Por Esteban Illades

«¡30 millones de votos!» es la consigna que más se escucha en estos días. Cuando alguien critica al gobierno entrante o a la legislatura actual, la respuesta es en general la misma: Morena obtuvo 30 millones de votos en la elección presidencial, un máximo histórico y, por lo tanto, cualquier disenso debe entender el poder que representa ese mandato.

Pero ¿qué representa? Es una pregunta difícil de contestar. Porque quienes votaron por Andrés Manuel López Obrador para la presidencia lo pudieron hacer por motivos muy distintos a los de su vecino. También están quienes votaron por él pero no por su partido, quienes hicieron votación dividida. Cada uno de esos 30 millones de votantes tiene un motivo distinto para haber elegido a AMLO presidente.

También hay otro asunto clave: Morena, a pesar de la creencia popular, no es sólo el próximo presidente. O al menos eso es lo que han intentado dar a entender algunos de sus miembros. Está, por ejemplo, Ricardo Monreal, coordinador del partido en la Cámara de Senadores. La semana anterior Monreal presentó una iniciativa para eliminar gran parte de las comisiones que cobran los bancos cuando prestan sus servicios. La bolsa se cayó de inmediato, y aunque la iniciativa tenía gran respaldo popular –está comprobado que los cobros de comisiones en este país son muy elevados respecto al de otros–, nadie en las altas esferas de Morena estaba enterado de la propuesta. Tan es así que primero tuvo que salir Carlos Urzúa, futuro secretario de Hacienda, a jalarle las orejas al senador. Y luego el presidente electo mismo a decir que con los bancos no se meterían, al menos no en los primeros tres años de gobierno.

Monreal y algunos senadores tenían una idea particular de lo que buscaban, pero el presidente tenía otra.

Morena es tan grande –no sólo por su mayoría aplastante en la elección, sino por los múltiples diputados y senadores que, a pesar de llevar la bandera de un partido, decidieron sin empacho mudarse sin avisar a sus electores– que abarca una gran cantidad de ideologías y de ideas. Hay diputados como Mario Delgado, quien los coordina, de corte tradicional. Hay otros como Irán Santiago, quien también es miembro de la CNTE, y cuyo principal interés es eliminar la reforma educativa cueste lo que cueste. O Germán Martínez, quien en su momento fue cercanísimo a Felipe Calderón y quien, hasta hace unos meses, era férreo opositor a este partido.

Morena abarca muchas corrientes y ha jalado militantes –o simpatizantes– de todas las esferas, lo cual conlleva un choque interno permanente. Así como Monreal madrugó a su gobierno hay otros tantos que intentarán empujar la agenda con la cual llegaron a sus curules; el problema es que esas agendas chocarán en algún punto.

Aunque eso no es necesariamente malo, pues la democracia es disenso. Lo curioso es que estas batallas se libren dentro de un mismo partido y no dentro de varios; sin embargo, bien se podría argumentar que Morena –que formalmente no tiene corrientes– es la suma de muchos partidos. Centro, izquierda, derecha. En algunos casos estarán todos de acuerdo –como cuando en el Senado aprobaron de manera unánime las reformas a las leyes de seguridad social para que incluyeran a parejas del mismo sexo–, en otros estarán en posiciones diametralmente opuestas.

Pero todo esto pasará a un segundo plano cuando Andrés Manuel López Obrador asuma la presidencia en dos semanas. Él es la palabra última en el partido. Prueba de ello es el hecho de que en este período legislativo, que ya lleva más de dos meses, las reformas aprobadas y las leyes creadas han sido muy pocas en comparación con las propuestas planteadas. En Morena todos quieren tomar la palabra e imponer su agenda, pero nadie dentro del partido se atreve a actuar todavía salvo con la anuencia de López Obrador. Monreal lo intentó y salió golpeado por el Ejecutivo.

¿Qué esperar de Morena, entonces?

Cada diputado y senador buscará que se aprueben sus propuestas individuales, muchas de las cuales quedarán congeladas por tiempo indefinido. Habrá otras que pasen de manera exprés, en particular las que el nuevo presidente quiera que se aprueben. También veremos, conforme avance el tiempo y cada legislador tome confianza, batallas más abiertas, en particular de corte ideológico. Veremos a diputados y senadores que discutan con otros y se vuelvan oposición dentro de sus mismas filas.

O no: existe siempre la posibilidad de que Morena sea partido aplanadora y que cualquier tema a legislar, incluso aquellos que para AMLO no sean prioridad, pase sin mayor discusión.

Morena va a ser muchísimas cosas durante los próximos tres años –las elecciones intermedias podrán cambiar eso, pero todavía falta–: partido hegemónico, partido con su propia oposición interna, partido brazo del presidente.

En lo que define su identidad, veremos tumbos como los de la semana pasada, porque al día de hoy, Morena como partido es lo que cada uno de sus miembros piensa que es, con todas las consecuencias que eso implique.

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Esteban Illades

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