Hace años se predijo que el hielo en el Ártico aguantaría unos 50 años. Al poco tiempo se dieron cuenta los investigadores que ese tiempo sería mucho menos y declararon que no duraría (a partir de este año), más de 10 años.
Pero uno de los investigadores más reconocidos de la zona glaciar, Peter Wadhams de Cambridge University, declaró que no pasan más de cuatro años para que todo el hielo se derrita.
En un correo que el Profesor le envió al periódico británico, The Guardian, destacó que el tiempo para crear soluciones a lo largo de un par de décadas ya se terminó. Todas las campañas de prevención del calentamiento global, pensando en nuestros hijos –la generación que apenas nace o se hace adulta– ya pasó, pues el calentamiento global es demasiado para el proceso de enfriamiento natural que permite la formación del hielo ártico.
En el mismo texto que compartió con el periódico reclama nuevas ideas para no sólo combatir las emisiones de CO2, sino el calentamiento global en general. Algunas ideas que aporta es la emisión de gases que reflejen los rayos solares al espacio y minerales en el mar que absorban el CO2.
Wadhams se ha dedicado años a compilar información y reportes sobre el grosor y comportamiento del hielo en el Ártico, ya sea en invieron –tiempo que se deberían de reformar los glaciares– y verano –tiempo en que inevitablemente se encogen–. Desde el 2007 advirtió que probablemente para el 2016 nos quedaremos sin hielo en la región del norte de nuestro planeta. El problema es que ahora los veranos derriten más de lo que los inviernos regeneran de hielo.
El experto de Cambridge agregó que hay buenas consecuencias de esta pérdida: la comunicación a través del norte del planeta y la posibilidad de explotar los recursos naturales de la zona. Lamentablemente, no se comparan con lo negativo, que es la liberación de grandes cantidades de metano que, por ahora, están atrapados bajo capas de hielo. Este gas aceleraría de manera dramática el calentamiento de nuestro planeta.
¿A alguien se le ocurre alguna solución?
Vía The Guardian