El 14 de octubre de 1994, Pulp Fiction, el segundo largometraje de Quentin Tarantino, llegó a los cines de Estados Unidos para escupir sobre todo lo establecido en el séptimo arte y convertirse en una de esas joyas que marcan la cultura tan profundo como la Mona Lisa, “Let it Be” o Edgar se cae. Todo un fenómeno, sin lugar a dudas.

Al día de hoy, Pulp Fiction sigue apareciendo en los primeros lugares de listas tan pomposas como el ránking de las mejores pelis de la historia según IMDB (puesto 5) y Film Affinity (puesto 10). Antes de arrasar en las salas americanas, ya había pasado por el más exigente de los festivales de cine internacionales: Cannes. Ahí, entre franchutes artísticos y un montón de cintas increíbles, Tarantino logró hacerse con la Palma de Oro, el máximo premio. Nada mal para una cinta en la que se menciona la palabra fuck 265 veces.

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Intentar nombrar las razones del éxito de Pulp Fiction es una tarea necia. Sus incontables referencias al cine de todos los tiempos, su impresionante técnica cinematográfica, su perfecta combinación de humor y violencia (apenas rozada alguna vez por la literatura beat), la magistral edición de Sally Menke, la hipnótica fotografía de Andrzej Sekula, la impactante química entre su elenco, el guión más envidiable de los últimos tiempos y los 8 millones de dólares mejor administrados de la historia del cine son apenas algunas de las cosas que vienen a la mente. Sin embargo, no cabe duda, la magia está en la combinación de TODO.

Ese no sé qué que qué sé yo que hay entre la cita bíblica inventadísima de Jules Winnfield (Samuel L. Jackson haciendo de… bueno, Samuel L. Jackson) y el baile de Mia Wallace (Uma Thurman más sexy que nunca)  con Vincent Vega (el regreso triunfal de John Travolta, con todo y panza nueva) es lo que llena a la película con una fuerte carga de “llegué para quedarme”.

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Esta pregunta no es sólo de fanáticos. Los grandes críticos y teóricos del cine de finales del siglo pasado y el presente se han preguntado mil veces qué es lo que le otorga a Pulp Fiction un lugar junto a Metrópolis de Fritz Lang o Los olvidados de Luis Buñuel. ¿Será acaso su irreverencia?, ¿la sistemática ruptura de esquemas morales que presenta?

Aunque suene increíble, no han faltado las voces que digan exactamente lo contrario y, por supuesto, también tienen un punto. Según Henry Giroux, uno de los críticos más polémicos de la actualidad y autor de Cine y entretenimiento, elementos para una crítica política del film:

“Tarantino articula en esas películas una amoralidad que legitima la ideología neoconservadora de los años noventa, coherente con lo que Ruth Conniff ha llamado una cultura de la crueldad”.

En otras palabras, piensa Giroux, Pulp Fiction es una película en la que básicamente se afirma que basar la vida en la distinción racial, la compra de drogas con capital ganado nada menos que en el libre-mercado-de-romper-madres-por-ahí y fomentar la violencia como un elemento cotidiano en la realidad americana son cosas que están básicamente bien y pegó tanto porque bueno… en los 90 y aún hoy, hacer todo eso es, por algún motivo enfermo, algo cool.

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En efecto, los “tiempos modernos” son “tiempos violentos” y la moral que imperaba todavía en los años 60 (el culto hippie a la paz no fue el último intento desesperado de establecer una cultura de la no violencia) sigue siendo el destartalado blanco de actos violentos, orgullosos e inflamados de cinismo que nos recuerdan que no hubo amor y paz y que, para ser sinceros, lo más seguro es que nunca habrá. Se trata de un pesimismo percibido por muchos como retrógrada y por mucho más como realista, pero que, como sea, no deja de ganar terreno. Pulp Fiction bien puede ser leída como una carcajada amarga e irónica, o bien, amargada y conservadora.

Vale, tenemos todo eso. Y sin embargo… la risa. Pues sí, Pulp Fiction es una de las películas más graciosas jamás filmadas. Es decir, la larga disertación sobre el masaje de pies, la ironía homosexual perpetrada contra la corpulencia de Marsellus Wallace, la Royale with Cheese y la historia sobre disentería, guerra y muerte que rodea al reloj de Butch son humor puro… humor que, muy probablemente, debería servir como alarma para alertar que nuestra cultura es una de las cosas más enfermas que le hayan ocurrido a la humanidad.

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Mientras nos seguimos preguntando por qué Pulp Fiction es una película maravillosa y cuál es el maldito valor ético de esta joya, una cosa es clara: definitivamente merece el lugar en la cultura que con tan soberbias calificaciones ostenta. Pulp Fiction es un jeroglífico sobre la contemporaneidad que aún hoy no terminamos de descifrar. Pero Dios, qué divertido es intentarlo.

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