Por Sandra Barba

“Política de la mordaza mundial”, no encuentro un mejor apodo para la Mexico City Policy. Recién firmada por Donald Trump, prohíbe que las ONGs que reciben financiamiento del gobierno de Estados Unidos mencionen el aborto. No pueden dar información sobre el asunto, aunque este tipo de intervención sea legal en el país donde operan (como ocurrió en Jamaica, Bolivia, Ecuador, Perú y otros 23 países del mundo). Está prohibido aconsejar –aunque la mujer lo pida–, prohibido nombrar el aborto, insinuarlo siquiera. Chitón mundial.

Aunque lo parezca, éste no es un desplante de Trump –no es otro de sus puñetazos contra la mesa. La política de la mordaza mundial fue establecida en 1984 por Ronald Reagan –un hombre que se pensó a sí mismo como liberal hemofílico (sí, taaan liberal que no podía dejar de sangrar por sus convicciones): Reagan empezó en la política como líder sindical, dio una marometa de 180 grados y terminó siendo la vanguardia de esa derecha que perseguía comunistas y le declaraba la guerra a las drogas y al aborto. Desde entonces, cada presidente demócrata revoca la política y cada republicano la reinstaura. No es, entonces, un atropello de Trump: los fondos estadunidenses que financian el aborto en el extranjero son una ficha que republicanos y demócratas llevan jugándose desde hace 30 años.

Incluso este juego tiene su lógica. Basta con firmar esta orden, para que el mandatario en turno le demuestre a sus votantes que “él sí cumple sus promesas de campaña, ¡y desde sus primeros días en el gobierno!” Los votantes sonríen, bien atendidos. Valió la pena ir a las urnas, piensan. Ni uno solo de sus centavos irá a parar a una clínica en el extranjero donde las mujeres abortan. Al final y al cabo es su dinero, ¿no es cierto?

En realidad, la política funciona de otro modo; la orden decide sobre los fondos, sí, pero de todos los gobiernos y las personas que donan. Cuando está en vigor, a Marie Stopes International (por poner un ejemplo) no se le permite separar el dinero que recibe de Estados Unidos del que consigue por medio de otros donantes –no puede pagar el sueldo de médicos y enfermeras con el dinero de EUA y financiar abortos con los fondos que recibe de otros países. La mordaza mundial exige que todos los recursos se deslinden por completo de la interrupción del embarazo –sí, los que vienen de Francia o Inglaterra, los de las personas que hacen aportaciones por Internet. Ante este capricho, las organizaciones grandes, como Marie Stopes y Population Action International (PIA) y la World Health Organization (WHO) anuncian que no se pondrán la mordaza en la boca: tienen un compromiso con el resto de sus donantes, Estados Unidos se equivoca cuando quiere decidir cómo se gastan el dinero de los demás.

(Países que reciben financiamiento de Estados Unidos en términos de población y salud reproductiva, 2017. Fuente: USAID.)

Por heroico que pueda parecer, la historia de las ONGs no es la de David y Goliat. Cuando se niegan a cumplir con la mordaza, renuncian a una considerable suma de recursos porque EUA es el donador más grande del mundo en materia de salud. Entonces vienen los recortes. Con el dinero que sobra, no pueden pagar la nómina completa: hay que despedir a médicos y enfermeras. Hacen cuentas y no alcanza: dejan de capacitar a las mujeres que en cada país se ofrecen a llevar información y medicinas a las comunidades rurales. Vuelven a contar la lana y todavía no sale: ya no pueden comprar tantos anticonceptivos como antes ni emprender campañas de nutrición para las madres y los recién nacidos. Así, cada vez que un presidente republicano firma ésta, hay desabasto de medicamentos, información y personal. De acuerdo con PIA, la última vez que la orden estuvo vigente, perdieron al 44% de sus enfermaras y 2/3 partes de los condones que se destinaban a Nepal.

Por si fuera poco, y aunque resulte paradójico, esta medida no reduce el número de abortos. La investigación de un grupo de médicos de Stanford (publicada en 2011) demostró que la política de la mordaza incrementa la tasa de abortos en los países del África subshariana. Sin acceso a la información y a los anticonceptivos, las mujeres se embarazan y la única salida que les queda es abortar –las más de las veces en clínicas inseguras y clandestinas que ponen en riesgo su salud y sus vidas. En promedio, asegura el grupo de médicos, hay 2.73 abortos más, por cada 10,000 mujeres, al año. Y se pone peor: éstos aumentan con cada año de vigencia de la política –algo que debe considerarse en caso de que Trump se reelija; por último, el uso de anticonceptivos se estanca.

La investigación coincide con los estudios de las ONGs: las mujeres empiezan a acudir a las clínicas para obtener servicios de atención médica después de haberse practicado un aborto. Los documentales de PIA, como Access Denied, aportan más evidencia al respecto y Marie Stopes publicó la siguiente información: de no conseguir fondos alternativos, habrá 6.5 millones de embarazos no planeados, 2.2 millones de abortos (2.1 de ellos, en condiciones inseguras), 21,700 muertes maternas, tan sólo en el primer cuatrieno de Donald Trump; cada año, 1.5 millones de personas dejarán de recibir anticonceptivos.

Estados Unidos necesita superar el bipartidismo en este tema. Los demócratas –cuando recuperen la mayoría en el Congreso– deberían cerrar filas para impedir que los siguientes presidentes republicanos firmen la política de la mordaza mundial: hay que blindar las ganancias –un consejo que también debería servirle a los legisladores mexicanos de izquierda. Las mujeres del mundo necesitan que Estados Unidos se comprometa a aportar financiamiento de manera constante; bien sabemos que las políticas públicas no son varitas mágicas y que cuando son inestables (cuando van y vienen) los resultados se desploman.

Para quienes creyeron que Donald Trump no podía hacer tanto daño, para quienes confiaron en las instituciones (“están ahí para protegernos, no es tan fácil cambiar las cosas”, los oí decir), ésta es la primera consecuencia internacional concreta: más abortos, más muertes, más pobreza. Eso significa America First (EUA primero) para el mundo, en especial, para las mujeres.

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Sandra Barba estudió la licenciatura en ciencia política en el ITAM. Fue editora de 20/10 El Mundo Atlántico y la Modernidad Iberoamericana. Escribe la bitácora semanal ‘Iconografía política’ en la revista Letras Libres.

Twitter: @sandra_barba

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