Prólogo

Sobre Cinécdoque hay una cosa importantísima que yo puedo decir, pero la dejaré para el final porque quiero que lean el prólogo completo. Déjenme ir haciéndome camino. Antes, por ejemplo, puedo decir que en Cinécdoque hay ejemplos de una prosa no menos deliberada que jugosa. Estos ensayos cumplen con “el deber de la precisión y el rigor”, sí, pero también se permiten la digresión feliz (por favor no se pierdan el apéndice), la incursión anímica o memoriosa, no sólo en textos como la despedida a Blockbuster —el videoclub convertido en tienda de saldos convertido en otras tiendas y convertido en escombros—, que son pura personalidad, sino en textos de revisión crítica, como el dedicado a Eso y su viejo y conocido monstruo. En Cinécdoque hay viajes hacia adentro. No sería raro que lectores se reconozcan en Luis, quien de pronto se voltea y parece todavía un niño en Coatzacoalcos, y los aqueje esa incomodidad: el ojo que se hace agua.

La prosa de Luis resulta también en gratos artificios; ideas que pasan volando y se les señala al vuelo, por ejemplo, la del subgénero de “cine de abuelita”, cuya irrefutable definición va así: “una película que si ves con tu abuelita está padre y te gusta, pero que si ves en otra parte ya no está tan buena”.

En Cinécdoque hay un humor táctil, íntimo, prudente.

Pero en Cinécdoque hay menos humor que algo que podríamos llamar “bonhomía”. Luis es un coleccionista de falacias, de inexactitudes del juicio, de sesgos cognitivos, de interpretaciones ilógicas. Quien lo siga en twitter lo habrá visto discutir más allá de lo prudente casi con quien sea; y en esas discusiones, refutar tales falacias e inexactitudes. En Cinécdoque hay una calma posterior a esas discusiones. Hay ensayos, como el dedicado al clásico instantáneo, que parecen repensar esos problemas, explorarlos con calma, con tacto, como un proctólogo explora y pondera una próstata. (Hay bonhomía en el proctólogo, aunque la intimidad pueda ponernos en alerta.) En estos ensayos Luis no es el Gran Refutador que se sale con la suya: es un recopilador y facilitador de soluciones para todos.

Y es que en Cinécdoque hay harto menos bonhomía que un simple llamado a la razón. En México (probablemente en otros países también, pero como yo padezco la nacionalidad mexicana y sus limitados alcances, diré nada más: En México) la crítica cinematográfica publicada en revistas, periódicos y blogs, la reseñería, tiende a la bipolaridad ante el hecho de que el cine es una industria. Ideas como “cine comercial” o “blockbuster” o “cine de arte” les causan un repelús o una reacción instantánea que se manifiesta en prejuicios y definiciones apresuradas. Las “precuelas” y sus hermanas las secuelas son causa de alarma entre muchos reseñistas. Luis acomete esas ideas con un talante sorprendentemente razonable en su medio. Para Luis, se diría, las cosas suceden siempre en espectros, nunca en tajante blanco y negro. En Cinécdoque blockbuster, cine comercial o cine de arte son cuestiones de inversión y retorno de inversión, de decisiones estilísticas y narrativas, de usos y costumbres de elenco. Nada maligno o benigno hay en ellos, a priori; son hechos: árboles en el gran bosque del cine.

Lo que me lleva a la cosa importantísima que yo puedo decir de este libro: el gran protagonista de Cinécdoque no es el cine: es el sentido común.

Puede sonar anticlimático y tal vez lo sea, pero vivimos en un mundo donde la sinrazón y la estupidez parecen haber tomado el micrófono en todas las áreas y en todas las escalas; el sentido común es una cosa rara y en peligro de extinción, como una vaquita marina. Cinécdoque, desde su breve reino de doscientas páginas, es una apuesta por la reinstalación de la inteligencia en todas partes.

Alonso Ruvalcaba

Algunas notas previas

Es propio del ser humano querer escapar de su realidad. Por ese simple hecho, afirma Luis Reséndiz, todos somos potenciales amantes del cine. La crítica cinematográfica, agrega, no es otra cosa que el cultivo cuidadoso de la cinefilia. De ese afán de “regar la semilla” nace el impulso de comparar películas, diseccionarlas y buscar en ellas aquel preciso elemento que nos sumió en el embelesamiento. De ahí nace también el título de esta colección, variante ingeniosa de la palabra “sinécdoque”, el juego de nombrar una parte por el todo. En la búsqueda de los orígenes de su propia fascinación por el cine, Reséndiz reúne textos en los que toma una imagen, una emoción o una asociación fugaz para, en ellos, trazar las constelaciones de su universo cinematográfico.

¿Cuál es ese universo?

El de un crítico que creció en las décadas en las que el cine se vio trastocado en el  fondo y la forma (pero con la serenidad intelectual necesaria para observar estos cambios). A contracorriente del purismo de cierta crítica cinematográfica, Reséndiz propone una revaloración de la tendencia de filmar precuelas de cintas “intocables”; plantea que la inmediatez de los tiempos hace válida la noción de un “clásico instantáneo”; y realiza una cuidada (casi amorosa) disección del llamado blockbuster: el único género, afirma el autor, que actualmente es capaz de conciliar visibilidad y estilo autoral.

Los textos de Cinécdoque aportan una mirada profunda a películas y fenómenos que otros, desde la pereza, consideran ligeros. Más importante, su autor es un defensor acérrimo del ensayo bien meditado. Este libro da prueba de ello y, al hacerlo, también declara: la mejor crítica cinematográfica —la única que permanece— es la que se disfruta leer.

Fernanda Solórzano

Debolsillo, 2019

Los textos anteriores son el prólogo y notas previas a Cinécdoque (Debolsillo, 2019). Este libro de Luis Reséndiz busca repensar el cine comercial; igualmente, reflexionar sobre sus cambios y llevar más allá de la pantalla las conquistas del séptimo arte.

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