Por Esteban Illades
Ha estallado el primer pleito internacional del gobierno de Andrés Manuel López Obrador. No fue su culpa, pero era obvio que sucedería: Donald Trump se encuentra, para efectos prácticos, en campaña de reelección. Falta mucho para noviembre de 2020, pero en Estados Unidos la carrera presidencial se ha vuelto otra versión de reality show: decenas de personas compitiendo por un trabajo en una transmisión de 24 horas, siete días a la semana, en todos los canales de televisión y las plataformas de internet.
El acto de Trump no es sólo simbólico. A diferencia de 2015, cuando arrancó diciendo que la mayoría de los mexicanos que cruzaban a Estados Unidos son violadores, acá el anuncio trae consecuencias: aranceles a todos los productos importados de México a EEUU. ¿Qué es un arancel? No es más que un impuesto, lo cual encarece todo. Ahora cualquier cosa que viaje de acá para allá costará más caro allá, y el aumento irá a dar al bolsillo del consumidor estadounidense, a quien se le trasladará el costo.
Sin embargo, para Trump esto es lo de menos, porque el cálculo es que su público lo verá de otra manera: finalmente le está cobrando a México lo que nunca nadie le ha cobrado por invadir el país. Por cambiar el estilo de vida de la comunidad estadounidense. Es venganza, como debe ser.
Y lo está haciendo por temas migratorios, basta con ver sus tuits. Para el presidente de Estados Unidos los mexicanos somos un ente invasor, una marabunta de hormigas que a su vez trae a otro ente, su hermanito centroamericano, para colonizar el país. Pide, entonces, que México evite el flujo migratorio a Estados Unidos; así no lo castigará con impuestos, que en realidad son más castigo a sus ciudadanos. Así el asunto.
¿Qué hacer?
El gobierno anterior intentó lo imposible para mantenerlo contento. Luis Videgaray viajaba constantemente a Washington a hablar con Jared Kushner, el yerno del presidente. Tenía acceso casi libre pero de poco servía: por más que intentara arreglar todo lo que el propio Trump desarreglaba, el desastre volvía a suceder horas más tarde. Fuera a través de un tuit o un discurso, pero Trump siempre tiraba todo lo conseguido; poco o nada importaba que la administración anterior se esforzara de tal manera porque a él no le importaba. Al final su decisión era la última, y que los demás le hagan como puedan era lo que decía.
Quizá la opción menos mala es actuar como si no existiera. Escribir cartas, como la que envió Andrés Manuel López Obrador a finales de la semana pasada, no está mal. El objetivo de la carta no era Trump, sino los mexicanos y los medios internacionales: lo que AMLO quería era fijar una posición en la que se mostrara como el racional frente a alguien que actúa por puro capricho.
Porque Trump sólo va a seguir escalando la retórica; conforme avance la campaña dirá cosas más fuertes, emitirá amenazas más rudas. Buscará que México se vuelva la parte central de su propuesta: el enfoque va a ser sobre cómo él lucha para evitar que nosotros nos apoderemos de su país.
Pero, pues, carece de sentido responder a cada provocación. En estos momentos, Marcelo Ebrard, secretario de Relaciones Exteriores de México, está en Washington. Se fue desde el viernes por la tarde para mostrar lo importante que le parece al gobierno la relación con Estados Unidos, para intentar dejar en claro la gravedad del asunto. Eso, no obstante, no puede hacerse en cada ocasión; de lo contrario, el canciller se la vivirá perpetuamente en Estados Unidos en la búsqueda de un diálogo para intentar evitar que Trump suba el volumen.
Si se le hace caso al presidente de Estados Unidos, entonces México entrará en un juego peligroso. Porque para Trump esto sólo termina cuando ni un solo migrante cruce la frontera entre México y Estados Unidos, algo físicamente imposible. En el momento que eso se cumpla, o así dice, las cosas se resolverán. Más allá de eso, de lo imposible, sabemos por experiencia que incluso no sería así: buscaría algo más. Porque Trump nunca se conforma, ése es su estilo de negociación. Cuando cedes, pide. Y así hasta que de repente ya le diste todo lo que le podías ofrecer y lo único que obtuviste a cambio fue que no te pidiera más porque ya no había más que dar.
Fue gracias a esa estrategia que México le acabó otorgando el Águila Azteca, el reconocimiento más importante a un extranjero, a Kushner. Por él, según la lógica del gobierno anterior, el Tratado de Libre Comercio sigue vigente y se remplazará por uno que no resultó tan malo. Es decir, se le premió por evitar el caos.
A eso hemos llegado.
He ahí la propuesta, entonces. No correr cada vez que el presidente de allá grite, porque vaya que le gusta gritar, ni rebajarse al nivel de amenazas cuando sabemos que él es insensible a ellas. Lo que hay que hacer es entender que, con casi toda certidumbre, Trump se reelegirá el próximo año, y con ello Andrés Manuel López Obrador tendrá que lidiar con él durante toda su presidencia. Aceptarlo es el primer paso, entenderlo el segundo. Porque no hay de otra, y Trump siempre penderá sobre nuestro país.
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