Por Sofía Mosqueda

El 8 de marzo, para mí, empezó con una serie de felicitaciones joviales por parte de las señoras que también asisten a la alberca de la delegación en la que nado, y con quienes suelo compartir las mañanas. “Felicidades por los logros y por la paciencia, chicas”. dijo una. “Gracias, señora, igualmente”, le respondí con una sonrisa. Sabemos todas las razones por las que el 8 de marzo no es un día en el que se felicita a las mujeres, pero también creo firmemente que hay deseos genuinos de bienestar, cargados de lucha y de resistencia simbólica, en cada muestra de sororidad que se hacen las mujeres en la cotidianidad que no debemos menospreciar.

Llegué a mi casa a desayunar y me aventé un par de rounds -pacíficos- en grupos de Whatsapp en los que empezaron a mandar felicitaciones. El único que tocó ciertas fibras sensibles fue el de mis amigas de toda la vida, que no sé si bromeando, jodiendo o sinceramente, declararon soberana demencia sobre las razones por las que no resulta pertinente felicitarse el día de hoy; aunque, para ser justa, después lo trataron de compensar mandando un par de infografías sobre el tema [saludos, Keny] y compartiendo en un diálogo fructífero.

Este fue el primer año que pasé el 8 de marzo en un espacio laboral (aka godín) y, además, burocrático. Pudo ser peor, la verdad, supongo que porque esperaba algo mucho más rimbombante y causante de derramas de bilis. En la oficina a todas las mujeres del sindicato les regalaron flores, las dejaron salir a la 1 y las invitaron a una comida para celebrarlas. Yo recibí un par de “felicidades, señorita”, “felicidades, licenciada” en el elevador y en los pasillos; y una rosa muy fosforescente que me mandaron, probablemente (con suerte) en broma. Fuera de eso no hubo nada que llamara especialmente la atención, o que me produjera malestar respecto de la actitud hacia el día de la institución.

En la tarde marchamos. El punto de partida fue la Victoria Alada, en donde muchísimas organizaciones, asociaciones, colectivos y grupos independientes se reunieron a pintar Reforma de negro y morado hasta llegar al Hemiciclo a Juárez; a gritar, a decorar, a bailar y a cantar; a exigir, a denunciar, a recordar, a celebrar. Fue, como siempre que se reúnen las mujeres a marchar, emotiva, contundente y esperanzadora.

Día Internacional de la Mujer

Ahora bien, esta reflexión la hago porque desde que empecé a involucrarme en los estudios de género el 8 de marzo me ha causado mucho conflicto. Creo que es uno de los días que más estrés me provocan las redes sociales; pero este año fue particularmente agobiante. Francamente, conforme han pasado los años, mis esfuerzos por comunicar reflexiones sobre el día en las redes sociales han disminuido. Sin embargo, me atrevo a afirmar que este ha sido el año en el que el resto del mundo ha tenido algo que decir sobre la conmemoración de hoy; probablemente porque el tema del feminismo ha estado “muy de moda”.

Aun cuando en la vida real no me topé con ninguna incomodidad respecto del día, en las redes sociales fue diferente. No me sorprendieron las personas que preguntaron “¿y cuándo es el día internacional del hombre?” (19 de noviembre, en caso de que se lo estuvieran preguntando); ni me sorprendieron las imágenes con motivos pasteles y/o floreados que, cayendo en esencialismos de género, exaltaban las “cualidades de las mujeres” y les agradecían por ser oh, tan maravillosas. Me deprimieron los mensajes “graciositos” que felicitaban a los hombres por aguantar a las mujeres; me pusieron súper triste las mujeres que se defendieron y dijeron no necesitar un día para ellas porque no necesitan al feminismo. Pero, sobre todo, me asustó muchísimo ver publicaciones que, sin un dejo de madre, declararon como mentira las cifras de violencia, de discriminación laboral, de feminicidios; llegando incluso a postular que las políticas públicas en favor de la igualdad de género responden a una agenda que beneficia los intereses de un grupo que buscaría engañar a todo el mundo para oprimir a los hombres (sic). Hay teorías de conspiración y luego eso.

Me asusta –y me duele– la medida en que este tipo de discursos resuenan, y la forma en que quienes, nomás por caer bien o conseguir la aprobación de los primeros, suscriben, se burlan y siguen difundiendo el odio y la desinformación. Me preocupa no sólo que desprestigien un movimiento que lleva muchos años tratando de garantizar condiciones de vida digna para todas las personas, sino que lo hagan como si los recursos que utilizan fueran producto de un concurso de popularidad, de una misión por conseguir likes y retuits.

Aun así, me alentaron y apapacharon la esperanza las personas que, con el tiempo y con oídos abiertos, han ido dándose cuenta de la desigualdad de género que todavía vivimos en el país y de la violencia que sufren las mujeres diariamente. Me sacaron un par de sonrisas quienes publicaron –en cualquier medida y con cualquier recurso (fuera una nota, un artículo, un vídeo o una imagen)– algún esfuerzo de concienciación sobre el día, sobre la violencia, sobre la igualdad, sobre lo que implica hoy tratar de sortear los obstáculos con los que se enfrentan muchas (evidentemente no todas) las mujeres solo por ser mujeres. Me llenaron de amor quienes no sólo el 8 de marzo luchan; creo, finalmente, que en eso radica lo importante de conmemorar activamente la lucha de las mujeres trabajadoras: en agarrar fuerza de quienes diario lo intentan, de quienes cantan y bailan en las marchas, de quienes por primera vez se declararon feministas y de todas las mujeres con quienes compartimos diariamente. De agarrar fuerzas, respirar profundo y seguir, a pesar del agobio, a pesar del odio.

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Sofía Mosqueda estudió relaciones internacionales en El Colegio de San Luis y ciencia política en El Colegio de México. Es asesora legislativa.

Twitter: @moskeda

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