Cuando nuestros antepasados descubrieron como cultivar sus propios alimentos nos heredaron la posibilidad de sobrevivir como especie. Ahora, al otro lado de la historia parece que buscamos sustituir este término con una idea de listo-para-usarse que nos sitúa en la dinámica del consumo moderno.

Hemos dejado en manos de otros la labor de producir los elementos que satisfacen las necesidades de nuestra existencia, entregando así nuestras necesidades más elementales como lo son los alimentos a la avaricia de los que se enriquecen con las especulaciones del mercado y con la explotación de la naturaleza y las personas.

Teniendo como consecuencia una contradicción espantosa: jamás había existido tanta capacidad para producir alimentos y al mismo tiempo, tantas personas sufriendo hambre.

“El mayor cambio que necesitamos hacer es el del consumo por el de la producción, aún cuando sea en una escala pequeña, en nuestro propio huerto. Si sólo el 10% de nosotros lo hiciera, habría suficiente para todos. Por lo tanto, los revolucionarios que no tienen huerto, que dependen del mismo sistema que atacan, y que producen palabras y balas, y no comida ni abrigo, son inútiles”.

Bill Mollison

¿Cómo llegamos a esto?

Aunque las formas en las cuales se ha desarrollado este proceso son múltiples y complejas, la raíz del problema puede ser reducida a una cuestión bastante simple, de ser los productores de nuestro mundo material y de nuestras condiciones de vida hemos pasado a ser meros consumidores. Si no podemos crear con nuestras manos lo que necesitamos, nos veremos obligados a comprar y con ello a depender de algo sobre lo que carecemos de control, el dinero, siempre escaso, siempre difícil de conseguir, perpetuamente devaluado, perpetuamente necesitado.

Por extraño que parezca el mayor costo de los alimentos no proviene de su producción pues la tierra solo requiere una cantidad moderada de trabajo para darnos más de lo que necesitamos, sin embargo su precio se eleva constantemente porque se ha ligado al precio de los combustibles fósiles, específicamente al petróleo del cual depende la producción industrial donde los costos siempre son crecientes. Por otro lado la distribución está dominada por intermediarios que aumentan artificialmente el precio de los productos y así tenemos dos perdedores seguros: el campesino productor y el citadino consumidor.

 

Es decir, el mundo de productores ha sido sustituido por un mundo de consumidores y para cambiar esto podemos empezar por algo muy sencillo, devolver a nuestras manos su capacidad de crear, de producir riqueza, podemos empezar por sembrar nuestro propio huerto.

Poner huertos en las ciudades es una actividad que nos procura alimentos, fuente de una vida sencilla y saludable. 

Empezar por sembrar un pequeño huerto requiere muy poco trabajo y nos dará sorpresas muy gratas, además nos permitirá apreciar en su verdadera dimensión el esfuerzo que cuesta producir alimentos y nos hará conscientes de la gran estafa del mercado en el que se llega a absurdos tales que el precio de venta de dos kg zanahorias es mayor que el precio de compra de un costal de 25 kg al campesino productor que vive a solo unos cuantos kilómetros de la ciudad.

Ciertamente no podemos dejar de lado los graves problemas que enfrentamos como sociedad pero es bueno recordar que hace pocos años aún había comunidades en las que no se necesitaban dinero para vivir, en que las personas no vivían para trabajar y donde la felicidad no se palpaba solo en vacaciones sino que era resultado del trabajo de la comunidad. Ese es el camino que hay que volver a caminar.

Próximamente te contaremos cómo hacer tu propio huerto urbano.

Colaboración de: Tlali Bienestar y Conservación AC

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