Por José Acévez

Mucho se ha especulado sobre las candidaturas independientes que comienzan a sonar para los próximos procesos electorales. Parece una fiebre masiva que ante el hartazgo del cinismo característico de nuestra clase política busca una salida que parece fácil. Como si con la posibilidad de tener políticos sin partidos, todo se solucionara. La lista de aspirantes a candidatos independientes a diversos puestos de elección popular crece todos los días y vemos “liderazgos” y proyectos que surgen del vacío, del puro afán por llegar a la política institucional. Así también, otros políticos de antaño han aprovechado la opción de lo “independiente” para consolidar sus intenciones y, a partir muchas veces de pugnas internas en sus partidos, se han alejado de ellos para generar sus propias carreras.

Sin embargo y como bien ha recordado Pedro Kumamoto, aspirante a candidato independiente para el Senado por Jalisco, lo único que caracteriza a los independientes es llegar a la boleta por haber recolectado las firmas que el INE solicita para tal fin. Y es en este proceso que muchas intenciones quedarán diluidas debido a que los requisitos del árbitro electoral son pesadísimos. Aquí es donde realmente se verá lo “independiente” de los aspirantes ya que, si logran aparecer en la boleta, es porque hicieron una ardua labor de recolección y muchos pueden usar sus estructuras políticas (que heredaron de sus pasados partidos) para lograr conseguirlas. Y es tan absurda la ley electoral de este país que muchas de esas firmas podrían aprovecharse para crear partidos nuevos, pues el INE solamente solicita el 0.26% del padrón electoral para fundar uno, mientras que un aspirante a la presidencia, por ejemplo, debe reunir el 1%; es decir, cuatro veces más.

Así, un buen criterio para identificar qué tan “independiente” es un aspirante es seguir el rastro de cómo consiguieron las firmas, y esto es muy fácil de saber: es cuestión de seguirlos en redes sociales y observar las convocatorias, brigadas y demás estrategias que se organizan para buscar los apoyos ciudadanos. Si un aspirante no está preocupado por esto, seguramente sus intenciones son muy vagas o ya tiene una estructura política que le facilitó el trabajo.

El reto que tienen los aspirantes es enorme; recolectar esa cantidad de firmas suena fácil, pero lo cierto es que es un trabajo que requiere de muchísimas manos y de un ánimo constante para no perder la batalla en la calle, cuando te enfrentas con una inaprehensible gama de ciudadanos que en un caleidoscopio diversísimo de afiliaciones políticas e ideológicas, deciden si firmar o no por el aspirante que busca su apoyo. En días pasado he colaborado con esta tarea de lado de Wikipolítica Jalisco (la organización que respalda la aspiración de Pedro Kumamoto y la de otros ciudadanos más) y me ha permitido percatarme que muchos aspirantes ignoran o no sopesan la dificultad de reunir los apoyos necesarios para llegar a la boleta. Kumamoto y su equipo han trabajado en una estrategia que se reconoce principalmente por el ánimo que se contagia en las calles (aquí doy algunas razones para explicar por qué decidí unirme al movimiento). A partir de recorrer plazas, parques, estaciones de metro, festivales de música, mercados y una infinidad de espacios públicos, los apoyos se han ido sumando (poco a poco) y, como explica Julián Atilano, el mismo perfil de la organización —que no recibe dinero público y sus integrantes colaboran la mayoría por voluntad— permite extender las redes a partir del contagio.

Foto: Facebook

Dentro de la estrategia de recolección, una tarea que es tremendamente ardua pero muy necesaria es la de recorrer las colonias, casa por casa, local por local, para platicar del proyecto, hablar de las aspiraciones y tratar de contagiar. Este ejercicio puede resultar cansado y abrumador, sin embargo, cuando se provoca un encuentro fortuito y se transmiten las ganas de mejorar las instituciones de Estado, reunir las firmas resulta esperanzador (aunque se consigan cuatro o cinco en una hora, cosa que depende de la habilidad del brigadista).

Además, tocar puertas significa ampliar lo que se comprende como colectivo y social, es darte cuenta de que entre casa y casa hay mundos de diferencias, de diversidad en composiciones familiares y actividades económicas, donde las categorías que tenemos para comprender lo social resultan más ideales que fácticas (como identidad, clase, ideología y demás). La gama va de una señora que no te quiere firmar porque lleva todo el día en cama a un local contiguo de tortas ahogadas donde la cocinera te firma con gusto porque ya está harta de vivir con miedo, pasando por el joven que migró de Michoacán y que, como no ha renovado su credencial, no te puede apoyar. “Suerte, muchachos”, es la frase más recurrente con la que la gente te despide después de darte su firma. Se genera un vínculo muy etéreo que no es ni público, ni privado y que reside en la confianza de alguien que abrió su puerta y combatió el miedo o el tedio para compartir tu esperanza.

Foto: Alejandra Leyva

Las brigadas en calle ayudan, también, a replantear la idea que tenemos de lo urbano: la diferencia entre vivir en una casa y en una torre de departamentos (en estos segundos, paradójicamente, lo colectivo resulta más indiferente); la intensificación de las medidas de seguridad (rejas, cámaras, alambres: una distancia cada vez más amplia entre “lo de todos” y “lo propio” derivada de la desconfianza); la marginación de las banquetas como un elemento que “estorba” a los coches (cada vez más angostas, descuidadas, peligrosas para quien las transita). Recorrer la calle es la forma más genuina de encarnar lo público, en donde eres capaz de reconocer preocupaciones, supuestos, prejuicios y transformaciones de eso que conforma nuestro “pensamiento compartido”.

El proceso de recolección de firmas es, por otro lado, una posibilidad de transformar la cultura política de este país, donde los que apoyan tienen elementos dentro de su cotidianidad para legitimar el trabajo de quienes buscaron su apoyo. Dar su firma significa confiar, y si los aspirantes llegan a la boleta y logran ganar, su compromiso con los ciudadanos es mayor, ya que dentro del juego de la política, deberán conservar una congruencia que responda con transparencia y honestidad. Es curioso ver cómo la diversidad social de una ciudad como Guadalajara confluye en un proyecto que busca, principalmente, recuperar la confianza en las instituciones del Estado.

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José Acévez cursa la maestría en Comunicación de la Universidad de Guadalajara. Escribe para el blog del Huffington Post México y colabora con la edición web de la revista Artes de México.

Twitter: @joseantesyois

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