Por Georgina Jiménez Ríos

Hace menos de tres años, tuve la oportunidad de escribir en Ala Izquierda un texto acerca de la retórica autoritaria del partido que hoy sigue en el poder. Corría el año 2015, el despido de Aristegui de MVS era muy reciente y el escándalo de la Casa Blanca de la familia presidencial estaba aún en un punto muy álgido. En aquellos días, en los que mucho se hablaba de los términos del contrato de Carmen Aristegui, de si era (o no) un conflicto entre privados y de las posibilidades de que la investigación tuviera consecuencias para el presidente, más que del contenido, me parecía elemental hablar de la forma. No sólo eran los millones de pesos en contratos, el programa de radio de la periodista más importante del país y las amenazas contra su equipo. Eran, además, la indignación de Angélica Rivera, el discurso de telenovela que ojalá hubiera interpretado Evangelina Elizondo y lo simbólico del nombramiento de Virgilio Andrade para investigar la situación cuestionable de Peña Nieto.

Hoy, una vez más, el argumento de Lisa Wedeen, que (en muy pocas palabras) los autoritarismos no sólo se construyen con incentivos, sino con símbolos, nos viene como anillo al dedo. Porque hoy no se trata sólo del desinterés por combatir la corrupción, de la Ley de Seguridad Interior aprobada en contra del clamor popular o de la imposición de Paloma Merodio, de Eduardo Medina Mora y de tantos otros. No se trata, pues, solamente de aquellas políticas llevadas a cabo con una cerrazón digna de un autoritarismo, se trata también del discurso alrededor de todas ellas.

El promocional “Imagina un México sin el PRI” que circuló en redes sociales hace algunos días es sólo uno de los muchos ejemplos, aunque probablemente el más claro. En él, el Partido Revolucionario Institucional se atribuye, más cínica que discretamente, la atención médica en México, los desayunos escolares, la educación gratuita y los apoyos para la vivienda. El PRI no sólo se atribuye la construcción de todas estas políticas, además, amenaza con desaparecerlas. Nadie sabe en dónde quedó la cantaleta “Este programa es público y ajeno a cualquier partido político”.

La amenaza del PRI probablemente sea la marca más clara de la retórica autoritaria. En el mundo que el priismo nos ilustra, los mexicanos no somos ciudadanos, ni sujetos de derechos, y mucho menos jefes de la administración pública.  Aquí, los mexicanos no somos más que súbditos. En este planeta tricolor, las mentes brillantes de Meade, de Chong y de Videgaray nos hicieron el magnánimo favor de construir política pública y social, y, como el favor que es, cuando se vayan o cuando gusten pueden arrebatárnosla. ¿Cómo osamos nosotros, simples mortales, cuestionar sus beneficios?, ¿será que en ocasiones no valoramos lo que tenemos?

La misma retórica fue la utilizada por la primera dama al dar su explicación en cadena nacional sobre la Casa Blanca. Muy ofendida, Angélica Rivera mencionó que no era servidora pública ni tenía por qué dar explicaciones. “Decidí explicarles todo lo relacionado con esta casa”, menciona Angélica Rivera. No atendí a las obligaciones de rendición de cuentas que derivan de mi matrimonio con el presidente, no cumplí con mi responsabilidad. En cambio, “decidí”, por honesta y amable, compartirles los detalles referentes a mi patrimonio personal.

Existe otro buen ejemplo más de la misma retórica, el mundialmente famoso comercial “Ya chole con sus quejas”. Un comercial en el que, por medio de la conversación entre dos carpinteros, el Gobierno Federal les dice a los ciudadanos que ya está harto de escucharlos quejarse. El comercial es mundialmente famoso porque incluso el comediante británico John Oliver consideró digno de comentarlo. El mismo John Oliver lo dice “Estamos acostumbrados a escuchar a los políticos decir “Hemos escuchado su voz”, pero nunca dicen después “Y es molesta, entonces cállense la boca””. Una vez más, en el comercial se encuentra escondida una retórica autoritaria que nos invita a “valorar” el trabajo que el gobierno hace por nosotros. Pregúntese usted si podría decirle a su jefe que deje de quejarse de su trabajo y que valore lo que usted hace por él, y luego considere si las mentes detrás de ese comercial se asumen realmente como “servidores” públicos.

El clasismo y el autoritarismo que denotan estos mensajes no son temas menores y no tienen cabida en un régimen que se jacta de democrático. Es muy probable que más de una fuerza política o administración haya compartido el sentir que denotan los comerciales y discursos aquí discutidos, pero es muy significativo que una línea de comunicación se atreva además a externarlo. Valdría la pena preguntarse quién está detrás de estos mensajes y por qué los considera apropiados y/o legítimos. Será muy complicado transitar hacía un México en el que los servidores públicos le rindan cuentas a la ciudadanía, mientras nos gobiernen personas que consideran que están haciéndonos un favor cada que hacen su trabajo y, además, tengan el descaro de decírnoslo.

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Georgina Jiménez Ríos es parte de Wikipolítica CDMX, una organización política sin filiaciones partidistas.

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