“Buscar la ciudad ideal hoy es inútil […] una pérdida de

tiempo […] algo seriamente perjudicial.

De hecho, el concepto está obsoleto; no existe tal cosa”

– Manual de Usuario de SimCity 2000

 

Por Cristóbal Álvarez Palomar

Desde el nacimiento de las ciudades, éstas han funcionado como centros del desarrollo regional, nacional y, en ocasiones, también mundial; porque ocurren ahí cosas que afectan a la totalidad de poblaciones aledañas. Esto fue una realidad tanto para las ciudades antiguas como para las feudales, las modernas y, en las ciudades contemporáneas, vemos este fenómeno ocurriendo con mayor intensidad.

Las metrópolis son centros de conglomeración de oportunidades para las personas, por lo que éstas crecen exponencialmente a través del fenómeno conocido como sprawl, o expansión urbana desmedida, generando así periferias con condiciones precarias de vida. Esto ha ocurrido en prácticamente todos los países del mundo, y es una realidad muy familiar para quienes habitamos Guadalajara.

Sucede que, mientras dedicamos años a pensar cómo detener el crecimiento de la periferia, ocurre allá un proceso paralelo que nos rebasa.

Los suburbios se han convertido en espacios con sus propias particularidades y dinámicas de vida social. El nivel de desarrollo que se ha dado en esas zonas es tal que ahora es posible llevar toda una vida urbana allá afuera, sin necesidad de cruzar los límites del Anillo Periférico. Es así como entramos a una nueva realidad, a la postmetrópolis de Edward Soja, en la que no pensamos a la ciudad de adentro hacia afuera, sino con una perspectiva compleja en la que el hábitat urbano se compone de una pluralidad de centros y una multiplicidad de periferias que interactúan y compiten entre sí.

La utopía de la redensificación se ve enfrentada por una fuerza centrífuga que genera toda una estructura urbana más allá de los límites tradicionalmente concebidos. En lugar de una periferia identificable, se genera una exópolis completa que incluye municipios aledaños y poblados ya no tan cercanos.

Día con día, gente de Tala, Ocotlán o Zapotlanejo hace suyo el entramado del Área Metropolitana de Guadalajara.

El desparramamiento acelerado de nuestra ciudad ha llevado a un auge de su exterior urbano. La nostalgia romántica de la ciudad de otra época sustituida por la exhuberancia de un futuro más lucidor.

Ciudad de Guadalajara
Guadalajara en 1952
Foto: Earl Leaf/Michael Ochs Archives/Getty Images

La de por sí fragmentada socialidad de la Perla Tapatía se ve potenciada como resultado de esta –mediocre– urbanización de la periferia. La vida social se ve reorganizada a partir de divisiones espaciales y de clase. La desigualdad juega un rol importante en la creación de redes urbanas poco estructuradas en las que la interacción entre personas se limita al universo más próximo y no a la totalidad de la población. Así, estamos ante la configuración del archipiélago carcelario del que habló Mike Davis, que consiste en la aparición de claras divisiones territoriales basadas en el miedo al otro.

La cotificación de Guadalajara y la segregación clasista de la población –el famoso “de la calzada para allá”– son muestra de esta realidad.

Se podría decir que estamos ante lo peor de dos mundos. Por una parte somos exópolis, esa mancha urbana descomunal que absorbe e integra poblados que en otro tiempo fueron aledaños; sin embargo, al mismo tiempo somos archipiélago carcelario, un universo de pequeñas comunidades que cohabitan un territorio, pero que se resisten a compartir un espacio social. No es claro lo que nos une como ciudad. ¿Es sólo la contigüidad de nuestros espacios y nuestras interacciones? ¿Estamos juntos en esta postmetrópolis sólo por nuestros intereses particulares o existe alguna identidad, algún elemento compartido que nos da sentido?

Creo yo que el futuro de Guadalajara depende de la posibilidad de estructurar una nueva conciencia urbana que asuma que nuestra ciudad ya opera en el terreno de la postmetrópoli. Dado que el desarrollo urbano no sólo se libra en el terreno de lo real sino también de lo imaginario, es necesaria la creación de un nuevo sentido común tapatío unificador. Este esfuerzo cultural implica la incorporación de esas nuevas formas de ser habitante de la PostGuadalajara.

Esa nueva ciudad naciente que congrega espacios e identidades diversas.

Agotar en este texto la agenda postmetropolitana que requiere nuestra Guadalajara sería una labor irrealizable, pero puedo pensar en algunas cosas esenciales.

Creo que la acción política es fundamental en esta labor. La integración de la mancha urbana y su comarca en un ente que dirija la política metropolitana en un proyecto unificador es un pendiente que Guadalajara ya no debe permitirse aplazar. Actualmente la ciudad crece como polos desconectados sin un esfuerzo que ordene el desarrollo de manera integral. Es indispensable que la ciudad comience a funcionar articuladamente. Además, sería útil canalizar la fragmentación ya existente para desarrollar centralidades no sólo espaciales y económicas sino también sociales, culturales y políticas; así, poco a poco iremos transformando la división de nuestra hostil ciudad en la integración de una gran comunidad de comunidades.

Está en nuestros manos darle forma a esa PostGuadalajara, esa nueva ciudad que trasciende los espacios y las divisiones que caracterizaron a nuestra Perla por décadas. Que ser tapatío signifique algo nuevo, que sea motivo de orgullo para todos.

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Cristóbal Álvarez Palomar es un tapatío de 20 años, estudiante de Gestión Pública. Hace música coordina la comisión de programa y análisis en Futuro Jalisco.

Twitter: @Cristobal_AP_

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