No habrá segunda vuelta, en medio de acusaciones de fraude y acarreo, Putin, un ex agente de la KGB, el hombre fuerte de la política rusa, el heroe de la reestrcuturación que logró terminar con el separatismo checheno, o por lo menos a sí lo ve él y sus partidarios, el “Zarin” como le llaman sus enemigos, fue elegido ayer presidente de Rusia por tercera ocasión con el 63,81% de los votos.

Putin es una de esas personas que tienen enenmigos, sus excentricidades e intransigencia política provocan tantos fans como detractores. Para muestra las manifestaciones de los últimos días en Moscu, tan numerosas las organizadas a favor de este amante de la caza, el vodka y las muejres, como las en contra.

Los rusos, al parecer, se han cansado de Putin y su ambición de poder, pero no encuentran entre la corrupta e inoperante política rusa a quien sustituya a Vladimir. Guennadi Ziugánov, un sociliasta taciturno y nostalgico de la vieja URSS se situó en el segundo lugar de las preferencias, mientras que el maganate Mijaíl Prójorov en tercero con menos del diez por ciento de los votos.

Dmitri Medvédev, el presidente saliente, un titere de Vladimir, según la opinión internacional y la oposición rusa, le acompaño a un gigantesco escenario en el centro de Moscu para saludar a las más de 100.000 personas, que esperaban en la plaza del Manezhe a que se anunciará su triunfo.

“Hemos ganado”, exclamó Putin en dos ocasiones. De su ojo derecho caían lágrimas, que, según dijo después, fueron a causa del viento. El viento, sí, porque un hombre que pelea contra osos o bucea hasta las aguas abismales no llora, nunca.

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