Por Esteban Illades
Este domingo, como acostumbra, el presidente dio su más reciente informe trimestral. En medio intercaló algunas palabras relacionadas con la pandemia y con la crisis económica que se avecina. Pero, por lo demás, el mensaje parecía idéntico a los anteriores: cifras en verdad específicas –como estilaban los presidentes de antaño, llegó al nivel de hablar sobre subsidios a los pescadores– y la idea de que el país saldrá adelante de cualquier situación por el simple hecho de ser México.
Muchos esperaban algo distinto, más porque el propio anuncio del informe prometía una sección extra en la que se hablaría específicamente de los planes gubernamentales para lidiar con esta crisis internacional.
Sin embargo, no hubo tal. Se disfrazaron las propuestas de campaña de 2018 como ideas nuevas y en respuesta a lo que ocurre, y se habló de adelantar becas y pensiones a quienes reciben dinero directo del Estado. Pero nada más. Ante un patio de Palacio Nacional vacío por la contingencia –y simbólico por la imagen de un presidente que no le hablaba a nadie–, lo único que se dijo fue lo que ya se había dicho antes. Fue una conferencia mañanera en la tarde de un domingo.
Bueno, sí dijo algo nuevo. Un par de mentiras flagrantes, cosa que no había sucedido –al menos de manera tan obvia– en los primeros 15 meses de gobierno. La primera fue la cantaleta de que la gasolina está más baja por decisión suya. No, la gasolina está más baja porque no hay de otra. Con el precio del barril de petróleo por el suelo, los precios de gasolina también están en mínimos históricos. Los precios bajaron porque el mundo los bajó a trancazos. No por buena onda.
La otra fue el supuesto logro de estar en la parte baja de la tabla de casos de coronavirus. Presumió –sin triunfalismo, como le gusta decir– que, salvo India, México era quien mejor estaba lidiando con la pandemia, pues eran los que menos casos tenían. Después ajustó y dijo que en términos relativos a la cantidad de población, México era el tercer país con menos muertos. Ambos datos rápidamente verificables, ambos datos falsos. ¿Qué necesidad había de decir algo así? En tiempos sin internet ambas mentiras podrían haber pasado sin verificar, pero en la actualidad con dos clics se puede desmontar sin mayor problema.
Luego procedió a reescribir la historia de Estados Unidos y a descalificar las medidas que el resto del mundo comienza a aplicar como respuesta. De hecho, al día siguiente hasta presumió que su estrategia pronto sería emulada por los demás países. Por esos mismos que empezaron a actuar antes y de manera distinta, cabe resaltar. Por aquellos que están ayudando a las empresas para que no despidan a trabajadores, en lugar de dejarlos para que se rasquen con sus propias uñas.
Quienes defienden al presidente a capa y espada dicen que su discurso no era para el grueso de la población, sino para su base, el segmento más pobre del país. Que por eso no nos dijo nada nuevo, porque no nos estaba hablando a todos los mexicanos sino sólo a algunos.
Pero igual no les dijo nada. Les dio un falso sentido de seguridad en lugar de explicarles la realidad con la que se lucha. No es necesario abrumar con números –que vaya que los hay y vaya que son desoladores– y tampoco espantar por espantar. Pero sí es necesario decir la verdad, cosa que no se escuchó el domingo. Lo que se escuchó fue a alguien que o no entiende lo que está pasando o, peor, que piensa que lo entiende cuando no es así. Alguien que no se detiene a preguntar porque está convencido de tener todas las respuestas.
Y cuando sí le habló a los demás –cuando mencionó las medidas contracíclicas y cuando invocó a Franklin Roosevelt, el presidente que sacó a Estados Unidos de la Gran depresión– reescribió la historia y la teoría económica de un plumazo. La historia, que tanto le encanta y que tanto presume dominar, ocurrió al revés de cómo la planteó: el “New Deal” de Roosevelt fue diametralmente opuesto a lo que hoy se propone en México y se apoyó en esas medidas contracíclicas contra las que despotricó el domingo. Para no ser demasiado específicos o técnicos y no aburrir: gastar, gastar, gastar fue lo que se hizo entonces. Hoy, al contrario, lo que se quiere es recortar, recortar, recortar.
No se puede hacer lo opuesto y esperar lo mismo.
No por nada al día siguiente los analistas extranjeros recortaron aún más el pronóstico para el país en lo que queda del año y describieron una situación todavía más sombría. Cada vez resulta más y más obvio para todos –y de hecho así lo comienzan a reflejar las encuestas– que hay un iceberg justo frente a nosotros. El capitán del barco es el único que no lo ve.
(Bueno, y sus porristas tampoco.)
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