Amber Langford y Annie Collinge, dos chicas británicas, recibieron un polémico premio en una fiesta de disfraces el pasado Halloween: ganaron el primer lugar del concurso por aparecer vestidas de las torres-gemelas-en-pleno-atentado.

El disfraz incluía los aviones estrellados, fuego falso e incluso personitas tirándose de las ventanas directo a la muerte. La referencia al atentado en que más de dos mil 700 personas perdieron la vida pudo ser divertido en la fiesta, pero no resultó nada graciosa después. El padre de Amber es un piloto que  se encontraba en vuelo cuando los accidentes ocurrieron. No estaba enterado del premio, pero una vez que el asunto se hizo mediático, afirmó que no lo encontraba aceptable:

“Ella sabe que soy piloto y que eso no está para nada bien. Tendremos una pequeña plática, me parece.”

Aquella noche, la reacción del público ante el premio fue múltiple: algunos lo aclamaron, se pudieron escuchar abucheos y también comentarios de ofensa y desaprobación. La imagen fue a dar rápidamente a las redes sociales, donde obtuvo comentarios en su mayoría negativos hacia ellas y hacia el bar donde el concurso se llevó a cabo.

George Borsberry, un ingeniero mecánico que estaba en el lugar, se tomó las cosas con una gravedad bastante más aguda que la reducida a un comentario en Facebook:

“No sólo se les dio el premio al mejor disfraz, sino que se les dio un premio de 150 libras por burlarse de las víctimas de una masacre. Mis amigos y yo exigimos ver al gerente pero nos respondieron diciendo que estaba ‘muy ocupado’ para recibirnos. Esperamos más de 2 horas y media para hablar con cualquiera que pudiera darnos una razón y cuando por fin pudimos hablar con alguno de los que decidieron aquel premio, nos dijeron ‘lo sentimos, pero era un buen disfraz.’ Luego tuvieron la audacia de decirnos que había también otras personas con disfraces desagradables, como uno de Jimmy Salvile [presentador de la BBC acusado hace tiempo de violación a menores], como si eso implicara que entonces no había nada de malo en aquél otro. ¿Dónde podemos dibujar la línea?”

Las dos estudiantes universitarias ya pidieron disculpas públicas por el disfraz:

“Nuestra intención nunca fue ser ofensivas. Lo sentimos por todos a los que pudimos agredir. La idea era representar un día de verdadero horror en la modernidad, ocurrido en nuestro propio tiempo. No quisimos hacer de ello un chiste.”

Quizá lo anterior no puede ser aceptado con tanta facilidad. Disfraces como estos buscan, en definitiva, causar un impacto polémico, su éxito se basa en el escandaloso efecto que pueden causar. Claramente, Amber y Anni debieron pensar que, en el entramado de una noche de Halloween, el asunto no iba a ser tomado como una reflexión profunda a secas, sino, a lo sumo, como una ácida crítica al horror del terrorismo.

El píncipe Harry de Inglaterra protagonizó en 2005 un episodio similar al vestir un disfraz que simulaba el uniforme de las juventudes nazis. Esto le valió reacciones de grupos judíos a nivel mundial en vísperas de una reunión de la reina con víctimas del Holocausto.

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El humor negro es algo sumamente serio. Cuando es exitoso, demuestra siempre un profundo conocimiento de aquello que critica y un gran valor al hacer frente a la probable polémica. Pero sobre todo, guarda siempre un punto propositivo en torno a los valores que pone en jaque. Debe ser profundamente reflexivo e incomodar por hacer explícita una ironía encallada en el seno de nuestra propia cultura. Por otro lado, el humor que pretende ironizar simplemente bajo el mecanismo del insulto o del atrevimiento temerario sin más resulta absolutamente desagradable y, en el mejor de los casos, risible él mismo por su ignorancia.

Reprobable y risible, justamente eso y no más. Ciertamente normalizar actitudes de esta clase sería absurdo y moralmente inadecuado, pero también resultan ridículas y exageradas algunas de las reacciones ante sucesos de esta clase. Es decir… ¿qué demonios tenía George, el hombre del bar, en la cabeza cuando esperó 2 horas y media para hablar con alguien sobre los disfraces?

En otras ocasiones, las reacciones pueden llegar a niveles peligrosos. Este último es el caso de las reacciones ante el disfraz que Alicia Ann Lynch, una chica de 22 años de Michigan, quien, bajo el efecto de la estupidez, decidió vestirse de víctima-del-maratón-de-Boston, con sangre y todo. Por supuesto, la orgullosa chica subió la imagen a Facebook, Twitter y demás redes.

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Las reacciones de desaprobación no se hicieron esperar y llegaron en cascadas. Sin embargo, la cosa se puso realmente fea cuando alguien descubrió que la brillante Alicia había publicado tiempo antes una fotografía de su licencia de conducir, presumiendo sus datos personales al mundo. Las agresiones se hicieron cada vez más fuertes y se extendieron a sus padres. Recientemente, la chica publicó una carta disculpándose por todo, pero denunciando también las amenazas (incluso de muerte) que ha recibido por distintos medios, incluso fuera de la internet.

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¿Qué podemos decir ante una situación tan grave como aquella? Una tuitera da un rápido y atinado diagnóstico:

“Como alguien que corrió aquél maratón, sé que aquellas respuestas violentas e iracundas son exactamente las que propiciaron el atentado en primer lugar.”

Otro ilustre hombre agregó la disculpa más extraña de la historia. Con todo, comprendemos sus buenas intenciones:

“Como ciudadano de Boston, te perdono. Me alegro de que no te hayas suicidado y sinceramente espero que hayas aprendido tu lección.”

¿Deberían prohibirse disfraces como estos?, ¿no merecen acaso respuestas mucho más inteligentes que el tomar una actitud lúgubre? La idea de lo “políticamente correcto” merece ser mucho más rica que la simple prohibición de tabúes. No se trata de prohibir referencias, sino de fomentar una cultura lo suficientemente centrada como para saber denunciar la estupidez con presteza ahí donde esta aparezca de forma peligrosa o alarmante. Esto, por supuesto, incluye el saber reaccionar ante chistes negros malos y por otro lado, saber hacerlos bien como mecanismo de denuncia ante los no pocos absurdos del mundo.

La prohibición de las referencias pueden causar sucesos tan patéticos como los ocurridos este mismo Halloween en la Universidad de Birmingham, cuya Unión de Estudiantes organizó una fiesta de disfraces en la que prohibió el acceso a  chicos que llevaban inocentes sombreros, bigotes, y penachos por considerarlos racistas. Johanathan Blausten, un estudiante, asistió al evento vestido como el General Aladeen de “El Dictador”, la película de Sacha Baron Cohen. Los chicos de la entrada le impidieron pasar por considerar que su disfraz era también racista.

“Sigo esperando saber a quién ofendí al asistir como un personaje de un país ficticio sacado de una película que parodia a prácticamente todos los países del planeta sin tendencias particulares.”

Dictator

En fin, así las cosas.

Vía: Buzz Feed, The Guardian, Daily Mail

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