Salvo que vivas debajo de una piedra o en Corea del Norte, es muy posible que por alguna de tus redes sociales haya aparecido alguno de los tantos videos e imágenes de Alepo, en Siria. Desde Omran Daqneesh, el niño de cinco años fotografiado en agosto tras un ataque aéreo, hasta los mensajes en Facebook y Twitter de habitantes de la ciudad que se despiden por no saber si estarán vivos al día siguiente. Pero, ¿por qué ocurre todo esto? ¿Qué pasa en Siria? Expliquemos un poco esta guerra que ha generado el mayor número de refugiados y muertos en lo que va del siglo.
La guerra civil
Primero hay que regresar a 2011, cuando la llamada “Primavera árabe” ocurría a lo largo del norte de África y el Medio Oriente. En países como Egipto el gobierno autoritario de Hosni Mubarak, que llevaba en el poder desde 1981, fue derrocado por una mayoría que querían un cambio. En Túnez sucedió algo igual; en Libia el dictador Muamar El Gadafi fue depuesto y después asesinado.
En Siria, bajo Bashar al-Ásad, las cosas no salieron así. Siria, que llevaba en estado de emergencia (como otros países de la región) desde 1961, estaba en control de la familia al-Ásad desde 1971. Hafez, entonces presidente y padre de Bashar, originalmente quería instalar a Bassel, su hijo mayor, como heredero. Sin embargo, Bassel murió en un accidente automovilístico en 1994, por lo que tuvo que buscar a Bashar para ocupar su puesto. Bashar, que se había entrenado como doctor, era un oftalmólogo que vivía en Londres en ese entonces. Hafez lo llamó de regreso a Siria y comenzó a prepararlo para sucederlo. En 2000, tras la muerte de su padre, asumió la presidencia.
Bashar al-Ásad no tenía ningún interés en política o temas militares, y, de hecho, según gente cercana a él, era una persona tranquila y reservada. Pero una vez instalado en el poder, fue cambiando de parecer, hasta convertirse en un dictador sanguinario. Lo primero que hizo fue continuar el estado de emergencia de su padre, y después empezó a patrocinar a grupos terroristas en la región, tales como Hezbolá en Líbano. Al mismo tiempo continuó la prohibición de toda protesta y oposición política, al grado de que fue reelegido con casi el 100% de los votos y sin ningún candidato que le hiciera competencia.
A pesar de ello, ninguno de los grandes poderes (en particular Estados Unidos), tenía interés alguno en pelearse con él. Al igual que Egipto, Siria era un país oficialmente sin religión, en el que el gobierno mantenía a raya a los fundamentalistas. Al igual que en el Irak de Sadam Husein, las agencias de inteligencia sabían que al-Ásad torturaba a disidentes y después los mataba, pero la estabilidad en la región dependía de que su gobierno se mantuviera en pie. A cambio de evitar una guerra más grande, las potencias mundiales toleraron la masacre.
Pero entonces llegó 2011, y la gente comenzó a manifestarse, en particular en Alepo, la ciudad más grande del país, que en ese entonces tenía casi 2.5 millones de habitantes, y era el centro comercial y financiero de Siria. También hubo protestas en Homs y en Damasco, la capital. Los manifestantes pedían, como punto principal, una apertura democrática que permitiera la opción de una alternancia política.
La respuesta de al-Ásad fue catastrófica. Envió al ejército a Homs y a Alepo a masacrar a los opositores. Homs fue sitiada durante tres años, hasta que quedó hecha pedazos; y en Alepo, apenas esta semana se negocia un cese al fuego, casi seis años después de iniciada la guerra y tras la muerte de miles de personas y la desaparición y desplazamiento de millones.
¿Por qué es tan complicado todo?
Aunque al principio las manifestaciones eran de gente que buscaba democracia, al volverse armado el conflicto, otros grupos aprovecharon la inestabilidad y entraron a luchar. Entre ellos el Ejército Libre Sirio, en el que participan soldados que desertaron del ejército de al-Ásad.
Junto a ellos aparecieron grupos radicales, como el Frente de Al-Nusra, que no era otra cosa que la rama de Al-Qaeda en el país. De esa organización se separó otra e inició su propio frente en 2012. A ella se le conoce hoy en día como ISIS o ISIL en inglés, y es grupo terrorista que, aprovechándose de la guerra, estableció su propio Estado dentro de Siria y partes de Irak. En español a ISIS se le llama EI o EIIL (Estado Islámico o Estado Islámico de Irak y el Levante).
Por otra parte están los kurdos, un grupo étnico que habita distintas partes de la zona pero que no tiene un país propio. Y, al mismo tiempo, otros países como Turquía y Arabia Saudita, de un lado, e Irán, del otro, tienen intereses en Siria. Y, todavía más lejos, Siria representa un campo de batalla entre Estados Unidos y Rusia.
Pero, ¿por qué? A diferencia de otros países en la región, Siria no es un productor importante de petróleo; tampoco genera otros bienes de consumo que sean indispensables para el resto del mundo. Lo que tiene Siria es su ubicación, crucial en las relaciones geopolíticas del Medio Oriente: al norte está Turquía, la puerta de entrada a Europa. Al sur tiene a Jordania y Líbano, un país que durante décadas ha estado en guerra. Al oeste tiene a Israel, con todo lo que ello significa, y al este a Irak.
En pocas palabras: Siria es una barrera territorial. Si cae, se desestabiliza el Medio oriente.
Si cualquiera de estos grupos –incluidos países como Rusia, que tiene bases militares en Siria– llega a controlar el territorio, puede tener influencia en una de las regiones más volátiles del mundo. Por eso, entre otras cosas, es que el Estado Islámico se ha enfocado tanto en obtener control ahí, al grado de que declaró a la ciudad de Raqqa como su capital. (Este documental de Vice vale mucho la pena, es un viaje a la ciudad y muestra de primera mano cómo es vivir bajo el EI.)
La guerra de Siria es mucho más importante de lo que parece. Aun así, el interés del mundo en el horror que ocurre a diario ahí es muy pequeño.
De cómo ignoramos la masacre de Alepo
Si bien es cierto que todo el país ha sufrido en esta guerra civil (en la que todos pelean contra todos), la ciudad que hasta hoy en día ha sido más afectada es Alepo, considerada como patrimonio mundial por la UNESCO, y que hoy yace en ruinas.
Mencionábamos en un inicio que Alepo llegó a tener casi 2.3 millones de habitantes en la década pasada. En 2016, según cálculos de la ONU, ya sólo quedan 30,000. Miles han muerto y millones han huido, al grado de que la guerra en Siria ha generado la mayor cantidad de refugiados en este siglo. Según datos de Amnistía Internacional, 4.5 millones de sirios vivían como refugiados a inicios de este año.
Muchos miles más no han logrado ni siquiera llegar a eso. Está el horrible ejemplo que recorrió la vuelta al mundo en septiembre del año pasado: Aylan Kurdi, un niño de tres años que se ahogó en las costas de Turquía al escapar con su familia.
Cada día se narran decenas de historias terribles de lo que ahí sucede. Por ejemplo, los bombardeos desde aviones rusos que han sido dirigidos en contra de escuelas y hospitales (aunque Rusia lo niega). O el video de la muerte del último pediatra de la ciudad en abril. Muchos de estos ataques se han hecho como lo que se conoce como “bombas de barril”, o contenedores llenos de metralla (tornillos, metal) lanzados desde el aire. Según doctores dentro de Alepo, mientras más ha escalado el conflicto, más brutales han sido las bombas: a finales de noviembre se reportó que tenían gas de cloro adentro.
La batalla de Alepo ha llegado a tales niveles que los rebeldes que controlaban parte de la ciudad optaron por negociar un cese al fuego este mes para detener el exterminio. Al darse cuenta de que el gobierno sirio, con apoyo ruso, seguiría atacándolos hasta eliminarlos, optaron por una tregua.
No obstante, a las pocas horas de que gobierno y rebeldes aceptaron dejar las armas a cambio de que la ciudad se abandonara, el gobierno volvió a bombardear Alepo. Un segundo cese al fuego se negoció el sábado, pero, al momento de publicar esto, la ciudad todavía no ha sido evacuada.
Todo esto sucede en 2016. A miles de kilómetros de nuestro país, pero a fin de cuentas en nuestro mundo. A pesar de ello, cada vez hay menos interés en el tema. Alepo puede pasar como nota de 30 segundos en un noticiero, o como noticia pequeña en la sección internacional de un periódico. Así veamos los números y las imágenes, no es una historia que nos llame la atención en el resto del mundo.
Una de las teorías principales sobre esto se basa en nuestro interés por otros eventos. Por ejemplo, cuando hubo atentados terroristas en París, el mundo occidental se solidarizó como pudo. En países como el nuestro, la gente cambió sus fotos de perfil y puso banderas tricolores para mostrar apoyo. Pero cuando sucedieron (y suceden) cosas similares (incluso a mayor escala) en países como Irak, Siria, e incluso Turquía, que es más parecido a occidente, las muestras de apoyo han sido mucho menos visibles (salvo por los posts o tuits de gente quejándose de que por qué no se le pone atención a esos conflictos en primer lugar).
Una teoría (no del todo completa) es que en el mundo occidental hay poca conexión con lo que sucede en partes del planeta que no son similares. En zonas como el Medio Oriente, el modo de vida y la religión son en su mayoría otras. La gente de Europa, Estados Unidos, México, no siente tanta empatía como con algo que sucede en estos países por no pensar que puedan tener algún tipo de vínculo con ellos. Es tan lejano y ajeno que prefiere ignorarse.
A esto hay que sumarle la normalización de los conflictos: al no tener fin y ser algo constante, la gente comienza a asimilarlos como parte de la vida. No hay que ir más lejos, en México la guerra contra el narcotráfico (que la semana pasada cumplió 10 años) se ha aceptado al grado de que hay niños que inventan mochilas antibalas como proyectos de ciencia.
Por último, hay que agregar la fragmentación del interés de las personas en la era de redes sociales. Por ejemplo, habrá muchos sopilectores que no llegaron a este punto del texto, ya sea por aburrimiento, por haber dado click en otra liga o tal vez porque les chocó. Algunos habrán visto algo de Siria y habrán dicho que qué flojera, que mejor hablar de lo que sucede aquí. Y se entiende. Pero eso ha hecho que nuestro interés por causas importantes disminuya.
Eso es lo que sucede con Alepo y en el resto de Siria. Hablamos de una guerra civil de cinco años, cuyo fin se ve lejano, y que se ha convertido en una de las grandes catástrofes del siglo XXI. Pero la humanidad, por distintos factores, ha decidido ignorarla. A pesar de que las atrocidades que ahí se cometen a diario las perpetran seres humanos, miembros de nuestra propia especie.
Esteban Illades
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