Por Esteban Illades
Faltan más de ocho meses para las elecciones, pero, lamentablemente, el mundo político del país ya sólo funciona en torno a la sucesión presidencial. El Congreso no se mueve, los secretarios de gabinete se placean para recibir aplausos y mostrarle al presidente que ellos son los indicados para la nominación del partido, y la oposición lo único que sabe hacer es gritar consignas vacías sin presentar una idea concreta de cómo cambiar las cosas. De los independientes ni qué decir.
Los candidatos ya empiezan a tomar forma, y el panorama se ve un poco más claro. El problema es que, cuando uno los ve, se da cuenta que la política mexicana tiene poco o nada que ofrecer al ciudadano común y corriente. No existe nadie por quién emocionarse.
Hagamos el repaso.
El PRI: la continuidad… de la corrupción
En el PRI la candidatura presidencial se la disputan sólo dos personas: José Antonio Meade y Aurelio Nuño. Si nos guiamos por el método tradicional priista (a quién le acarrean más gente, en qué eventos suenan más duro las matracas), Meade parece ser el puntero. Y de inicio no se ve mal.
Pero una inspección un poco más a fondo nos muestra que Meade no tiene nada para hacer creer que las cosas van a cambiar. Como Secretario de Desarrollo Social mantuvo la misma política que Rosario Robles, aquella que desapareció miles de millones de pesos a través de un esquema conocido como “La Estafa Maestra”, a costa de la población más pobre y vulnerable del país. Con Meade no hubo denuncias, no hubo investigación interna en la contraloría, nada. Se siguió operando como si no se le hubiera robado nada a los más necesitados.
¿Qué ha hecho para destacar desde el sexenio de Felipe Calderón, cuando también era secretario? No mucho. Como responsable de Hacienda mantiene un crecimiento estable pero ínfimo. Como secretario de Relaciones Exteriores no tuvo una política concreta hacia el extranjero. Mantuvo las cosas como iban.
Podrá argumentarse que eso es bueno, que en un mundo político en el que todo mundo hace lo que quiere, que se lleva hasta los clips y el papel a su casa al terminar el día, que Meade no tenga mucha cola que se le pise hasta ahora y que no haya cometido grandes errores es algo a favor.
El problema es el paquete en el que viene: Meade es el candidato del PRI, el partido que desde que regresó al poder se ha encargado de desmantelar al país. De llevar la corrupción a nuevos niveles –siempre hay que recordar que el presidente y el hoy canciller obtuvieron beneficios directos de un contratista gubernamental para comprar sus casas–, de solapar a gobernadores corruptos durante años –basta con mencionar a César y Javier Duarte– y de permitir que la violencia llegue a niveles nunca antes vistos. Eso es lo que representan Meade y compañía. No pueden vender a un candidato como distinto cuando lleva seis años en el mismo lodo sin alzar la voz una sola vez.
El (falso) Frente Ciudadano
Quizás la burla más grande a los ciudadanos. La idea de que tres partidos que se han dedicado a solapar lo que sucede en el gobierno –PAN, PRD y MC– durante este sexenio, que no han tenido el poder para detener un solo atropello, que incluso lo han aplaudido –como cuando ayudaron a elegir a Paloma Merodio, una candidata que no cumplía con los requisitos de ley, a una vicepresidencia de un organismo tan crítico para el país como el INEGI– ahora se quieran mostrar como una alternativa ciudadana es risible.
Eso sin contar que a su gran proyecto quieren sumar a Nueva Alianza –lo que queda de los seguidores de Elba Esther Gordillo– y al Verde, esa rémora que representa todo lo malo de nuestra política. ¿Qué tan ciudadano puede ser algo que los ciudadanos detestan? ¿Qué tan ciudadano puede ser algo en lo que te dicen “ahora sí los vamos a escuchar”?
Eso sin contar que el Frente no tiene proyecto alguno. Se están peleando por las candidaturas antes de decirnos en qué creen o cómo van a cambiar las cosas. El Frente es un invento más de la política mexicana. Una oposición falsa que se crea, convenientemente, para ganar una elección pero no para gobernar un país.
Ninguna propuesta, ningún candidato limpio. Sólo políticos que son parte del sistema y que se dieron cuenta que solos no pueden hacerse del poder. Porque eso es lo único que importa.
López Obrador: basta ver quién lo rodea
AMLO es el político con el discurso antisistema. El que se presenta como la única alternativa. Eso lo sabemos porque lleva casi 18 años diciéndolo. Con él cambiarán las cosas. Con él los políticos dejarán de robar. Con él saldrá el sol.
Pero AMLO se rodea de personajes tan sucios –el hecho de que le tenga que rogar a Ricardo Monreal, el delegado de la Cuauhtémoc, que no se vaya del partido, nos dice casi todo lo que tenemos que saber– que es imposible creer en este discurso. Batres, Monreal, el delegado de Tláhuac, Bejarano… más de lo mismo. Operadores políticos con las manos manchadas, iguales a los que tanto critica López Obrador. Pero de ellos no dice absolutamente nada. Los abraza como si por el único hecho de estar junto a él se purifican sus pecados.
Pero no. Mientras no se deshaga de toda esa gente tóxica, no tiene derecho a hablar de un verdadero cambio. (Y más cuando, al puro estilo priista, tiene a sus hijos y a su hermano en posiciones importantes del partido. Con qué cara quejarse de los demás cuando se hace exactamente lo mismo.)
Los independientes: más de lo mismo
La cacareada reforma política que permitió la presentación de candidaturas independientes a la presidencia por primera vez en la historia estuvo hecha tan a modo que los únicos “independientes” con posibilidades de llegar a la boleta son los que vienen de partidos: Jaime “El Bronco” Rodríguez y Margarita Zavala. “El Bronco” tal vez logre conseguir suficientes firmas. Pero una vez que lo haga dejará botado a Nuevo León, el estado al que prometió sacar de una grave crisis y al que se comprometió a gobernar hasta concluir su mandato. Con su precampaña, “El Bronco” muestra la poca palabra que tiene, y cómo la ambición personal va por encima del bienestar de la gente que lo llevó a la gubernatura. Ni dos años lleva en el cargo y ya se aburrió. Ahora busca gobernar un país cuando no ha hecho nada de lo que prometió.
Eso sin contar lo que pasaría en el improbable caso de que ganara: México tendría un presidente cuya política se regiría por principios como “a una niña gorda nadie la quiere”, o el matrimonio igualitario es “una zoncera”, por nombrar tan sólo un par. (Aunque, dirán varios, y con razón, que Fox fue igual.)
Por último está Margarita Zavala, que, después de López Obrador, es la candidata que más tiempo lleva en campaña. Zavala ha hablado de un cambio, de un país listo para que lo gobierne una mujer. Pero no ha propuesto nada. Desde que se destapó no ha dado una idea clara de qué sería México con ella. No ha presentado un plan de trabajo, nada. Ni siquiera ha dicho por qué quiere ser presidente, o por qué ella es una opción que considerar.
¿Y entonces qué hago?
Dado que la política a nivel presidencial no presenta buenas –vaya, ni siquiera decentes– opciones, lo mejor es dar esa batalla por perdida. O cerrar los ojos y Ave María dame puntería, porque de los candidatos que parece podrán terminar en la boleta no hay uno que se salve.
Quizás el primer paso para llegar a una solución es enfocarse en la política local. En los candidatos a diputado en nuestros distritos. En los candidatos a presidente municipal y a delegado, en los que nos pueden –o deberían– responder, en los que pueden hacer cambios concretos en nuestro entorno. Empezar por ahí. Apoyar a quienes tengan ideas que nos parezcan buenas, y en caso de que no existan, pues entonces proponer a alguien que le pueda competir al statu quo y pueda intentar cambiar algo. El precedente de Kumamoto en Zapopan es prueba: si alguien así –que no es perfecto, pero al menos es distinto– puede llegar a ocupar un puesto de poder, no todo está perdido. Hay que trabajar para arrebatarle el país a los políticos, y la política local es un buen punto de inicio.
Será tardado, y mientras tanto tendremos que aguantar por lo menos un sexenio de más de lo mismo. Pero la idea es que algún día podamos ver la boleta presidencial y sonreír porque en verdad exista una opción que nos represente.
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