Por Roberto Castillo
Hace algunos ayeres Maná nos daba canciones como la que titulan este texto y hace unos días conversaba con un amigo y me compartía una reflexión personal. Para él, el principal indicador de la situación del desarrollo de una ciudad no era la riqueza per cápita, ni la cifra de desempleo. Él lo tenía muy claro: si en nuestra ciudad hace 30 años los niños podían salir a jugar solos a la calle o al parque y hoy no, no importa qué digan los números ni los políticos, ése es un claro indicador de que la ciudad está peor que antes.
Vivir en una ciudad siempre ha involucrado convivencia. Desde que las personas se iniciaron a aglomerar en urbes, las plazas y parques han funcionado como lugares en los que las comunidades se encuentran y se construyen. Los espacios públicos nos dan identidad y nos hacen ser la ciudad que somos, ¿qué sería del Centro sin el Zócalo o de Coyoacán sin el Jardín Hidalgo?
En varias épocas, las ciudades se planearon incorporando el espacio público como parte esencial de sus trazos. En el libro Urbanistas y Visionarios se describe el proceso de diseño y construcción de la Ciudad de México en la primera mitad del Siglo XX, cuando se empezó a desarrollar la urbe fuera de las fronteras históricas del Centro. Los urbanistas que planearon algunas colonias como Del Valle, Acacias, o Del Carmen incluyeron espacios públicos bajo la lógica que su existencia mejoraba la convivencia, la imagen urbana y la salud de los barrios. Así es como se hicieron los parques más emblemáticos de la ciudad: el Parque México, el Río de Janeiro, el de Santa María la Rivera, el Parque Lincoln, entre otros. Parques, plazas y jardines que son iconos y en torno a los cuales se desarrolla el comercio, pasean las familias, juegan los niños y las parejas se enamoran.
A partir de la segunda mitad de siglo, el “sueño mexicano” incluyó el automóvil como el transporte idóneo. Esto provocó la expansión horizontal desmedida de la ciudad, una densidad habitacional baja y que el espacio público desapareciera como prioridad en el diseño de la ciudad.
Nuestros espacios públicos fueron reemplazados, poco a poco por espacios privados como las plazas comerciales. Estas plazas son un espejismos de la ciudad que perdimos. Son lugares cerrados y controlados que permiten convivir y caminar en paz, sin preocupación por las amenazas que nos alejan de los calles, plazas y parques: la violencia, la inseguridad, el acoso y el abandono de esos espacios.
El gobierno local decidió en algún momento que crear nuevos espacios públicos no era prioridad, pues esa necesidad la satisfacían las plazas comerciales. Es por eso que promovió el desarrollo de megaproyectos de usos múltiples que incorporan comercios, oficinas y departamentos. Estos megaproyectos, como Reforma 222, Mitikah, Manacar, entre otros tantos, se han convertido en ciudades dentro de la ciudad. Lugares que dan la ilusión de convivencia pública pero que, en el fondo, apenas logran promover el consumo. Siguen siendo edificaciones bajo el control de privados con reglas propias y que excluyen a quien no puede costearse el lujo de consumir en esos espacios.
Ahora, con Mancera, se ha dado una nueva forma de exclusión: el parque privado. El parque de La Mexicana, inaugurado hace unos meses en Santa Fe (donde abunda este formato), es el último ejemplo de este formato de privatización. Este parque “público” fue construido encima de lo que fuera una mina de arena (material muy inestable, falta recordar el derrumbe que hubo en el lugar hace unos años) para luego convertirse en tiradero. El parque puede deslumbrar con sus espacios abiertos, su lago artificial y sus instalaciones. Pero no hay que engañarnos. Este parque no es público. Hay decenas de comercios, restaurantes y cafeterías fuera del presupuesto de muchas y muchos vecinos del poniente; es prácticamente inaccesible por transporte público y es mantenido por trabajadores ajenos a la delegación. Todo en un terreno que pertenecía a la ciudad.
Ése no puede ser el futuro del espacio público. No podemos privatizar nuestros parques y plazas públicas. El gobierno central y las delegaciones deben hacer su parte por mantener, mejorar y multiplicar los espacios de convivencia que nos hacen ciudad. Esto enmarcado en un esfuerzo general para bajar los índices delictivos en la ciudad.
Hace algunas décadas los niños podían salir a jugar a la calle, disfrutar de nuestros parques y sentirse seguros mientras lo hacían. Hoy muchos de esos espacios han sido abandonados por los gobiernos delegacionales, el descuido y la falta de voluntad política para preservarlos, los ha convertido en lugares abandonados, sucios e inseguros.
Dicen que un espacio público no se desgasta por su uso, sino por su desuso. Es momento de que las personas comunes nos organicemos, recuperemos la ciudad y los espacios que nos pertenecen a todas y todos. No hay que olvidar que el mall no es una plaza pública y nuestros parques no deben ser espacios de exclusión social.
***
Roberto Castillo es integrante de Wikipolítica CDMX, una organización política sin filiaciones partidistas.
Facebook: WikipoliticaCDMX | Roberto Castillo
Twitter: @wikipoliticacmx | @robertocacr