Cuando en el cine se busca contar historias sobre acontecimientos reales, la mayoría de las veces los guionistas y los directores buscan extrapolar todas las circunstancias para enfatizar el dramatismo de las situaciones en sí y terminan por convertir la historia verídica en un melodrama lleno de lugares comunes y finales felices.

Sin embargo, en contadas ocasiones una trama basada en hechos reales nos regala momentos dignos de la mejor de las ficciones, adaptadas magníficamente por sus directores (que también son escasos) y nos logran transmitir en cierta medida el impacto o las emociones que se emanaron de aquel suceso que hoy en día es digno de ser contado en la pantalla grande.

Curiosamente, Argo, la tercer película de Ben Affleck; y el motivo fundamental de estas líneas, no se corresponde directamente con ninguna de las dos definiciones anteriores. Los motivos que en cierta medida me orillan a pronunciar tal declaración es por lo inverosímil de la historia que cuenta (que, en otra paradoja, es una historia real) y que a su vez se vuelve un entramado tan complejo digno de los mejores momentos de James Bond.

El año es 1979, la situación en Irán es insostenible: la tensión con Estados Unidos se encuentra en su momento más álgido tras la revuelta civil que trajo consigo el derrocamiento del gobierno del Sha, quien se ha refugiado en la unión americana, ya que es el mismo país que años antes le ayudó a hacerse del poder. Los iraníes, buscan venganza con todo aquel que se encuentre en la representación estadounidense de su país, culminando así con el infame caso de la crisis de las embajadas.

Siendo este el contexto principal, Affleck nos demuestra que todo lo que se le puede criticar delante de las cámaras, lo corrige magistralmente detrás de ellas. Su película adquiere un tono político y dramático a la altura de los grandes thrillers gubernamentales como JFK, y al mismo tiempo se da tiempo de ofrecernos momentos cómicos y satíricos que encajan a la perfección en los personajes interpretados por John Goodman y Alan Arkin.

La increíble historia de Argo resulta “sencilla”: con la misión casi imposible de rescatar a un grupo de estadounidenses de la embajada canadiense en Irán, un agente de la CIA debe realizar una farsa al puro estilo hollywoodense. Para ello, montará una película falsa ayudado por peces gordos del cine de la época.

De esta forma, la película logra mantener al espectador al filo del asiento durante dos horas, mientras otorga momentos de risas y referencias al cine de Hollywood de finales de los setenta, que no es otra cosa que una farsa. Esa misma farsa se resume en una cita que nos ofrece la cinta:  “La historia comienza siendo una farsa y termina siendo un drama.” ¿O quizá era al revés? Habrá que revisar los textos de Karl Marx… ¿o tal vez fue Groucho Marx quien lo dijo?

El filme matiza los momentos históricos representándolos a manera de storyboard, mientras que los hechos que suceden durante la trama son contados con cámara en mano, dándole a la cinta ese estilo de “documental”, lo que termina por ofrecer otro contraste interesantísimo que resulta en momentos de tensión y una acción que paso a paso nos encamina hacia el clímax de la historia.

Ben Affleck supo cómo contarnos la historia. Sin caer en las dos categorías que describíamos al iniciar este texto, logra su mejor película hasta el momento, y quizá la mejor del año. Como bien nos decía un amigo, si Spielberg no sorprende, Argo significará el Óscar para Affleck en la categoría de Mejor Director.

ARGO, EU (2012)
Director: Ben Affleck
Actores: Ben Affleck, Bryan Cranston, John Goodman, Alan Arkin

Antonio Reyes-Castañeda @eltonykings

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