El Museo Jumex (Miguel de Cervantes Saavedra #303 Col. Ampliación Granada) presenta Calder: Derechos de la danza una retrospectiva del artista que le dio ritmo al arte abstracto.

Alexander Calder nació a finales del siglo antepasado en una familia de escultores y murió a finales de los setenta en Nueva York. Cuando era niño, hacía juguetes y joyería con cables de cobre para las muñecas de su hermana, en el estudio que le designaron sus padres.

De joven estudió ingeniería mecánica, lo cual explica dos elementos fundamentales en sus piezas: equilibrio y movimiento. Años después, Calder ingresó a la Liga de estudiantes de arte de Nueva York (Art Students’ League), la famosa escuela en la calle 57 de Manhattan a la que también asistieron Mark Rothko, Roy Lichtenstein, Louise Bourgeois y Ai Weiwei, por ejemplo.

En Francia durante los años veinte, fue aceptado por el avant-garde parisino con su obra Circo Calder. Se casó con la sobrinanieta del escritor Henry James y conoció a tanto a Piet Mondrian, que lo invitó al grupo Abstraction-Création; como a Joan Miró, quien fue una evidente influencia en la relación de sus líneas y círculos. También se relacionó con Marcel Duchamp, quien nombró a una de sus piezas con la palabra mobile (en ese entonces sus móviles operaban con motores y no con corrientes de aire o de luz). Esa obra forma parte de Constelaciones, una serie conformada por diferentes móviles que figuran el universo, y que para Calder son la “fuente ideal de las formas”.

“Para mí, lo más importante en la composición es la disparidad.”

Para los años cuarenta, Calder se convirtió en el artista más joven con una retrospectiva en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Sartre escribió que con los materiales que usa Calder, los desechos destinados a la inmovilidad, el artista “no sugiere el movimiento, lo captura”. Un móvil de Calder, describió el filósofo francés, es una “pequeña fiesta local”.

“Un móvil en movimiento deja una estela invisible detrás de él, o más bien, cada estela individual detrás de su ser individual. A veces estas estelas se contraen unas dentro de otras, y en ocasiones se despliegan.” –Calder.

Algunos artistas, como Tomás Ives, piensan que a Calder hay que mirarlo desde la música: en el equilibrio de las piezas…

“se pueden entrever las notas musicales de una pauta frenética de jazz. El vacío en los espacios que construye, la contraforma del espacio alrededor de Calder carece de lógica aparente. Juega con la transparencia del espacio y compone una pauta que anticipa la presencia de la música en el arte”.

No es necesario entender por qué nos place el encontrarnos al centro de una gran galería blanca, que dialoga con formas y figuras independientes y a la vez unidas. Elipses y siluetas logradas como ornamentos de madera o de metal, –Calder fue el primer artista en utilizar el metal para hacer dibujos tridimensionales–. Formas abstractas con materiales industriales, en las que menos es más, que cambian de acuerdo al lugar donde las observamos. Obras que oscilan, se equilibran, esculturas lineales de armonías propias que desafían la función original de los materiales, y a su manera desafían también la gravedad.

Calder: Derechos de la danza presenta pequeños y grandes dibujos y retratos de metal, pinturas abstractas, móviles y maquetas de obras públicas. Estas últimas son sus esculturas monumentales, también llamadas stabiles, las piezas que se dedicó a crear en los años finales de su carrera, una de estas es de El Sol Rojo, hecha especialmente para los juegos olímpicos México ‘68.

Esa extraña escultura de tres picos con un círculo rojo al centro, a las afueras del Estadio Azteca, es su pieza más grande.

Por Elvira Liceaga (@shubidubi)

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