Por José Ignacio Lanzagorta García
Que lo gane. Que gane el Oscar. Por ella y para ella, pero también por nosotros. Como parte del ritual anual de la entrega de premios, parece indispensable que algún comentarista televisivo y cientos de tuiteros invoquen el festival como la capital de esto que llaman poder blando o soft power. Se trata, al menos en este caso concreto, del poder de la representación: en un evento de audiencias masivas y globales, aprobar una idea o mensaje en una cinta o un actor o una actriz, conlleva un respaldo o ratificación, al menos de la industria estadounidense del entretenimiento como actor político. Esta representación aprobada podría –subrayo el tiempo verbal– fortalecer agendas de discusión y, eventualmente, de cambio político. Es difícil dimensionar la forma en que operaría este poder blando y, por eso mismo, suele generarme una sonrisa escéptica cada vez que lo traen a colación. Esta vez no. Que gane Yalitza.
Yalitza en la playa. Yalitza en las revistas. Yalitza en las entrevistas. Yalitza en Venecia. Yalitza en Los Ángeles. A decir verdad, no necesita ganar el Oscar para estar en boca y ojos de todos, pero qué bien estaría que lo ganara. Y no para demostrar nada que no haya hecho ya, sino para seguir fortaleciendo su necesaria presencia en los medios masivos de comunicación. La conversación filtrada de Sergio Goyri donde apela al racismo para denigrarla o el rumor del presunto chat de las actrices contra Yalitza, no hacen más que confirmar lo refrescante y valioso de lo que está representando. Necesitamos seguir desclosetando esas conversaciones que palpitan nuestra cultura.
Es evidente que para muchos la presencia de Yalitza Aparicio no es sólo algo disruptivo, sino incluso amenazante. Hasta parece que les da pánico. De pronto, una educadora de preescolar de Tlaxiaco, de origen triqui y mixteco, accede a las alfombras rojas y a las portadas de revistas como lo que ha sido: actriz principal en una película exitosa. No hay expresión de rechazo que haya impedido esto. Yalitza recibe premios y nominaciones.
Que si no tiene formación como actriz, que a ver qué película hace después, que –dicen– actuó de sí misma (¡!). Antes que algunas de las más encarnizadas defensas llenas de condescendencia, ha resultado extraordinario escuchar a la propia Yalitza sacudirse estas críticas. Responde con su propia voz, con firmeza pero no con severidad, sin concesiones pero también sin enojo, segura de lo que ha hecho y lo que representa pero sin arrogancia. No necesita traductores regañones. Quien escucha a Yaltiza en sus entrevistas no puede ni siquiera encontrar el eco de esa otra etiqueta con la que se busca silenciar o desacreditar el clamor de quienes están excluidos de los circuitos de la hegemonía política, económica y cultural: el resentimiento.
Más bien parece ser que ha sido el resentimiento el que ha movilizado buena parte del rechazo al éxito y figura mediática de Yalitza. Desde la academia y activismo muchos se apuran en establecer críticas sobre su cooptación. Las etiquetas de moda se apelotonan: colonialismo, apropiación cultural, exotización, folklorización. No pretendo desacreditar los análisis de largo aliento sobre las implicaciones y estructuras de dominación que las industrias del entretenimiento reproducen día a día, análisis de los que yo mismo participo constantemente, pero de pronto parece que desde ahí no se le concede a la propia Yalitza la gloria de su éxito personal. Y también pareciera pasarles desapercibida la relevancia de que, como haya sido, Yalitza penetre esas estructuras.
Desde el mundo de la conversación cotidiana e incluso del gremio actoral, irrita que el papel de Cleo es uno para el que haber puesto a Meryl Streep hubiera sido una absurda decisión de casting. De pronto pareciera que las nominaciones a mejor actriz sólo deberían recaer sobre papeles que hubieran podido ser representados por ella. No irrita que un actor sin educación profesional alcance la gloria –ejemplos abundan–, parece irritarles que sea Yalitza quien no tenga formación actoral. No les irrita el brinco a la fama de un debutante, parece irritarles que sea éste debut y de ésta actriz. Dicen que la prueba estará cuando Yalitza represente otro papel. Ella ha dicho que con gusto lo haría… o que con gusto retomaría su carrera de educadora. La prueba ya fue superada.
Primero fue Roma la que abrió una serie de conversaciones siempre necesarias y siempre pendientes sobre clase, sobre racismo, sobre explotación y sobre género. Pero ahora los reflectores han pasado sobre Yalitza ante la cosecha de premios y nominaciones. Y es que ya no es sólo ella, sino lo que representa su posición en el contexto mexicano e internacional. Estos meses han sido un momento de gloria y seguramente de gran alegría para ella, pero para nosotros también han sido muy productivos. Nos hace bien hablar de esto. Nos hace bien confrontar por qué nos resulta tan indigesta su gloria. Nos hace bien desclosetar el profundo racismo que teje nuestro día a día. Nos hace bien ver a Yalitza donde, como dice ella, no veíamos a hombres y mujeres como ella. Que gane el Oscar. Nos hace bien.
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José Ignacio Lanzagorta García es politólogo y antropólogo social.
Twitter: @jilanzagorta