Hace dos años el político estadounidense Anthony Weiner tuvo que aceptar que había mandado fotografías y mensajes sexualmente explícitos a una desconocida. En ese momento sus colegas demócratas del Congreso le dijeron que tenía que renunciar a su escaño para aplacar el escándalo, y así lo hizo.

Pero el señor no escarmentó, ya que ahora aceptó que después de dimitir de su cargo continuó mandando fotografías íntimas y mensajitos pecaminosos.

Dijo:

«No hay duda de que lo que hice estuvo mal, y llevo eso conmigo»

¿Cuál será la diferencia esta vez? No dimitirá, ya que quiere imponer su candidatura a la alcaldía de Nueva York, todo esto a pesar de los escándalos y las burlas con las que ya lo señalan por las calles de la Gran Manzana.

Expresó el señor:

«espero que los neoyorquinos me quieran dar una segunda oportunidad»

Bueno, más bien una tercera oportunidad ¿no?

¿Saben qué es peor? Que al dar este comunicado el señor estaba junto a su esposa .  Ella se limitó a decir que era un asunto que tenían que arreglar entre ellos:

«Lo amo. Yo lo he perdonado. Y como hemos dicho desde el principio, estamos avanzando»

A mí me asusta la estrategia política de Weimer ya que se utiliza el perdón de la esposa como un perdón que debería extenderse hacia los votantes. Ese perdón se vuelve cínico pues existe sólo con finalidades prácticas, con la intención de que todo siga normal, como si nada hubiera pasado.

Además, los neoyorquinos ya tienen experiencia con «alcaldes incómodos» ya que el exgobernador de Nueva York, Eliot Spitzer, dimitió de su cargo por un affaire de prostitución, sin embargo, ahora Spitzer es el principal candidato a fiscal de cuentas de Nueva York, mientras que Weiner lo es para la alcaldía.

(Disculpen las risas del que grabó el siguiente video)

Desde los gobernadores romanos, hasta los goberpreciosos, los berlusconis o los clintons, los cargos de poder siempre se han visto envueltos con escándalos sexuales, lo cual no quiere decir que sea algo que la ciudadanía debería tolerar, sobre todo si el comportamiento de los políticos raya en lo ilegal (ya que no se quedan en meras infidelidades, pues van hasta al abuso de menores).

En el Renacimiento se creía que la figura del gobernante debía ser parecida a la de un padre de familia. El buen gobernante era un buen jefe de familia, justo y recto. Pero bueno,  fuera de que esa idea ya no es válida, de todos modos persiste, sólo que en forma de una caricatura de sí misma en la cual la familia presidencial sólo sirve para ser retratada en las revistas de sociales y la soltería del presidente sirve para hacer conjeturas escandalosas. Por ejemplo, en México se habla mucho cuando un presidente, jefe de gobierno o demás, está soltero. Esto exhibe el machismo de nuestra sociedad, como si tener una familia fuera la prueba de tener una vida en orden y además, por qué no decirlo, esta insistencia del matrimonio en la presidencia es una especie de prueba de la heterosexualidad del político en cuestión.

Pero si algo nos ha enseñado la experiencia es que el que un político sea heterosexual o tenga una familia no sirve como prueba de nada. Muestra de ello son todos los escándalos sexuales y de corrupción que se suscitan alrededor de nuestros gobernantes.

En lo que respecta a Estados Unidos,  Spitzer dice:

«Este es un país del perdón. La gente aquí entiende con su bondad natural que cometemos errores. Pecamos, pagamos el precio y después esperamos seguir adelante»

Dicen que la gente estadounidense es muy pragmática, que prefieren la eficiencia a centrarse en escándalos como estos.

No sé si los mexicanos seamos pragmáticos como los estadounidenses, probablemente no, ya que muchos políticos no están como candidatos o en sus cargos por ser eficientes y tener una carrera política brillante, sino porque nacieron en el seno de una familia que tiene monopolizado el ejercicio político. Es por eso  que es raro el caso en el que los políticos mexicanos hagan bien su trabajo (hay muy pocas excepciones).

Los problemas maritales deberían arreglarse dentro del matrimonio, pero en otros casos, como el de Berlusconi o el de el Goberprecioso, en los cuales no sólo es un escándalo de un engaño, sino que además se trata de cosas ilegales muy graves (la trata de blancas y el abuso sexual de menores) no sólo deberían ser castigados por el delito, sino por el abuso de poder que les da su posición (sumado a la ineptitud con la que se haya ejercido el cargo).

En fin, parece que mucho de lo que sucede en la política es un reflejo burdo y extremo de los valores dentro de una sociedad. Si pudiéramos alejar ese morbo machista en la vida de los políticos, podríamos enfocarnos en su eficiencia, misma que deberíamos garantizar expropiando la actividad política en la cual sólo pueden estar unos cuantos. Además de que debería castigarse cada vez que un político utilice su posición para tener favores sexuales, pues es un abuso de poder. Todavía la pena debería ser más grave si tal abuso tiene que ver con una serie de delitos tan terribles como la explotación sexual de mujeres y menores de edad.

El poder no debería llevar consigo el exceso, el delito y la impunidad.

 @Filosofastrillo

***Vía Vanguardia The New York Times

 

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