Por Diego Castañeda

En los últimos días se ha suscitado en alguna medida un pequeño debate en redes sociales sobre si la desigualdad es o no un asunto relevante cuando pensamos violencia y criminalidad, sobre todo en el contexto mexicano. Por una parte, algunas personas que estudian violencia dicen que la desigualdad es un mal diagnóstico para entender el problema; por otra, personas que también estudian violencia dicen que es relevante. Para entender un poco mejor la situación, vale la pena darse una vuelta a la literatura que se ha producido en el mundo al respecto.

El concepto más importante para entender la relación entre violencia y desigualdad es quizá el de violencia estructural, introducido por Johan Galtung en un paper seminal de 1969, la violencia estructural es meramente la idea de que existen más formas de violencia que la violencia física, cualquier cosa que impida que una persona se desarrolle y satisfaga sus necesidades básicas es una forma de violencia. En este sentido, la pobreza y la desigualdad en tanto que significan la falta de capacidad para satisfacer necesidades básicas, pensemos en alimentación, vivienda, etc, son condiciones que imponen un nivel de violencia a las personas. En este sentido, el concepto de capacidades de Amartya Sen y de violencia estructural de Galtung tienen mucha relación entre sí.

Partiendo de este concepto, buena parte de la literatura que trata de explicar violencia en contextos muy complejos, pensemos en guerras civiles, revoluciones, por mencionar las más estudiadas ha encontrado que al menos en parte la violencia tiene su origen en causas económicas. La necesidad de las personas la empuja a participar en conflictos armados, las hace rehenes de los intereses de líderes militares, de caciques o criminales. El conflicto se vuelve una forma de movilidad social no sólo en la posibilidad que permita generar ingresos sino en el estatus social que éste pudiera llegar a proveer dentro del contexto específico. Así, en guerras civiles es común observar que la violencia puede estar motivada por la necesidad de reconocimiento y que ésta a su vez esté vinculada a la pérdida de dignidad que las carencias económicas producen. En este sentido, un gran debate en la literatura se ha dado entre las posiciones de Paul Collier y coautores y David Keen.

Fuera del contexto de las guerras civiles y conflictos armados de ese tipo, la relación entre exclusión económica, dígase desigualdad o pobreza y diferentes niveles de violencia, se ha estudiado en muchas partes del mundo. En general se ha encontrado una relación positiva, si no es que siempre causal entre ambas. No siempre los países más desiguales son los más violentos; por ejemplo, Suecia, un país bastante igualitario, es uno de los países con mayor incidencia de violaciones en el mundo; no obstante, también es el país desarrollado en que la desigualdad está creciendo más rápidamente. Pero a pesar de que se pueden encontrar casos raros como el anterior, la relación parece ser bastante clara: mayor desigualdad y mayor violencia parecen aumentar juntas.

Una buena compilación de esta evidencia se encuentra en el trabajo de los epidemiólogos Wilkinson y Pickett muy bien ilustrada en su libro The Spirit Level donde encuentra correlaciones muy evidentes sobre desigualdad y violencia. Por ejemplo, la relación entre desigualdad y homicidios en estados de Estados Unidos tomada de su libro muestra bien su punto.

Los lectores de este post dirán con toda razón que correlación no prueba causalidad; no obstante, lo que estas relaciones muestran es algo que se ha encontrado en diversos estudios. Para el caso de México uno reciente que encuentra relevancia de la desigualdad en explicar violencia en el contexto de la violencia por las drogas en México es de Raúl Zepeda.

Operativo del ejército. Foto: Carlos Jaso / Reuters.

Críticos de ver la desigualdad como una de las causas de los problemas de violencia apuntan a que muchos de los estudios se han hecho con datos deficientes, pero es una realidad observada en todo el mundo, con estudios de menor o mayor calidad encontrando resultados similares. Una razón de algunos críticos para desestimar estos resultados es que no ven una causalidad clara, no obstante, esto es algo que se debe esperar pues la violencia y la desigualdad por su naturaleza tienen causalidad que fluye en ambas direcciones, la desigualdad produce violencia, la violencia produce desigualdad. No son fenómenos excluyentes, al contrario, son fenómenos que operan entre sí y se refuerza entre sí.  

Por esta razón es importante que, cuando pensemos en el diagnóstico de la violencia en México o en otras partes del mundo en conflictos armados semejantes a una guerra civil, partamos del concepto de violencia estructural y de él entremos al de seguridad humana. La violencia puede estallar por diversas razones, pero la violencia estructural, la pobreza, la desigualdad y en general cualquier factor que prive de una vida digna a las personas se vuelve combustible que alimenta esa violencia al darle un contexto en el que se puede reproducir fácilmente.

Atender la violencia en México pasa necesariamente por atender la pobreza y la desigualdad, en construir mecanismos de movilidad social que hagan a la violencia un mecanismo menos deseado. Esto no implica desestimar otras medidas, disminuir la impunidad, mejorar todo el aparato de procuración de justicia, etc. Pero cualquier otra medida necesariamente para ser exitosa requerirá en mayor o menor cantidad un esfuerzo por disminuir las desigualdades presentes en la sociedad mexicana.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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