Por Raúl Bravo Aduna
Después de más de 10 meses de emergencia sanitaria y cuarentena, hemos aprendido a reconfigurar un montón de aspectos de nuestra vida cotidiana. Sin agua va, colectivamente fuimos aprendiendo a teletrabajar o estudiar a la distancia (para quienes tenemos la opción, por supuesto); a entender que quizá un mail sí es sustituto de una junta; que podemos ahorrarnos fácilmente horas perdidas en el tránsito a la escuela o la oficina; igualmente, que reapropiarnos de nuestro hogar no es fácil y que nuestra intimidad queda expuesta entre toneladas de bytes de las muchísimas videollamadas que retacan nuestros días de la así llamada “nueva normalidad”.
También, qué duda cabe, entre videollamadas, envío de memes, zoomfiestas, partidas de videojuegos y cuanta ocurrencia hemos inventado, en estos meses de encierro hemos buscado formas de sostener y mantener nuestros vínculos afectivos, tanto con familiares como con amigos. En medio de estrés, miedo y una crisis de la que todavía no podemos ver un final concreto, las preocupaciones por el agravamiento de crisis mundiales de salud mental (ya presentes y futuras) no cesan. Sin embargo, y esto no es algo menor, entre el hartazgo y la esperanza, pian pianito, hemos ideado formas de salir a flote (la mayoría de los días).
Intimidad recuperada
Muy pocas semanas después de que comenzó la Jornada nacional de sana distancia en México, mis mejores amigos de la prepa decidieron empezar a “juntarse” semanalmente vía Google Meet. La idea, fantástica, era igualmente sencilla: “aprovechar” el confinamiento para vernos, platicar, divertirnos juntos de manera más regular de la que la vida precovid nos permitía. Estas videollamadas inmediatamente sirvieron para reforzar una amistad en grupo que, casi un par de décadas después de haber comenzado, cada vez se veía más coartada por las exigencias de nuestras vidas laborales, románticas y sociales, que distan muchísimo de lo que eran en la prepa.
Cada relación es una relación de larga distancia ahora, se puede leer en un ensayo interesantísimo de Eva Hagberg en The Atlantic; y eso no es necesariamente algo malo, remata. Esa búsqueda activa por reencontrarse con las personas a las que uno quiere y extraña, a falta de abrazos, cervezas en un bar o bailes en una fiesta, construyen puntos de encuentro en videollamadas que cada vez saben menos estériles que en abril de 2020.
Ejemplos como los de mis amigos en estas circunstancias sobran y supongo que, en la medida de lo posible, muchos de nosotros hemos solidificado nuestras relaciones más cercanas. “La cercanía no requiere proximidad”, escribe también Hagberg, es una conclusión que quizá suena a consuelo de tontos en medio del desastre que nos está tocando vivir en estos años, pero que trae consigo una intimidad recuperada que a ratos se veía olvidada en nuestra vida de hace casi un año.
Y es que existen otras formas…
El exceso de videollamadas en el trabajo o en la escuela traen consigo también un cansancio difícil de sacudir al final del día. Si llevamos nueve horas frente a una pantalla tratando de poner atención a gente sin abrir TikTok cada dos minutos, qué cansado se siente en ocasiones abrir Zoom para hacer lo mismo ahora con amigos. ¿O qué hacemos cuando después de 10 meses ya no queremos seguir conviviendo con las mismas siete personas? Las alternativas, o respuestas, a estas cuestiones me parecen curiosas y a ratos divertidísimas.
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A nuestras videollamadas les hemos agregado Kahoots o algún Playfactile para hacer que la experiencia sea, al menos, un poco diferente. El boom de Among Us hace unos meses, en ese sentido, no es coincidencia; obvio, ni se diga del resurgimiento brutal de Fortnite, Minecraft y Roblox a lo largo de 2020. Y si me echo una hipótesis al chilazo, no dudaría que el madrazo desde Reddit a Wall Street de estos días tenga también que ver con encontrar otros espacios de convivencia, más allá de hacerlo con las personas que ya viven en la casa propia.
Pero las videollamadas no son suficientes
Hablando también de mis amigos de la prepa, estos últimos días he pensado en mi mejor amigo desde hace 18 años y cómo fue que nos encontramos. No nos conocimos en el salón de clase ni tampoco por medio de alguna actividad compartida. Era amigo de algunos conocidos míos. Y ya. Pero una tarde, él iba a ir al cine con algunas amigas mías, entre ellas una chava que me encantaba. No puedo recordar por qué, pero fui invitado a acompañarles. Mis últimas dos clases del día eran mate y física y, obviamente, me las volé para ver qué onda con esa chava que me encantaba. Y obviamente también, no pasó nada con ella, pero me encontré con un amigo sin el cual no podría entender mis dos últimas décadas de vida.
¿Qué pasa con esos encuentros y amistades, que surgieron desde la serendipia absoluta, ahora en 2021? Sin duda hay algunas historias similares que surgen en Twitter, Reddit, Among Us, Tinder o Bumble; no obstante, me asusta un poco pensar en que esos encuentros random vengan a fuerza de algo que los esté mediando.
La desaparición del abanico completo
Y no sólo cuando pensamos en esos encuentros fortuitos que no existen es que algo estamos perdiendo entre videollamadas programadas. ¿Qué pasa con el cuate de la oficina con quien platicábamos de fut al encontrarle en la cocina? ¿La plática casual con el mesero en nuestro café favorito? ¿Los encuentros breves con personas que no son nuestros amigos pero que nos caen bien en los pasillos de una escuela o el elevador de un edificio? La pandemia vino a desaparecer un montón de categorías de amistad, para dejarnos solamente con nuestras amistades y familiares más cercanos.
Nos quedamos con dos extremos: la mera transacción de platicar o la absoluta intimidad de fortalecer ciertas relaciones. Los puntos intermedios se han desdibujado hasta cierto punto. ¿Porque para qué buscar, en estos tiempos, a quienes no son nuestras personas más cercanas? ¿Qué nos dejan?
(Para quien guste de la ciencia ficción, The Machine Stops de E. M. Forster es una noveleta increíble que retrata un mundo parecido, y que fue escrita en 1909.)
Pues parece que en realidad esas conexiones periféricas, esos cuates y conocidos que no son necesariamente nuestros amigos, ayudan a que nuestros cerebros entiendan que el mundo se expande muchísimo más que nuestros afectos más inmediatos. Asimismo, son fuentes de información y experiencias un poco más ajenas de las que nos estamos acostumbrando cada vez más a sentir como extrañas completamente. Sin ellos, es incluso difícil situarnos adecuadamente en el mapa de nuestra propia existencia.
Una pausa extendida
Pero, al final, la salud y el bienestar inmediato son lo que cuentan en medio de estos tiempos. El estrés y el miedo a los que estamos expuestos son ya demasiados como para que nos preocupemos en contactar al mesero que más o menos nos caía bien de nuestro restaurante favorito o al compañero del trabajo con el que simplemente intercambiábamos resultados de fut. Muy probablemente, “cuando todo esto termine”, podremos reencontrar de a poquito esas otras amistades que la pandemia nos ha obligado a soltar, esos otros encuentros que están en una pausa extendida por el momento.
Las videollamadas quizá no son suficientes, pero por un rato más van a tener que bastar.