Por Diego Castañeda

Existe una gran cantidad de estudios recientes que relacionan de distintas formas los niveles de pobreza y desigualdad con una probabilidad elevada de sufrir algunas enfermedades físicas y mentales. Por ejemplo, en el destacado libro The Spirit LevelKate Pickett y Richard Wilkinson encuentran que las sociedades más desiguales suelen tener mayores problemas de salud. Entre algunos de los hallazgos más destacados de Pickett y Wilkinson está que, en sociedades más desiguales, enfermedades como la obesidad y la prevalencia de enfermedades mentales son más comunes.

La desigualdad actúa sobre las personas como la kryptonita roja actúa sobre Superman (u otros kryptonianos), haciéndolo sufrir distintos tipos de trastornos mentales (sólo en la línea temporal pre-crisis) como depresión, ansiedad, cambios en la personalidad, entre otros tantos.

En el libro Escasez, de Sendhil Mullanathan y Eldar Shafir, y otros estudios realizados por Esther Duflo han encontrado que la pobreza tiene un efecto similar al descrito anteriormente. La mente de las personas bajo situaciones de escasez no funciona igual. Produce efectos como visión túnel (pérdida de perspectiva o contexto de las cosas), ansiedad, fuerza de voluntad e incluso llegando a reducir la inteligencia de las personas (su IQ) en varios puntos. De acuerdo a Mullanathan y Shafir la pobreza produce una “mentalidad de pobreza” que facilita que dicho estado se perpetúe conforme esta condición puede terminar en trampas de pobreza. Un ejemplo de dichas trampas está relacionado con la incapacidad de tomar buenas decisiones por falta de claridad mental, debido a la desesperación que la misma pobreza produce.

En este caso, la escasez produce efectos similares a los del T-Virus en Resident Evil, haciendo que las personas pierdan su fuerza de voluntad, pierdan inteligencia, se vuelvan seres incapaces de ver más allá de un horizonte temporal inmediato. Los lectores entenderán que estas características describen más o menos a un zombie (menos el deseo de devorarnos). Curiosamente, las mejores historias de zombies involucran la escasez y la desesperación y una serie de conductas empujadas más por el instinto de supervivencia que por el pensamiento estratégico.

La pobreza y la desigualdad también están estrechamente vinculadas con la falta de acceso a educación y a la atención medica. A su vez, esta falta de acceso a bienes y servicios básicos (que deberían ser provistos de forma universal por el Estado) produce efectos secundarios, como una menor expectativa de vida (bastante obvio que la falta de acceso a la salud cause peor salud… duh). En este contexto, el trabajo de Anne Case y Angus Deaton (premio Nobel de economía 2015) es sumamente revelador. En su trabajo, los autores encuentran que la morbilidad (los que estudian salud pública le dicen morbilidad a la proporción de personas que se enferman en un lugar en un tiempo determinado) y la mortalidad entre la población blanca en Estados Unidos durante lo que llevamos del siglo XXI se encuentra a la alza. Los resultados de Case y Deaton apuntan que el número de suicidios, envenenamientos por medicamentos y drogas, pérdida de salud general, pérdida de salud mental, disminución de capacidad para trabajar y dolor han incrementando de forma importante, producto de un mayor malestar social. En el estudio estiman que la pérdida de vidas que es posible atribuir a esto es cercana al medio millón de personas. Entre las hipótesis que el estudio postula para explicar tal tragedia se encuentra la disminución de niveles educativos, menores salarios, la presión por encontrar empleos en un mercado laboral más competitivo y el creciente nivel de desigualdad en la sociedad de Estados Unidos.

El argumento de Case y Deaton apunta en la misma dirección que los de los autores mencionados antes. La pobreza y la desigualdad generan serios problemas para la salud. Nuestras sociedades están generando damnificados económicos que incrementan la exposición a toda clase de riesgos.  En el mundo de fantasía de George R. R. Martin, The Song of Ice and Fire (Game of Thrones para los que no leen las novelas… Shame!) podemos hacer una analogía con los hombres de piedra (los que están en la fase terminal de la enfermedad llamada psoriagris, mejor conocida como grayscale). Las personas expuestas a esta terrible enfermedad están condenadas a perder sus habilidades motrices con el paso del tiempo y luego mentales y terminar en una especie de gueto (las ruinas de la vieja Valyria) donde deben pasar sus días.

En la vida real, a las personas en situación de pobreza en México no las tratamos de forma muy distinta. Las personas en situación de pobreza son excluidas en muchos niveles y están expuestas a una violencia estremecedora (porque la pobreza es una forma de violencia). Afortunadamente, a diferencia de un virus zombie, una debilidad inducida por rocas de otro planeta o una enfermedad de un mundo fantástico, la pobreza es algo que podemos combatir nosotros.

La pobreza y la desigualdad son fenómenos sociales que podemos combatir con políticas públicas bien pensadas y basadas en evidencia. Los dos fenómenos, a pesar de su extraordinaria complejidad, deben ser comprendidos a mayor profundidad y las personas que sufren de estas situaciones deberían poder contar con la empatía de la gente. Tristemente, en México muchas veces escuchamos el mito de que los pobres son pobres porque quieren o que la desigualdad no importa. Ambos mitos tienen que ser erradicados en una discusión pública seria. La pobreza es en gran medida el resultado de la falta de oportunidades en una economía, de que en México origen suele ser destino y la desigualdad es producto de un arreglo social y político que hemos sostenido, pero que siempre podemos cambiar.

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Diego Castañeda es economista por la University of London.

Twitter: @diegocastaneda

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