Por Esteban Illades
A la par de que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador avanza su agenda sin oposición real, como comentábamos la semana pasada, el sector financiero es el que se pone nervioso. No el mexicano, que ése ya decidió, a través de las grandes empresas, no alzar la voz y aceptar las condiciones del presidente: él decide y ellos acatan. Y están en su derecho.
Pero fuera del país las cosas son distintas. Habrás leído, querido sopilector, sobre las tres grandes calificadoras extranjeras y su perspectiva para Pemex y para México. Las tres grandes, como bien sabrás, son Fitch, Moody’s y Standard and Poor’s y cada una hace sus propios, llamémosles así, pronósticos sobre lo que sucederá con la deuda.
Las calificadoras, en términos llanos, son grandes compañías que hacen análisis sobre, valga la redundancia, compañías, pero también sobre gobiernos locales e incluso países. Revisan estados financieros, entre otras cosas, para determinar si quien se endeudó podrá pagar el dinero que debe conforme a los términos establecidos o no lo hará y caerá en lo que se conoce como default.
Aunque las calificadoras no dan números redondos, sí asignan un sistema de valores: las famosas letras de las que ahora tanto escuchamos (AAA, BBB, y demás). Mientras más sólido el deudor, más alta la calificación: quiere decir que podrá pagar en forma y tiempo y no existe mayor riesgo para prestarle dinero. Mientras más frágil, más baja la calificación.
Ahora bien, ¿por qué debe importarnos esto? Porque México, como todo país, y Pemex, como toda empresa de gran tamaño, emiten deuda para financiarse. Digamos, por ejemplo, que quieres construir un puente pero las finanzas no te lo permiten. O que quieres perforar un pozo petrolero pero no hay dinero. Entonces vas y contratas deuda: pides dinero y te obligas a pagarlo bajo ciertas condiciones. Muchas veces, al tratarse de cantidades enormes, se puede hacer lo que se conoce como refinanciamientos; es decir, que las condiciones en las que se adquirió la deuda vuelvan a negociarse con el paso del tiempo.
México, hoy por hoy, tiene deuda que equivale al 48% del Producto Interno Bruto. Pemex, por su parte, tiene deuda que equivale al 97% de sus activos –entiéndase, sus bienes. Sobra decirlo, pero que tu deuda esté tan alta no es un problema, es un problemón.
En semanas recientes, desde que el nuevo gobierno asumió el poder, las calificadoras han comenzado a ajustar sus números a la baja. Standard and Poor’s es la más reciente, y lo hizo este lunes. Por lo pronto lo han hecho respecto a Pemex y no respecto al país, lo cual dista de ser catastrófico, pero no por ello deja de ser importante. Pemex es una paraestatal, lo que quiere decir que es propiedad del Estado. Naturalmente, si la empresa está mal manejada –como ha estado durante décadas–, las calificadoras voltean a ver a quién la maneja para preguntarse sobre su manejo mismo; entiéndase, si el coche choca, hay que ver qué iba haciendo el chofer.
Y he ahí la preocupación por dos motivos, de los cuales comenzamos a hablar el martes pasado. El primero, que el coche, Pemex, ya estaba muy dañado desde hace tiempo. El motor no sirve, las luces tampoco. Circula de milagro porque los mecánicos de antaño aprendieron a pegarlo con chicle en los lugares fundamentales. Pero, al mismo tiempo, las calificadoras dudan del nuevo piloto y su nuevo equipo de mecánicos, que ya presentaron su plan para el automóvil pero no convenció lo suficiente. Ambos factores ponen nerviosos a las calificadoras, que ya comenzaron a mover sus perspectivas a la baja respecto al coche y quizá lo harán pronto respecto al piloto.
Dirás, querido sopilector, que qué más da. Que las calificadoras se han equivocado muchas veces –el caso más reciente durante la crisis mundial de 2008, que nunca previeron o al menos nunca informaron del desastre que se avecinaba– y que también tienen una relación bastante podrida con el mundo financiero, en la que lo único que les interesa es maximizar sus ingresos. También dirás que si el presidente ya prometió no contratar más deuda, de qué nos quejamos si la calificación no nos va a afectar.
Pues bien, aquí hay otros dos asuntos. Uno, que aunque el gobierno no contrate deuda en un futuro –y así lo ha prometido para los primeros tres años de su administración– da igual en términos de la deuda ya existente. Si la calificación de Pemex y la del gobierno bajan, cuando ambas tengan que renegociar pagos, las entidades a las que le deban dinero van a poner condiciones mucho más feas para protegerse. O sea, no sólo no van a querer prestar, sino que lo que ya prestaron lo van a querer pagado más caro.
Y dos, las calificadores podrán ser entes horribles, pero son lo que hay. Son los instrumentos que utilizan bancos, prestamistas, la comunidad financiera en general, para sostener el sistema. Por lo tanto, nos guste o no, su palabra cuenta y cuenta mucho. Desestimar lo que dicen no le hace bien a nadie, porque ellas son capaces de hacerle a cualquiera la vida de cuadritos.
Así que hay que poner atención a lo que digan las calificadoras. El gobierno, aunque le choque, deberá escucharlas. Porque si ignora sus advertencias, no sólo tendrá problemas para administrar y conseguir dinero, sino que tendrá problemas para hacer lo que se supone que tiene que hacer: gobernar.
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