Por Esteban Illades
El viernes por la mañana, Andrés Manuel López Obrador, junto con su futuro secretario de Comunicaciones y Transportes, Javier Jiménez Espriú, anunció lo que se esperaba desde hace meses: llevará a cabo una consulta para decidir 1) Si los mexicanos quieren que continúe la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM) y 2) Si no prefieren que se mantenga el aeropuerto actual y que junto a él opere la Base Aérea Militar 1, popularmente conocida como “Santa Lucía”.
La noticia no sorprendió a nadie, dado que una de las propuestas centrales de la campaña presidencial de AMLO fue la cancelación del nuevo aeropuerto no sólo por considerarlo innecesario y dispendioso, sino por considerar que su construcción estaba plagada de corrupción gubernamental.
Quizás lo sorprendente es que se haya planteado la consulta, pues López Obrador, en campaña, parecía empeñado a cancelar la obra sin, literalmente, importarle el costo de hacerlo. Sin embargo, el hoy presidente electo decidió trasladar la decisión a lo que él llama “el pueblo”, para que los mexicanos decidan la suerte de este proyecto. La consulta, según dio a conocer el viernes, se llevará a cabo en algún momento de octubre, y su resultado será vinculante para el gobierno, que, por cierto, aún no estará en funciones por esas fechas.
Sobre el anuncio mismo vale la pena resaltar cómo se hizo: si bien es cierto que se reiteró lo que AMLO y compañía piensan del proyecto actual, lo preocupante fue la opción que plantearon. En pocas palabras, el gobierno electo dijo que según el grupo de expertos MITRE (una compañía originalmente parte del Massachussetts Institute of Technology, MIT, hoy independiente y que trabaja con muchos gobiernos del mundo en temas de aeropuertos, incluido el actual de México) la opción de Santa Lucía no era viable. Pero que había “un grupo de chilenos” –en comillas tal cual porque así fueron identificados en la conferencia– que pensaba que con un nuevo estudio, el cual tardaría casi cinco meses, podría saberse si Santa Lucía es viable para lo que el próximo gobierno busca.
En ese sentido, tendremos una consulta un tanto extraña –por no decir irresponsable–: López Obrador dice que “el pueblo” decidirá qué hacer –cosa que, en sí, no está mal– pero que lo hará con información incompleta. Se necesitaría realizar ese estudio y concluir antes de poder votar, pues de lo contrario se le estaría pidiendo a los mexicanos que tomaran una decisión sin tener toda la información disponible.
Ahora bien, ¿por qué tanto problema con la propuesta de Santa Lucía? Uno pensaría que algo más barato y menos complejo podría ser viable, ¿no? Pues ahí es donde entra la aeronáutica, materia en la que ni tú ni yo, querido sopilector, somos expertos (salvo que tengas un título en la materia y seas del .00001% de la sociedad que sí le sabe al tema). Resulta que, según los especialistas, Santa Lucía no podría operar al mismo tiempo que el actual aeropuerto. Dirás, como dijeron varias personas esta semana, que hay ciudades como Nueva York y Londres que tienen muchos aeropuertos que funcionan muy bien y en sincronía.
Y sí, pero valga la obviedad, la Ciudad de México no es ni Londres ni Nueva York. Nuestra orografía es muy distinta a la de ambas ciudades: mientras las dos están cerca del agua, a nivel del mar y en planicie, la capital del país está en un valle –una llanura rodeada por montañas, para ser exacto–.
Para ponerlo en términos llanos: digamos que vivimos adentro de una olla con bordes altos. Pero esa olla no es pareja, pues de un lado tiene una hendidura que permite que los aviones puedan llegar a la parte interior sin riesgo alguno. Esa hendidura está en la zona que ocupa Santa Lucía, y es la manera más sencilla de llegar al actual aeropuerto. Si se habilitara la base como aeropuerto paralelo, habría un riesgo grande no sólo de colisiones entre los aviones que despegan y aterrizan ahí con los que van al Benito Juárez, sino que la estela misma que dejan los propios aviones crearía un riesgo añadido para todos los vuelos que circulan por ahí. En resumen, se generaría un peligro donde no lo hay.
No obstante, que Santa Lucía no sea viable no quiere decir que el NAIM sea la solución a todos nuestros problemas. López Obrador tiene razón en que la corrupción abunda en la construcción actual. Vaya, hasta se ha documentado que los camiones que llevan material a la obra ocupan gasolina huachicoleada para circular, a ese nivel está el asunto.
A esto hay que agregar el desastre natural que genera el aeropuerto: se ha tenido que drenar el lago de Nabor Carrillo para su construcción. El ecosistema de muchas aves quedará destrozado. El sitio del nuevo aeropuerto sirve para evitar que haya inundaciones en poblaciones cercanas. Con el aeropuerto donde está es posible que ocurra –si no es que ya sucedió– que los desastres naturales tengan mucho mayor impacto por culpa de la obra.
¿Entonces qué? ¿Todo mal?
Sí. Mal López Obrador por proponer una consulta con datos insuficientes. Mal el proyecto de Santa Lucía por no ser viable y por ser hasta peligroso. Pero mal también el gobierno actual por construir un aeropuerto que traerá consigo daños al ecosistema.
Y peor que si se cancela se perderían 100 mil millones de pesos en pagos por salirse de contratos ya firmados y por las multas asociadas. A esto hay que agregar que los inversionistas extranjeros se espantarían en caso de cancelación: no habría ninguna garantía de que un proyecto ya iniciado no fuese terminado por voluntad popular después.
Así que no, ninguna de las dos opciones está cerca de ser buena.
¿Profesor Cocoon, es hora de entregarse al pánico?
No, todavía no. Lo ideal sería que se cancelara el proyecto actual –con los gastos que conlleva– para evitar un mayor desastre natural. Pero no sustituirlo con Santa Lucía, que simplemente no funciona. Lo ideal sería regresar al punto de origen y buscar una alternativa que balancee lo posible con lo ecológicamente responsable. Sólo así.
Pero claro que eso no ocurrirá.
*******
Facebook: /illadesesteban
Twitter: @esteban_is