Por Esteban Illades

El jueves pasado, casi a escondidas, los militantes de Morena que buscaban la candidatura a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México se reunieron en la sede del partido en la Colonia Roma. Entraron a la casa, a una reunión privada, y sólo a través de un tuit se supo el resultado: Claudia Sheinbaum, actual delegada de Tlalpan, sería la “coordinadora” del partido de cara a la elección local.

Traducción de politiqués a español, Sheinbaum se convirtió en la candidata para gobernar la ciudad más grande del país.

Sólo se supo que se aplicó una encuesta. Pero no a quién, ni cómo ni cuándo. De lo poco que se dio a conocer fue que Martí Batres era el más conocido de los cuatro contendientes –Batres, Sheinbaum, Mario Delgado y Ricardo Monreal–, mientras que Sheinbaum era la más popular.

Ni siquiera los datos de cuál fue la casa encuestadora o cómo hizo el muestreo. Esto llevó a que muchas personas en Twitter concluyeran que el único encuestado fue el dedo de Andrés Manuel López Obrador. Como no hay información pública al respecto, no es una conclusión descartable.

Por un lado, Morena está en su derecho, pues según la Ley General de Partidos Políticos, a pesar de ser un ente financiado con dinero público, no está obligado a transparentar sus procesos internos. Es decir, eligió a su candidato conforme a los parámetros de la ley.

Pero, por otro, no deja de llamar la atención cómo la práctica hace que el partido se parezca a todos los demás de los que tanto reniega. Morena se presenta a sí mismo como un cambio en el sistema, como una nueva manera de hacer política que deja de lado la corrupción y la opacidad del sistema partidista mexicano. Con el resultado de su encuesta, sin embargo, muestra que, al menos en ciertas cosas, es casi igual a los demás.

Sólo que con un mal añadido: acá no se permite que se les cuestione nada. Si se publican encuestas que no favorecen, dicen que están “cuchareadas”. Si se publica algo que no les gusta, se les compara con Josef Goebbels, el ministro de propaganda del régimen Nazi.

Y la táctica, aplicada por el presidente del partido en incontables ocasiones, permea en el resto de los militantes. Sheinbaum, por ejemplo, en el primer mensaje que dio después de ser elegida, presentó una defensa muy torpe ante los argumentos de que el proceso había sido todo menos transparente: dijo que la atacaban por ser mujer.

Esta encuesta es sólo un primer ejemplo de los males del partido. Otro, quizás más grave, es la apertura a personajes de trayectoria más que cuestionable, a quienes se les ha recibido con brazos abiertos, como si su pasado no contara para nada. Está, por ejemplo, Manuel Bartlett, responsable del proceso electoral de 1988, en el que hubo la famosa caída de sistema. Para alguien como López Obrador, cuya palabra favorita es “fraude”, resulta más que contradictorio tener a Bartlett tan cerca.

Luego está Ricardo Monreal, de quien hemos hablado en otras ocasiones en este espacio. El todavía delegado de Cuauhtémoc ha hecho un absoluto desastre con el territorio que le toca gobernar. Bajo su mandato aumentó la inseguridad, aunque su primera promesa fue reducirla –después se defendió diciendo que ni siquiera tenía atribuciones legales para atacarla–. También se le otorgaron millones de pesos en contratos a amigos de su hija, quienes no tenían experiencia alguna en el ramo de la construcción.

Y muchos más. Parece que cada semana se une al partido algún político con tanta o más cola que el resto. Hace unos días se acercó a Morena Jesús Valencia, exdelegado de Iztapalapa y actual diputado. Valencia es recordado porque en 2014 chocó una camioneta que no era suya, sino de un contratista de la delegación. No sólo eso, consiguió que no se le hiciera examen de alcohol tras el accidente.

Imagen: revoluciontrespuntocero.mx

Dirán unos que por qué criticar a Morena, si lo que ahí ocurre no es tan grave como lo que se ve en otros partidos o en el gobierno mismo. Y podrán tener razón hasta cierto punto, pues la corrupción, hasta ahora, de los principales morenistas es menor a la que se ha visto en el gobierno federal.

Peeeero –y es un gran “peeeero”– eso no quita que deban ser investigados o de perdida vistos con la misma lupa que al resto. Morena es, a fin de cuentas, un partido político y, como tal, vive de los impuestos de los mexicanos, quienes están en todo su derecho a saber qué se hace con su dinero y para qué. No por presentarse como una alternativa están absueltos de la mirada pública.

Y más en la Ciudad de México, donde se da por descontado que arrasarán el próximo año –salvo que Ricardo Monreal decida romper e irse con sus expartidos, el PRI o el PRD–, pues, mal que bien, con la encuesta que no se publicó el jueves, el partido decidió, de facto, quién gobernará la capital del país. Esto no es culpa de Morena, claro está: ellos no son responsables de lo que decida la ciudadanía, cada quién sabe qué hace con su voto. Pero aun así, tienen un deber ante los ciudadanos por ser el partido que se perfila para controlar la ahora llamada CDMX y lo que conlleva. No se pueden manejar de maneras tan opacas antes de si quiera comenzar a gobernar esta ciudad.

De lo contrario, se le dará un pase libre a un partido cuya promesa de diferenciarse de los demás sigue siendo eso, una promesa. Aunque –hipotéticamente– lo llegue a lograr algún día, los reflectores deberán mantenerse sobre ellos, siempre para evitar que regresen a ser lo que hasta ahora son: un partido político como todos los demás, que sólo busca captar votantes y, por lo tanto presupuesto, a base de palabras que hasta ahora no resultan en nada más que el mismo discurso diario e inútil.

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Esteban Illades

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