Por Esteban Illades
Esta semana, algunas partes de Europa comienzan a reabrir poco a poco. En España los niños pueden salir a la calle después de seis semanas de confinamiento obligatorio; en la República Checa los comercios ya están abiertos, aunque con cautela.
Se siguen los pasos de China, donde, con pinzas, se puede decir que ya sucedió lo peor. Con pinzas porque hay reportes de brotes en provincias distintas a Hubei –donde se localiza Wuhan–, como Heilongjiang al norte. Queda claro que falta muchísimo por regresar a como eran las cosas antes, si es que algo así es incluso posible.
Muy lentamente las partes del mundo que dejan atrás los picos de contagio se reincorporan a la actividad económica. No así en Estados Unidos, donde todavía no libran el pico de contagio pero se les cuecen las habas por reabrir todo, al costo que sea. Tal es el caso del estado de Georgia, que ayer dio banderazo de salida para iniciar la reapertura de comercios, a pesar de que la gran mayoría de la población estadunidense y del estado está en contra de terminar la cuarentena. Al día de ayer, Georgia tenía más de 22,000 casos confirmados y casi 1,000 muertes; la famosa curva todavía no estaba cerca de aplanarse. Sin embargo, como platicábamos la semana pasada aquí, nuestro vecino del norte ha llegado al extremo de organizar marchas y protestas para terminar el confinamiento obligatorio. La libertad de contagiarte y contagiar al otro, y qué y qué y qué.
Los expertos, empezando por el doctor Anthony Fauci, el jefe del grupo gubernamental sobre coronavirus en Estados Unidos, han dicho que reabrir demasiado temprano podría generar un daño gravísimo; si la epidemia aún no está bajo control, los casos de coronavirus y de Covid-19, la enfermedad que desarrollan algunos infectados, podrían causarle un golpe letal a los sistemas de salud de allá.
Recordemos que todo el punto del confinamiento es evitar saturar los servicios médicos para que quienes estén enfermos puedan recibir el tratamiento adecuado. Es la idea que también se sigue en México: #QuédateEnCasa para que haya camas y tratamientos suficientes en los hospitales.
Cosa que aun así es difícil, pues tanto en Tijuana como en la Ciudad de México estamos viendo que los hospitales y clínicas se acercan a su capacidad. La semana pasada varios hospitales públicos de la capital del país anunciaron que ya no podían recibir pacientes; lo mismo con algunos privados. Y eso que todavía no llegamos al punto más alto de contagio; a pesar de que haya quien diga que ya se “domó” al virus, como si de un caballo se tratara.
Y es justo por eso por lo que tenemos que tener especial cuidado en México antes de reabrir la economía. No ha cerrado del todo, porque como bien sabemos más de la mitad es informal; por ello la gente debe salir a la calle a pesar de la cuarentena: si no trabaja no come. Pero la parte que sí ha cerrado, y que sufre bastante por ello, no puede regresar todavía.
Ya lo ha dicho el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell, será hasta mediados de mayo, en el mejor de los casos, que ciertas regiones del país puedan retomar labores. Eso si cumplen ciertas reglas estrictas y en efecto las infecciones bajan.
Pero igual se antoja complicado. México ya no es el país que era hace décadas. La movilidad territorial es mucho mayor. Hay mucha gente que se mueve de regiones rurales a urbanas y viceversa, y lo hace cotidianamente. Con una sola persona contagiada, una comunidad entera puede sufrir los efectos del coronavirus. Y en un país con altas tasas de diabetes, sobrepeso e hipertensión, eso lo hace mucho más letal que en otras partes del mundo. Sin contar que nuestros servicios de salud viven al límite.
Para reabrir un país, aconsejan los expertos en contagios, es necesario tener pruebas de detección a la mano.
Así, cuando una persona dé positivo, se le puede aislar de inmediato a ella y a quienes tuvieron contacto, con el fin de detener un contagio masivo. Es lo que hicieron en Corea del Sur, por ejemplo: a través de las redes de telefonía celular se le pudo enviar mensajes a quienes estuvieron en proximidad de un caso confirmado. Cierto que México es mucho más grande en términos territoriales y poblacionales, y claro que nuestra tecnología dista de estar al nivel de la sudcoreana. Pero justo por eso hay que tener mucho más cuidado que ellos; reabrir la economía sin tener la capacidad de contener nuevos brotes puede generar daños irreparables, aunque se diga que el virus ya se domó.
Y justo por eso es que tiene que haber un plan efectivo de recuperación económica: el país, y el mundo, no van a regresar a la normalidad en mucho tiempo. Ahí es necesaria la ayuda del gobierno y de los grandes empresarios; de ellos depende que la economía no salga tan lastimada, porque vaya que el golpe que viene es duro. No obstante, el gobierno, o al menos el presidente, sigue sin entender eso. Ayer, cuando los grandes empresarios del país anunciaron un acuerdo con el Banco Interamericano de Desarrollo, que no contemplaba al gobierno, el presidente se enojó una vez más. Los empresarios ya le habían pedido ayuda antes y él se había negado a darla; luego le ofrecieron un proyecto conjunto y tampoco lo tomó. Al final eligieron su camino y el berrinche no se hizo esperar.
Es momento de entender que la economía no se va a arreglar sola, y que la reapertura está muy lejos de nuestras posibilidades. Mientras más pronto le quede claro a quien toma las grandes decisiones, menos saldremos lastimados los mexicanos no sólo del golpe de salud, sino del económico también.
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