Por Esteban Illades
Había pasado ya algo de tiempo –o al menos eso hace pensar la pandemia– sin que el presidente hablara del avión que tanto figura en su pensamiento. Como decía Paloma Villagómez en Twitter, no queda claro si lo odia o más bien le fascina, porque desde la campaña ha estado duro y dale con el tema.
Y, como los orígenes de sus ideas, hasta cierto punto es entendible. Es un avión innecesariamente ostentoso, tan así que quien supuestamente lo comprará es un millonario del Medio Oriente. De que el avión anterior necesitaba ser sustituido, nadie lo niega. De que tenía que ser así, pues tampoco. Ese avión nunca se debió comprar así –recordemos que esto fue a finales del sexenio de Felipe Calderón–. Punto.
El problema es, como siempre, lo que viene después. Porque lo que empieza siendo bueno en este sexenio siempre termina en las consecuencias más absurdas: vaya manera de exprimir la imagen del avión y de su rifa asociada –cada que se tiene que escribir que el avión no se rifa, sino que se rifa algo en su lugar, aunque se diga que se rifa el avión, es inevitable recordar lo surreal que es este país–. Son, sin duda, la trama más larga y repetitiva de este sexenio, que ni a dos años ha llegado. Que se venda, sí, está bien. Se va a perder dinero, ok, también, se acepta –lo cual confirma parte del argumento: tan ostentoso y caro que nadie lo quiere a lo que cuesta–. Pero que pare el show.
Ayer por la mañana, el presidente llamó a los medios que cubren cada una de sus conferencias y los citó en el aeropuerto –donde ya ni habrá hangar presidencial porque en teoría sin avión, si es que algún día se va, ya no es necesario– para hablar en exclusiva del elefante en el hangar.
No quiso, tal cual dijo, tomar preguntas de algo que no tuviera que ver con la aeronave. El huracán –ahora tormenta tropical– Hanna, que azota el noreste del país, eso no era importante el lunes. Los más de 43,000 muertos por la pandemia que no se detiene, tampoco. Hay que recordar que ya se domó hace varias semanas. Los pronósticos de que la economía decaerá a niveles nunca antes vistos, menos. Porque hay que ser optimistas.
Vaya, ni siquiera para hablar de sus poquitos logros –la propuesta de reforma al sistema de pensiones que se anunció la semana pasada, por ejemplo–. Nada. Todo se trataba de ese objeto que tanto le intriga. No cabía nada más en la conversación.
Si viviéramos en el mundo de Luis Estrada –el director de La ley de Herodes–, lo del avión no pasaría de ser una “caja china”; entiéndase, un distractor. Porque en un sentido muy básico lo es: cuando las cosas peor se ponen es cuando el presidente, en este caso de manera literal, da el avión. Incontables veces lo ha hecho. Pero no puede ser tan sencillo, ¿o sí? Porque entonces estaríamos ante 1) un gobierno excesivamente limitado de imaginación, o 2) un gobierno que cree que la sociedad se distrae como Homero con el auto azul.
Cualquiera de las dos, que ni siquiera son mutuamente excluyentes; incluso pueden ser complementarias, sería tristísima.
Pero no, el avión no queda ahí, o al menos no debería. Si se le concede un poco más al presidente, el avión es parte central de su campaña perpetua, porque siempre está buscando votos. El avión volvió al país en plena pandemia, y en plena semana de revelaciones de Emilio Lozoya, quien se espera cante lo que nadie ha cantado en un buen rato. El avión se conecta con Lozoya y con el sexenio pasado –con todo y que, una vez más, lo compró Calderón, no Peña Nieto– y con una idea más amplia: el nosotros contra ellos. Porque el presidente ya ha dicho en varias ocasiones que estamos en tiempos de definición: que se está con él y en contra de la corrupción, o se está en contra de él y a favor de la corrupción.
Más allá de la falacia que engloba tan pobre dicho, el avión es el vehículo con el cual el presidente tratará de ganar las elecciones intermedias del próximo año. Lozoya y los sobornos, la aeronave faraónica, los excesos, excesísimos, del pasado. Más que una estrategia de gobierno –inexistente hasta ahora– es una estrategia electoral. Es, como en el priismo del siglo pasado, consolidar el poder por consolidarlo, sin encontrarle un uso en verdad positivo.
Nadie niega la “robadera” del sexenio pasado de la que tanto se habla, y nadie niega la violencia del sexenio previo a ése. Pero qué manera de desperdiciar los seis años en la silla presidencial, quejándose de lo que se ha quejado durante todo el siglo, sin pasar de ahí.
Será porque, como Vicente Fox, al presidente sólo le interesaba llegar a la cima. O será, también, como Vicente Fox, que genuinamente no tiene idea de cómo manejar un país.
O las dos juntas.
Mientras tanto: 44,000 muertos, y contando, por coronavirus. Casi 18,000 por violencia. Sólo en lo que va del año.
Pero ¡el avión, el avión!
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