que ridícula ‘Barbie Girl’ de Aqua, acompañadas, por supuesto, de la omnipresente en esos años —y en casi cualquier boda— ‘Macarena’.
El ’97 también es el año de algunos clasiquísimos del rock más comercial: ‘Sex and Candy’ de Marcy Playground, ‘Walkin’ on the Sun’ de Smash Mouth, ‘One Headlight’ de las Wallflowers, ‘Dammit’ de Blink 182, ‘Song 2’ de Blur y ‘Bittersweet Symphony’ de The Verve son las primeras que me vienen a la mente. En medio de tantas listas de clásicos y éxitos, hasta parece raro imaginarnos el debut de una banda tan disruptiva como Sigur Rós; sin embargo, el ’97 también dio a luz al Ok Computer de Radiohead y al Homogenic de Björk (piedras de toque, sin duda, de lo que hoy entendemos como lo mejor de la música alternativa, en manos de dos de sus exponentes más relevantes hasta la fecha), al Young Team de Mogwai (debut de la banda y el post-rock escocés, que es nadita ajeno a lo propuesto por Sigur Rós), el Brown Album de Primus (quizá una de las piezas más finas de funk progresivo de la historia) y el A Triumph for Man de Mew (debut, también, de una de las bandas más notablemente precursoras de lo que hoy entendemos genéricamente como indie rock). Todo lo anterior lo echo en el mismo saco sin siquiera traer a cuento lo publicado en ese año por David Bowie (Earthling), Nick Cave (The Boatman’s Call), Patti Smith (Peace and Noise) y Robert Fripp (Pie Jesu), por considerar como experimental y desafiante lo hecho por ellos desde décadas antes.
Sigur Rós es de las bandas más importantes de las últimas dos décadas, en gran medida por darle fuerza y notoriedad (que en algún momento tuvo, a pesar de que poco a poco ha desaparecido) a un género que no había sido verdaderamente explorado antes de ellos: el post-rock. No sólo eso, llegaron con una propuesta musical, también verdaderamente, novedosa —aunque se puede argumentar que no hay tal cosa como la novedad en sentido creativo, hay rarísimas ocasiones en las que sí la podemos encontrar—, al mismo tiempo que llena de fuerza y energía —cualidades que, podemos suponer, funcionaron muy bien para hacer de las canciones de Sigur Rós compañeras casi naturales del cine hollywoodense (épico, vasto, espectacular).
¿Pero podemos encontrar tanta majestuosidad, vigor y frescura en Von? Francamente, no. Y lo digo con pesar, sobre todo porque hace unos quince años escuchaba el disco en loops casi infinitos, maravillado por el uso de un arco de violín en la guitarra por Jónsi (vocalista y guitarrista) —que, en vez de marcar notas sobre las cuerdas, fastidiaba las pastillas para producir sonidos discordantes pero, paralelamente, armoniosos—, e hipnotizado por las vocalizaciones y sampleos que intuía como expansivos.
Von no tiene entre sus canciones y progresiones lo casi heroico de los demás discos de Sigur Rós (particularmente el ( ), del que hablaremos en un par de días); sin embargo, es un disco que lleva en sí, desde el nombre (“von” significa “esperanza” en islandés), la promesa e ilusión de lo que esta banda islandesa podría (y llegaría) a ser. De lo ominoso de ‘Sigur Rós’ a lo energético de ‘Hún Jörð…’, pasando por lo francamente “normal” y simplón de ‘Myrkur’, es un disco que, a pesar de sus muchas fallas, es lo que Sigur Rós siempre ha sido: hipnótico. Su peculiaridad es que, más que expansivo y grandilocuente (como el Takk), vive de la lejanía y la nebulosidad: Von obliga a quien lo escucha a sentirse no sólo lejos del espacio físico que ocupa, sino de la música misma; nos disloca, pero no nos permite sentirnos abrazados por los ambientes y espacios que construye.
El disco comienza con ‘Sigur Rós’. Campanitas y un órgano de fondo. Sabe, se siente, como el rock progresivo tradicional de finales de los sesenta y principios de los setenta. ¿Quizá es una promesa? Por 56 segundos lo único que suena son soniditos ominosos —de nuevo, nebulosidad— que, combinados con sintetizadores y ruidos ininteligibles, bien podrían ser del score de una película de ciencia ficción. Estamos en presencia de una suerte de ritual. No hay mucha progresión, pero lentamente avanzan los sonidos poco armónicos. En el 3:41, entran las maracas (o algo parecido a ellas). Empiezan a marcar un ritmo claro. ¿Quizá hay, por fin, una promesa de canción? Quizá. Veinte segundos después parece que el bajo quiere entrar a jugar. Como que quiere y no quiere la cosa. Como que quiere y no ser una canción. Para el 5:28 los sonidos son estruendosos y en el 5:40 se sueltan gritos, guitarrazos y reverbs (recuerdan, tal vez, al interludio de ‘Echoes’ de Pink Floyd; recuerdan, tal vez, a una bruja en el bosque gritando). En el minuto 6:00 se agudizan los gritos (¿o guitarrazos?) y para el 6:24 se agudizan y se mezclan. Se confunden. Hay espacios vastos, pero no de inmensidad y trascendencia, los que tanto nos recuerdan a Sigur Rós, más bien emparejados algo fácilmente reconocible en Pink Foyd, King Crimson y el Yes más experimental. A los ocho minutos regresan las maracas, y en el 9:36 gritos y scratches, casi insoportables, se transforman, de pronto, en algo demasiado melodioso. De pronto, estamos en presencia de otra canción.
‘Dögun’ comienza con vocalizaciones que se antojan como cantos de iglesia. Quizá como los de Thorkell Sigurbjörnsson o a los de Sequentia. Tenemos vocalizaciones intercaladas con un sintentizador que se pretende a ratitos cuerdas y a ratitos clavicornios. ¿El spin? Vienen acompañados de sampleos y remixes. En el 2:30 se escuchan las baquetas como anunciando algo: agua que cae, acompañada por una guitarra diez segundos después. ¿Se alcanza a escuchar una voz entre la lluvia? Imposible distinguir —de nuevo, de nuevo, la nebulosidad, de nuevo. En el 3:41 los sintetizadores se alocan un poco, momentáneamente. Silencio. De vuelta a los sonidos de un minuto antes. Apenas algunas guitarritas, poco antes de terminar, se apresuran tanto para entrar como para salir.
‘Hún Jörð…’ es la primera canción en forma del disco. Incorpora una parte de la base de ‘Dögun’, pero con más fuerza (quizá con sonidos que asociamos al industrial). A los 28 segundos la batería marca un ritmo apresurado. Las vocalizaciones ya no son tan dilatadas, van cortaditas (tun tun tun tun ta), pero rompen con y se desfasan del high hat y los platillos que marcan los ritmos. La letra (algo raro para el Sigur Rós que más gusta y envuelve, que en general no hay letra, sino pura vocalización) es una reescritura del “Padre nuestro” para hacer reverencia a la madre tierra. Al 01:40 hay un break pequeñito, cambia el ritmo, se mueve a la nada (tal vez sembrando la semillita para lo que cinco años después sería ““Popplagið” del ( )), algo que se vuelve a escuchar en el minuto tres, al sonar una batería con redobles de guerra bañada en una guitarra distorsionadísima. Del aparente desorden y caos se regresa a la calma. Y el ruido se repite con pequeñas variaciones, la batería detrás de la guitarra; un bajo muy seriecito en comparación con todo lo que sucede alrededor. El último minuto estalla en sonidos de guitarra, hasta que, de golpe, se rebobina todo (como para fingir que acaba todo en un tropo masticadísimo), pero regresa a la monstruosidad del ruido por 15 segundos más. Hasta que se traba y apaga, ahora sí.
De entre el silencio repentino (en el que parece que siguen retumbando fragmentos de ‘Hún Jörð…’, aunque no), ‘Leit að lífi’ le regala un primer descanso a Von, reposo para alma y oído después del momento más intenso y dinámico del disco. Sonidos como de ovni se combinan con voces en reverb. Nada más, sólo funcionan para dar paso a algo más.
Algo más que se antoja el punto más endeble de un disco que de por sí no ha logrado resistir al tiempo, auditivamente y más allá de su relevancia histórica. ‘Myrkur’ no es más que un bajo alegre, batería sencilla, y sintetizadores por todos lados. Sin gracia ni fuerza, es una canción que bien podría pasar por una ganadora del rockcampeonato Telcel. Aunque creo que es parte de la magia de este álbum, ejemplo perfecto para recordar que hasta Sigur Rós comenzó y que no lo hizo de una manera tan épica y estruendosa como hemos querido contarlo. ‘Myrkur’ incluso rompe con mucho de lo propuesto en Von: una cancioncita linda, popera y ya. No resalta ningún wow moment. Quizá su única gracia es que al final del disco será tocada al revés.
[18 segundos antes del amanecer.]
Entre lo más interesante de Von (y donde el potencial de Sigur Rós como banda es harto palpable) se encierra en varias de las progresiones de ‘Hafssól’. Después de un minuto de sonidos ominosos y desconcertantes, y un par de minutos de cantos aparentemente religiosos montados sobre un bajo bastante discreto, en el 5:04 de una canción que parece no llevar a ningún lado escuchamos pringuitas de sintetizadores lindas, alegres, escalonadas (semillita, me parece, de ‘Glósoli’). Lo bellísimo de ‘Hafssól’ llega hasta siete minutos y medio después de empezada la canción: el bajo que se puede reconocer fácilmente en vivo se escucha en el fondo, la guitarra de Jónsi empuja, los sintetizadores cambian; la energía regresa, interrumpida con bombos y sampleos. Y se suelta. Se alcanza a ver, por primera vez en Von, lo que Sigur Rós llegaría a ser. Si hay que rescatar algo de este disco, sin duda serían los últimos cuatro minutos de esta canción, como la misma banda ha hecho al adaptar y reinterpretarla.
En gran medida Von es un disco de contrastes, pero pocos son tan notorios como ‘Veröld ný óg óð’, tanto al interior de la canción como ésta frente al resto. Parece una simple basesita jazzera sobre la que se hacen poquitas variaciones con sonidos distintos, juega con una yuxtaposición de efectos bastante peculiar. Hacia el 2:15 algunas trompetillas corroboran lo que intuimos. Algo de jazz clásico hay por ahí perdido. ¿Quizá suena un poco a Charles Mingus? Las risas entre las que se acerca a terminar entre que lo confirman y lo desmienten, a menos que estemos en un viaje en ácido.
Aunque los minutos finales de ‘Hafssól’ son los que más valen la pena de todo el Von, la canción homónima del disco marca la pauta de interpretación para la obra (y para mucho de lo que haría Sigur Rós después). Como lo que se ve en vivo y se escucha en los álbumes posteriores, la batería es muy animada y muy presente. La guitarra se extiende. Sobre ‘Von’, el compositor y académico Ethan Haydn escribe
Drenched in reverb, and sounding as if it were recorded in a vast underground cave, “Von” (which means “hope” in Icelandic) seems to occupy its own alien atmosphere, creating the illusion that one is just faintly hearing a music happening far off in the distance.
La melodía vocal de Jónsi aparece y desaparece, entre una nebulosidad que se siente —de nuevo, de nuevo, la nebulosidad de nuevo— junto con los batacazos. Entre el 1:40 y el 1:50 la música, juguetona, se vuelve arrítmica. En el 2:02 entra la batería, rompe todo y regresa; en el 3:21 hace lo mismo. La canción se va entre silencios y tranquilidad intercalados con estruendo y potencia. Se alcanza a ver a lo lejos, como la voz de Jónsi, la majestuosidad de la que son capaces estos jovencitos de veintipocos años que transformarían la escena del rock experimental.
Las últimas tres canciones del disco son francamente olvidables, salvo porque ‘Mistur’ y ‘Syndir Guðs’ bien podrían considerarse las semillitas del Ba Ba Ti Ki Di Do y ‘Olsen Olsen’, respectivamente, y que ‘Rukrym’ no es más que ‘Myrkur’ reproducida al revés. Pero justamente ahí reside la relevancia de Von, en verlo como un disco en el que se pueden rastrear, aunque no sean preponderantes, los sonidos y recursos que llevarían a Sigur Rós a ser lo que son hoy en día. Quizá suena a obviedad decirlo, pero es de esas obviedades que vale la pena experimentar en oído propio.
Los mismos integrantes de Sigur Rós sabían del fracaso de Von (un disco que, además, no vendió más de 500 ejemplares de su primera edición), estuvieron conscientes de cómo fue que no lograron plasmar y articular la idea de música que tenían en mente. Por tanto, no es fortuito que en su siguiente disco, Ágætis byrjun (del que hablaremos mañana), se pudiera leer en el booklet “Ég gaf ykkur von sem varð að vonbrigðum… þetta er ágætis byrjun” (Les dimos esperanza que se convirtió en decepción… éste es un buen comienzo), para hablar de cómo Von (esperanza) no era ni de cerca lo que pretendían y cómo tendrían que rebootearse como banda.
Aun así, que quede el debut de Sigur Rós como un buen registro del ‘97, y esos discos que, mal que bien (y a pesar de sus fallas), han forjado mucho de lo que hoy entendemos como “buena música”.
***
Raúl Bravo Aduna estudió letras inglesas en la UNAM y es maestro en Periodismo y Asuntos Públicos por el CIDE. Actualmente es el Coordinador de Noticias de Sopitas.com.
Twitter: @rbaduna