¿Alguna vez se han preguntado cuáles son los apodos de los presidentes de México o cuáles son las burlas que más recibían? Andrés Manuel López Obrador se avienta a la polémica cuando dice —bastante seguido— que nunca, en más de un siglo, habían insultado tanto a un presidente de México. Como se imaginarán, ese reclamo termina siendo un disparo salido por la culata: como en la secundaria, cuando pides que no te pongan un apodo y con más ganas te lo repiten, las palabras del mandatario sirven de munición digital para que lo tundan con chistes.
Sabemos que al presidente actual le ha tocado aguantar vara en su sexenio. A López Obrador lo han molestado por su lentitud al hablar, por trabarse al micrófono, sus calificaciones en la escuela o por su edad.
Es más, en una de esas hasta tomaron una de sus más desafortunadas frases para ponerle un apodo que nadie quiere: “El Cacas”.
Sin embargo, medir los chistes o los apodos de los presidentes de México para hacer un podium de los mandatarios más insultados es prácticamente imposible.
Lo que sí sabemos es que llevamos más de 100 años burlándonos de nuestros gobernantes. Por eso, a raíz de los controvertidos comentarios de AMLO nos aventamos un clavado a la historia para conocer las burlas y los apodos de los presidentes de México. ¿Qué nos encontramos? Algunas muy llevadas.
Empecemos con la Revolución
A Francisco I. Madero le tocó aguantar chistes, sobre todo, por su estatura. No solo buscaban molestarlo por su físico, sino que buscaban minimizar la figura presidencial. Algunos lo llamaban Panchito, pero los más llevados le decían El Enano del Tapanco. Un tapanco, por cierto, es un lugar en donde tradicionalmente se guardan las cosas inútiles.
También le pusieron El Presidente Pingüica en honor a una planta que no crece mucho, digamos.
A Venustiano Carranza le apodaron, años después después de su muerte, El Barbastenango burlándose de su vello facial y recordando que fue asesinado en Tlaxcaltenango.
Ni cómo olvidar que siempre lo consideraron amigo de lo ajeno —por decirle de alguna manera. Tanto, que a la fecha Carrancear es sinónimo de robar.
Hablando de apodos de presidentes de México, no podemos saltarnos a Álvaro Obregón.
A Obregón le tocaron las burlas por haber perdido el brazo en la batalla de Celaya. De ahí salieron apodos bastante manchados como El Quince Uñas. Sin embargo, los chistes se enfocaban en que esa extremidad perdida fue en realidad una bendición para el pueblo mexicano. “Imagínense cuánto hubiera robado a manos llenas”.
Luego llegó Plutarco Elías Calles. Lo apodaban El Turco por su ascendencia libanesa y porque, al parecer, la geografía no es nuestro punto fuerte.
Los dolorosos años del Maximato
En los años del Maximato —que van de 1928 a 1934—, los mexicanos no tuvimos piedad con los tres presidentes que llegaron después del Jefe Máximo de la Revolución. Para empezar, los apodaron Pelele I, Pelele II y Pelele III.
Y claro, también tuvieron apodos específicos estos tres presidentes de México.
Pocos lo saben, pero Abelardo Rodríguez inauguró el popular apodo de El Nopal, por baboso. A Pascual Ortiz Rubio, ingeniero de profesión, lo bautizaron como El Problema de Einstein, porque era relativamente ingeniero y relativamente presidente.
Al otro, Emilio Portes Gil, le tocó la mayor burla del desinterés: en esos años, el presidente vivía en el Castillo de Chapultepec, pero Plutarco Elías Calles, al dejar la silla, se construyó una casa muy cerca. Entonces, era muy común escuchar el dicho de: “Ahí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”.
A los del Milagro Mexicano también les tocó
En 1934 llegó Lázaro Cárdenas y con él, muchos chistes que se burlaban de sus decisiones y de su físico.
Las élites mexicanas, molestas con su política agrarista, le decían Agarrista. Además, lo proponían para el Premio Nobel de Matemáticas porque dividía las tierras, multiplicaba las dificultades y solamente restaba en la capital. Ya para acabarla de amolar, entre sus apodos no solo estaba El Tata, también le decían Trompudo.
A Manuel Ávila Camacho le tocó soportar burlas por su gran papada, al grado que era conocido como El Buche y lo molestaban por, supuestamente, ser un hombre falto de carácter.
En esos años, el hermano del presidente, Maximino Ávila Camacho era el secretario de Comunicaciones y decían que era quien verdaderamente llevaba las riendas del gobierno. Eso dio pie a un chiste popular en el que decían que Ávila Camacho siempre había desayunado lengua, porque “los huevos” le tocaron a Maximino.
En el 48 llegó el veracruzano Miguel Alemán Valdés y con él siguieron los apodos a los presidentes de México. Lo conocían como El Cachorro de la Revolución pero sus rivales le cambiaron el apodo y terminó siendo El Cacharro. Además, es de los primeros presidentes en ganarse la fama de corrupto para él y para su gabinete.
En esas épocas, cuando se recordaba a los piratas que saquearon Veracruz, todo mundo se burlaba… pues ya no eran holandeses, sino que venían dirigidos por un Alemán. También, los mexicanos recordaban que Ali Baba seguía siendo de Medio Oriente, pero los 40 ladrones ya se habían cambiado al Revolucionario Institucional.
Cuando llegó Adolfo Ruiz Cortines, los chistes fueron por su edad avanzada.
Por sus iniciales, ARC terminó siendo bautizado como la Antigua Reliquia Colonial. Esos mismos chistes le tocaron a la Primera Dama, María Izaguirre, cuando algunos manchados se lo cambiaron por Izarrugas.
Ruiz Cortines también era molestado, seguido, por su gusto por el dominó y porque corrían rumores de que era dueño de varios prostíbulos. De ahí salió un chiste relacionado al Mundial de Futbol de 1958:
—Señor Presidente, señor presidente, perdimos con Gales.
—No me diga. Ahorita mismo hablo para que los vuelvan a abrir.
Cuando llegó Adolfo López Paseos… digo, Mateos. Lo molestaban seguido por preferir los placeres de la vida y dejar en segundo plano su gobierno. También decían que, como tenía manos cortas, el sastre le modificaba los trajes, por lo que se ganó el apodo del Mangotas.
Al mismo tiempo, después de encarcelar al pintor David Alfaro Siqueiros, lo empezaron a conocer como El Mazmorras.
Siguiendo con la historia cronológica, viene uno que se convirtió en el pan de los apodos de los presidentes de México. Obviamente, hablamos de Gustavo Díaz Ordaz.
Sabemos que el señor no es muy querido… pero wow, le tocó aguantar insultos como a pocos. Por su físico, lo bautizaron como El Pozole, pero de los clásicos: el que nada más trae trompa y oreja. También le pusieron El Chango.
Además, decían que prohibió la que en ese entonces era la nueva película de Alfred Hitichcock, Hocicosis… digo, Psicosis.
Se acabó el milagro y empezaron los cates
Cuando llegó 1970 ya se había terminado El Milagro Mexicano y la economía no estaba en su mejor estado: había crisis y la inflación subía. Además, después de los eventos de 1968, la paz social era cosa del pasado. Ahí llegó Luis Echeverría Álvarez, en un momento en el que la imagen presidencial había perdido el lustre y estaba asociada a la represión.
A Luis Echeverría le tocaron chistes por su personalidad ególatra y mesiánica. Además, no dudaban en tacharlo, seguido, de baboso.
Él inauguró el chiste de que los relojes que medían las idioteces de los presidentes: mientras el de López Mateos o el de Ruiz Cortines se movían a velocidades moderadas, el de Echeverría Álvarez era el ventilador de la sala.
De igual manera, decían que Los Pinos era la casa de los sustos, ya saben, porque la rondaba un hombre sin cabeza.
En 1975, después de que le dieran una pedrada en la cabeza durante su visita a la UNAM, un trago se popularizó en los bares universitarios: el presidente con sangrita.
Y luego, siguiendo con apodos de presidentes de México, llegó José López Portillo.
Originalmente, Jolopo fue recibido como un hombre carismático. De hecho, le decían El Tractor, por venir a reemplazar al buey. Aunque, la mera verdad, rápido fue perdiendo esa gracia.
Lo bautizaron como El Té de Manzanilla, porque caía bien pero no servía para nada y además le tocaron chistes por su calvicie. Con los años, una de sus frases también ocasionó que le pusieran El Perro y le ladraran, en repudio, cada que pasaba las calles.
La corrupción, el nepotismo, el Negro Durazo y su relación extramarital con Rosa Luz Alegría, que además convertiría en secretaria de Turismo, fueron el clavo final de los chistes en el sexenio de López Portillo. Ahí les va un pilón:
Un día, López Portillo fue a visitar al presidente de Estados Unidos en una cena de gala. Llevaba puesto un bellísimo frac. Sus ayudantes, siempre aduladores, lo chulearon.
—Qué fracazo, señor presidente
—Claro, es De Sastre nacional.
Y bueno, así como se fue López Porpillo, llegó Miguel de la Madrid Hurtando.
El nuevo presidente fue señalado por su timidez y su falta de arrojo. Tanto, que le decían El Licuado de 100 pesos, porque el de 200 sí llevaba huevos. También fue conocido como El Ratón Miguelito o el Morelos I, en relación al satélite mexicano, por siempre estar en órbita. Eso sí, el repudio nacional también le tocaba en rimas.
Durante el Mundial de Futbol de 1986, en los estadios mexicanos se escuchaba seguido una porra a la familia que vivía en Los Pinos: “Paloma Cordero, tu esposo es un culero”.
¡Uy! Y luego, llegó Carlos Salinas de Gortari.
Por su calvicie lo llamaron La Hormiga Atómica y por las orejas le tocó ser conocido como El Super Ratón o Topo Gigio. También le decían El Químico, porque de físico no tenía nada. Por sus políticas de recortes, le dijeron Carlos Salinas Recortari y por su apoyo a la clase empresarial, le decían el Hood Robin porque le robaba a los pobres, para dárselo a los ricos.
Decían que Santa Anna había vendido al país, pero Salinas lo estaba comprando.
En 1994 le tocó a Ernesto Zedillo aguantar el rigor. Cuando empezó su presidencia no había muchas cualidades físicas para explotar con humor, pero ni así se frenaron los chistes.
Le decían Snoopy por ser el perro de Carlitos, Titino por ser un muñeco de ventrilocuo y La Esfera, por estar solo de adorno en Los Pinos.
Y de ahí le tocaron una decena más: le decían Pandita por tardarse 40 días en abrir los ojos, el Politécnico por no tener facultades y el Cliente Consentido del ISSSTE, porque le dieron 6 años de incapacidad.
Claro, también lo bautizaron como Pedillo, pero porque salió sin querer… al que acusan de alcoholismo es otro —not sorry.
Y llegó el año 2000
Cuando llegó Vicente Fox los chistes no perdieron el ritmo. Específicamente, con el primer presidente panista, el humor se enfocaba en sus malos mensajes y en sus deficiencias intelectuales. Decían que había que llevarlo al ginecólogo para que le amarraran la trompa y le apodaron, entre muchas otras cosas, La Cebra, por ser un burro que se rayó con la presidencia.
Durante su sexenio, cientos y cientos de chistes se enfocaron en su servil relación con Estados Unidos, su acercamiento a la religión, los gastos innecesarios y claro, el extraño protagonismo de Marta Sahagún.
Al final del día, lo que empezó con la esperanza de una transición política, terminó con la melancolía de una promesa no cumplida. A Fox le terminaron diciendo el Mal Mesero, por hacerse pato con el cambio.
Y en el 2006 llegó Felipe Calderón.
Por su físico le dijeron el Cabeza de Aguacate y tampoco es muy alto, así que algunos los conocían como El Medio Metro. También corría un rumor de que le gusta el trago por lo que, en esos años, se hacía un chiste sobre la receta de las bebidas alcohólicas en ese sexenio: una cuba llevaba vaso jaibolero, hielos, limón, coca y una madrecita de presidente.
La falta de legitimidad después de unas elecciones muy contendidas, hizo que su principal rival —el que ahora se queja de ser un presidente insultado— lo llamara Espurio y Pelele, términos que sí pegaron en el imaginario nacional.
También, a Felipe Calderón le tocó ser muy criticado por sus pésimas apariciones en público, al grado que le decían El Misión Imposible, porque cada que daba un mensaje se autodestruía. Al final del día, uno de los apodos que también quedarán guardados en la historia es Lipe, porque todo mundo rapidito le perdió la fe..
Y luego, pues no podemos terminar de hablar de apodos de los presidentes de México sin mandarle saludos a Enrique Peña Nieto.
En un momento extraño, en que el internet había madurado más que la política mexicana, los votantes del 2012 nos regalaron un ícono de la comedia involuntaria. Ya vimos que teníamos callo de más de 100 años haciendo chistes de los presidentes, entonces imagínense cómo se puso la llegada de uno que prácticamente se ponía de pechito. Fue un agasajo para los memes y el humor.
En su sexenio agarramos vuelo con su falta de conocimiento de cultura general. Ya saben, había chistes de que le pedía pizzas a Mario Benedetti, hablaba de racismo con Martin Burger King o que en campaña había prometido por fin, apagar el incendio del Llano en Llamas.
Sobre su aspecto físico —que era uno de sus pocos puntos fuertes— también le tocó ser conocido como El Copetón, Henry Munster o Gel Boy.
Y así llegamos hasta este nuevo sexenio.
Como decíamos, a Andrés Manuel López Obrador sí le ha tocado aguantar varios chistes, sobre su lentitud al hablar o su falta de preparación… pero, ¿tanto así como para decir que es el presidente más insultado? No lo sabemos, Rick.
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El chiste es que el humor político es una parte esencial de quienes somos como país. Las bromas sintetizan la opinión pública, critican el sistema, atacan a los símbolos del poder. Son una forma de participación ciudadana y aunque no arreglan los problemas, sí lanzan un mensaje.
¿Quién diría que reír es la manifestación más importante?
Y ese es un recuento de los chistes y burlas que han recibido los presidentes en los últimos 100 años. Un agradecimiento al periodista Samuel Schmidt por su libro En La Mira, que nos ayudó a encontrar los mejores y más manchados apodos.